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viernes, 26 de enero de 2024

LA(S) ANOREXIA(S


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       Supongo que todos recordaréis las imágenes que estremecieron al mundo de una joven anoréxica desnuda publicitadas por Benetton allá por 2007. Su impacto era tan brutal que fueron prohibidos los grandes carteles que la anunciaban en las calles de Milán con ocasión de un salón de Moda. Era un esqueleto viviente llamado Isabelle Caro, modelo de 25 años que falleció tres años después. En un blog contaba su historia y su calvario al que llamaba Anna, la anorexia. Cito de un artículo publicado en El País. Su dieta consistía en un poco de líquido, algo de chocolate y dos pastelitos de fresa. “Esperaba con impaciencia a que llegaran las cinco de la madrugada, hora a la que me concedía el derecho a beber por fin unos tragos de coca-cola light y mis dos tacitas de té que degustaba en una suerte de ritual eufórico…[…] Rechazaba todo deseo, todo placer; nociones prohibidas en mi vida, que iba en busca de la perfección de un ideal de pureza”.

       Sírvanos este breve testimonio, como podrían ser tantos otros, de carta de presentación de esta dolencia singular y enigmática que desde su espanto silencioso nos grita e interpela como sociedad y como profesionales. ¿Qué espíritu demoníaco habita a estas jóvenes que en su arrebato transfigurador les conduce por los lindes de la muerte?

       Puede ser una buena idea hacer un poco de historia guiados por Nicolás Caparrós e Isabel Sanfeliú3 en su La anorexia, una locura del cuerpo.

       Y es así que nos cuentan que Galeno, en el siglo I, cita a Hipócrates refiriéndose a “Los que rehúsan el alimento son llamados anorektous, que significa ‘los que carecen de apetito’ o ‘evitan el alimento’. Desempolvando la etimología, Baravalle nos señala que la palabra anorexia está compuesta por un prefijo negativo ‘an’, y el verbo ‘orexo’ que significa ‘tender’, ‘desear a alguien’. Ninguna mención a la ingesta. Son pues anoréxicas aquellas personas que no desean, que no tienden.

      […] El ayuno, antes de integrarse en el nódulo central de este cuadro, ha pasado por múltiples alternativas debidas ante todo al espíritu de la época (Zeitgeist): implicó una connotación de santidad, después, de posible posesión diabólica, más tarde de magia y acaso simulación, para terminar siendo reducto de una medicina más o menos psicologizada.

       […] ¿Por qué se ayuna? El ayuno provoca omnipotencia y confusión subversivas: la negación y frustración del cuerpo junto con la aspiración a la inmortalidad, a la comunión con el objeto idealizado en permanente contigüidad con la muerte. Éxtasis y eternidad, caos y destrucción. Al poner a prueba en su límite las leyes de lo biológico, los apoyos psíquicos se tambalean y surge la vivencia inefable de triunfo sobre lo contingente. La renegación de lo pulsional está en la base de la perfección soñada, de la superación del conflicto. La privación del alimento deriva en un sentimiento maníaco de control del cuerpo: En los ayunos ascéticos esta vivencia se matiza con la sublimación, en la anorexia se exacerba a través de una patología narcisista” (pág.21).

       Y para despedir a estos autores citaré unas líneas en las que empieza corrigiendo a Hipócrates: “El paciente anoréxico, preciso es decirlo, no sufre de falta de apetito, y está aquejado de un peculiar control sobre sí mismo. Los rasgos más característicos que troquelan esta compleja conducta son:

   a) El miedo, que a veces degenera en pánico, a engordar, incluso en aquellos casos en los que el peso está ya por debajo del promedio.

   b) Vivencias distorsionadas en lo relativo a la experiencia ponderal y a la imagen del cuerpo.

   c) Rechazo a mantener el peso por encima del mínimo que se considera normal (pág.20).

  

     Y ya cerrado el texto, me debato en cómo continuar. ¿Abro nuevos textos? ¿Sigo sumando más información? ¿Amontono más ítems y más datos? ¿Entro a saco en los desarrollos lacanianos, algo que me produce a la vez tedio y vértigo? ¿Para qué? ¿Qué gano aturdiéndoos más vuestras mientes? Y se me ocurre, querida tripulación, que podría estar bien hacer un breve receso en la exposición, elaborar una síntesis brujular de lo recién visto y despejar los hilos conductores que articulan el material expuesto. Luego, desde ahí, ya veremos. Vamos allá pues.

 

Una lectura brujular

       Parémonos a pensar en los rasgos que venían a destacar Caparrós y Sanfeliú como los más característicos de la conducta anoréxica, aunque donde dicen tres, bien podrían haber listado cinco o n, basta asomarse a las listas infinitas del DSM. Pero centrémonos en estos tres e interroguémoslos.

