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domingo, 28 de septiembre de 2025

 




                     APROXIMACIÓN AL FENÓMENO TRANS

                como síntoma de los tiempos que corren (LTQC)

                                    Una lectura brujular

 

          Finales de Septiembre de 2025. Territorio Arcángel, Veranillo de San Miguel. Hace ocho años ya que empezaba por estas fechas a escribir la Brújula, -que es el nombre coloquial con el que llamamos al Manual (de psicoanálisis para terapeutas)- y que terminé publicando en mayo del 19, un tochito de más de 600 páginas en el que a través de veinte lecciones introductorias daba cuenta de mi concepción del psicoanálisis tras más de treinta años de practicarlo y transmitirlo a numerosas promociones de terapeutas, fundamentalmente gestaltistas. Por cierto, recién se comunicó oficialmente que la Terapia Gestalt queda excluida del listado de técnicas en revisión sospechosas de pseudoterapia. Mi felicitación a la AETG y a sus practicantes. A mi manera, intento contribuir al reconocimiento de una praxis tan revulsiva y que se propone como eminentemente experiencial, compartiendo la riqueza conceptual que el psicoanálisis aporta y que intenté sintetizar de forma asequible en el Manual.

          Así las cosas, pensaba que mi función escritora había concluido, al menos en lo que se refiere al capítulo de los libros, pero cuál fue mi sorpresa cuando un par de otoños después me tropiezo con un minilibrito amarillo limón, “Yo soy el monstruo que os habla”, de Paul B. Preciado, y el tropiezo devino hostión, Más allá del rapapolvo corporativo que se me vino encima, -que me la trae bastante floja porque no tengo ninguna querencia institucional y, puestos a designarme, me presento como psicoanalista free lance- lo que me supuso aquel tortazo fue un contundente gancho dialéctico que me rompió los esquemas, tan claros y estructurados que los tenía yo, y me dejó literalmente ko. Invitado a unas jornadas de psicoanalistas lacanianos en París para dar testimonio de su experiencia trans, Preciado se erige en el airado portavoz de la Teoría Queer, lanzando un torpedo a los cimientos del corpus psicoanalítico, tan obsoleto ya, impugnando el binarismo sexual, a la vez que una soflama revolucionaria invitándonos a las barricadas y a secundar en la calle a esos tártaros tanto tiempo presentidos que por fin y de forma inminente estaban al caer. Glups.

          Hay que decir que, a día de hoy, cinco septiembres después, la tormenta tártara declinó bastante y tras su tronar revolucionario ha dado paso a otra tormenta más temible y plausible, exacerbada por los fulgores previos, y que tras el mascarón de proa de una especie de minion de tupé oxigenado y corbata roja, se arraciman iracundas las hordas de la contrarevolución. Horreur. Mientras escribo estas líneas, el ahijado más soberbio del gran minion, acaba de lanzar su incendiaria arenga patriótica contra una Asamblea General de las Naciones Unidas casi vacía como protesta ante su impune genocidio.

          “El horror, el horror” declamaba Marlon Brando/Kurtz en la penumbra postrera de Apocalypse Now, lúcida confesión íntima ante el espanto apocalíptico de la falta de límites en el corazón de las tinieblas. Y es que es esa ausencia de Límite el rasgo que aúna ambas tempestades en su cruenta diferencia, de guante blanco la primera y de sangre asesina la segunda. El ocaso del Otro simbólico que sustenta ambas viñetas, la revolución del género y la contrarevolución ultranacionalista, queda patentizado por la inanidad impotente de la ONU ante la masacre de Gaza, pero ambas dos, vestida de provocación colorista la primera, o de desafío infame la segunda, son distintos reflejos del inexorable ocaso del Nombre del Padre, Lacan dixit.

          Sé que la comparación que acabo de plantear puede resultar escandalosa para algunos: ¿Qué tendrá que ver bombardear y destruir una ciudad con dinamitar los fundamentos epistemológicos de la diferencia de los sexos? Es ruidosa la distinción, 70.000 víctimas, de carne y hueso, 20.000 de ellas niños. Es patente que la diferencia entre una bomba real y una bomba dialéctica pasa por el espanto y la muerte de la primera y la confusión y la desorientación generada por la segunda. Nada que ver pues a ese respecto. Pero es que cuando cito a la masacre gazatí, no es tanto para reflexionar sobre el dolor de sus muertos, cuanto para denunciar la infamia de la pasividad internacional ante el genocidio en directo, y la vergonzante batalla retórica que hacen de su denominación un esperpento. Es ahí, en la cobardía moral que ha aflorado en el ágora pública, tanto a nivel patrio como en los organismos internacionales, donde refulge el síntoma y el bochorno cómplice, respuestas indignas, impensables hasta antesdeayer mismo, de resultas de la creación de la ONU en 1945, como espacio referencial en la defensa de un Orden Internacional supuestamente comprometido con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ya sé que era un ideal a perseguir, más que una realidad a cumplir, pero en su papel de referente simbólico venía a ejercer de un cierto freno paliativo a los desmanes de los conflictos más onerosos, con frecuencia de forma bastante insuficiente, hay que decirlo. Pero en esta ocasión el silencio ha sido estruendosamente ominoso.