       Empecemos por a) ¿Por qué ese miedo-pánico a engordar? ¿Qué significa para ella coger esos kilos? ¿Qué sentido tiene ese horror al peso? Hay algo ahí que va más allá del capricho estético o la coquetería ¿no? Algo loco. ¿Y qué es lo loco sino lo que no quiere saber del límite? Lo cual nos lleva directamente a c) y el rechazo al peso normativo, es decir, al peso normal, esto es, a la Norma. Lo cual nos va demarcando un escenario reconocible. Dijimos desde el principio que en la conducta anoréxica subyacía un problema vincular. Es decir, algo grave ocurre entre esa madre y su baby que se juega dramáticamente en la interacción que supone el acto alimenticio, y obviamente el cachorro tiene poco que decir. De entrada, le viene todo dado, y es obvio que ‘eso’ que la madre le da no debe de ser muy saludable; es lo que tiene la ‘mala leche’. Así que habría que indagar en la madre y su propia historia. Un mundo. Aquí cobra sentido la sentencia lacaniana de “un problema con el otro en el campo del Otro", dando a entender que en el problema concreto de la interacción entre ese baby y esa mujer que es su madre, entran en juego unas variables que los sobredeterminan y que apuntan a un déficit simbólico.

       ¿Y qué pasa con b)? Esa distorsión ‘loca’ de la imagen corporal es la consecuencia lógica del trastorno de la función especular en el estadío del espejo, ni más ni menos que allá donde se configuran los cimientos de la identidad, los primeros atisbos del Yo. La falla del narcisismo trófico es una carencia que se arrastrará siempre en mayor o menor medida. La anorexia es uno de sus síntomas más graves. La bulimia es su reverso. Por eso se dan con tanta frecuencia imbricados ambos cuadros. La anorexia mostraría la cara defensiva del conflicto y la bulimia su lado compensador.

       Pero ¿de qué conflicto hablamos? No quiero anticiparme a las tesis de Lacan, así que siguiendo a Caparrós y Sanfeliú recojamos su reflexión sobre el ayuno y cómo la privación del alimento provoca un sentimiento maníaco de control del cuerpo, ni más ni menos que estar por encima de la necesidad, esa pleitesía al régimen de naturaleza, y claro, cómo no, “un sentimiento de omnipotencia y confusión subversivas”. Esa omnipotencia es el resultado del desafío al Otro totipotente de la infancia, un órdago adolescente que deja atrás su impotencia y dependencia infantiles para autoafirmarse en su radicalidad autosuficiente. Pero esa apuesta por la ‘independencia’ del Otro, va más allá de sus padres, y es una confusión fatal que la aboca a la deserción de lo social y a la soledad más absoluta, una vez desvanecido el espejismo alienante de su tribu de “iguales”.

       Volvamos a Isabelle Caro, anoréxica desde los trece años, hija de una madre muy posesiva y un padrastro ausente. Es a los 25 años cuando decide colaborar en la campaña contra la nueva epidemia juvenil y muestra su cuerpo esquelético desnudo, patético saldo de su romance letal con ‘Anna’, que es como ella llama coloquialmente a su ‘calvario’. En la entrevista nos describía con detalle el “ritual eufórico” que se permitía ingerir …¡a las cinco de la madrugada! -¡¿estamos locos o qué?!- dejando constancia de la autarquía de su goce en esas prácticas alimenticias” fuera de las leyes y los hábitos de la comensalidad corriente.

       Y es la primera vez que he mencionado el término de goce, porque se me ha escapado, pero viene bien y a cuento para dar cuenta de su “rechazo a todo deseo y todo placer, nociones prohibidas en mi vida, que iba en búsqueda de la perfección de un ideal de pureza”. Y en esta afirmación se condensan cientos de farragosas páginas mareadoras de perdices. En realidad, ya estaba implícito desde la etimología, donde decíamos que “son anoréxicas personas que no desean, que no tienden a”. Y aquí se hace pertinente toda la distinción entre el impulso al goce y el deseo que desgranamos en su día con su bacalao correspondiente, bacalao que sigue vigente y pululando por doquier, y sírvanos de muestra la declaración de C y S cuando dicen que “la renegación de lo pulsional está en la base de la perfección soñada”. Caparrós no es lacaniano sino ‘analítico vincular’, así que se entiende su planteamiento, pero desde una perspectiva brujular tendremos que precisar que es la ruta deseante representacional la que está ‘renegada’, y que será en términos pulsionales como se jugará el conflicto, concretamente por la vía de la privación. Y que ese rechazo de la ruta deseante es consecuencia directa del rechazo de la falta en el Otro, es decir, del límite simbólico. Y, consecuentemente, la persecución de ese ideal de pureza se juega en régimen imaginario, es decir, territorio del Yo ideal -o Ideal Tirano- y de ahí sus callejones sin salida, porque todos sus movimientos no son más que falaces escapatorias.

       Así pues, mil bazas diferentes, infinidad de combinaciones contingentes y palos de distintos tipos, pero, a fin de cuentas, brújula en mano, sota, caballo y rey. No lo olvidéis.