          Es esa debilidad y declive del Orden Simbólico en favor del imperio de lo Fálico lo que a mi entender subyace y caracteriza este frenesí desorbitado de los tiempos que corren (LTQC). Un frenesí tumultuoso y desbordado que lo salpica todo, dando la cara de mil formas distintas que encubren su naturaleza común con fachadas muy diversas, desde la ubicua posverdad a los trastornos alimentarios, el ghosting y los vínculos líquidos, la dictadura del selfi o la lustrosa vigorexia. Many, many, a lot of, un puñao, por todas partes y a todas horas, como el pasmante pire peliculero de los Oscar.

          Mi propósito es hacer un barrido panorámico de cómo está el patio en los tiempos que corren, para elucidar las claves estructurales de todo este sarao sin tener que recurrir al metaverso. Al contrario, frente a ese empuje multiplicador al infinito, poder hacer una reducción minimalista desde el enfoque brujular. Ya sabéis, y quien no, lo comunico ahora: yo creo en el valor de la gota, pues, con Jorge Drexler, pienso que una gota puede saber (casi) todos los secretos del mar, y que, como diría el otro, menos es más. Es desde ahí que abordaré el fenómeno trans, síntoma por excelencia de los tiempos que corren (LTQC), para intentar dar y darme una respuesta congruente y consistente al tsunami conceptual que PBP sembró en mi con su fulgurante diatriba iconoclástica. Cinco años después, con más de cincuenta libros subrayados y trajinados como compañeros de camino, tomo la palabra y empiezo a escribir. A quien le tiente la idea, ojalá nos volvamos a ver, o a leer, en ese océano de papel que es un libro, cuando termina llegando a ser. Tremendo viaje. ¡Por San Miguel! 


                                                                                 Mamouna, septiembre de 2025

          

jueves, 1 de mayo de 2025

EL PSICOANÁLISIS Y LAS PSICOTERAPIAS

 



El Psicoanálisis y las Psicoterapias      (Entrevista)

 

                                  “El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás” 

                                                                                                            J. Lacan

 

 ¿Qué es la psicoterapia? 

Si consultas en internet encontrarás diversas definiciones al respecto, pero me quedaré con la versión más simple y genérica que plantea la psicoterapia como la intervención psicológica destinada a mejorar la salud mental. Etimológicamente viene del griego y la conjunción de dos palabras: psyco, alma, pensamiento, y therapeia, cuidar, atender, aliviar. Así pues, tratamiento psíquico de los malestares del alma. ¿Y qué es un tratamiento psíquico? Aquél que se vale de la herramienta psíquica, que no física o química. ¿Y cuál es la herramienta psíquica? Pues ni más ni menos que la palabra. Así pues, diremos que psicoterapia es el tratamiento de los problemas psíquicos -o dolencias del alma- a través de las palabras.

Ese sería el común denominador de una gran variedad de modalidades técnicas y de escuelas que, a día de hoy, en algunas clasificaciones, superan las trescientas. Dentro de ese catálogo infinito, grosso modo, podemos subdividir las más significativas en cuatro grandes ramas:

Psicoanálisis, Terapia cognitivo conductual (TCC), Psicoterapias humanistas y Otras (que abarcan un amplio conjunto de variantes más o menos mestizas) 

 

¿Comparten algún otro elemento común a parte de la palabra? 

Efectivamente, la herramienta es la palabra, pero no cualquier palabra, ni de cualquier manera. Será una palabra que ejerce una determinada influencia. Más allá de los antecedentes arcaicos grecolatinos, podemos situar el origen de esta práctica en Mesmer, un médico vienés que en 1760 introduce el llamado magnetismo animal, que evolucionará con sus discípulos, al punto que, en 1840, Braid, un médico escocés, designará hipnotismo al método mediante el cual induce una somnolencia artificial, y llamará sugestión a la influencia psíquica que ejerce el hipnotista sobre el hipnotizado. Es precisamente el uso de la hipnosis que emplea Charcot con sus histéricas en la Salpetriere, lo que llevará a Freud a París en 1885 a aprender de él. Y a través de la técnica hipnótica constatará la realidad de una operatoria psíquica más allá de la conciencia que terminará denominando inconsciente. Y valiéndose de la hipnosis empezará a desarrollar los primeros pasos de su método catártico, y su técnica del apremio consistente en indagar los recuerdos conflictivos reprimidos y conminar al paciente a hacerlos conscientes y descargar los afectos retenidos, hasta que una paciente conocida como Emmy, un día le conmina a él a callar y a dejar de interrumpirle con sus órdenes, permitiéndole expresarse libremente. Freud toma nota y a partir de ahí abandona la hipnosis y se acoge a la que llamará regla fundamental de la libre asociación con la que invitará al paciente a comunicar todos sus pensamientos sin censurarlos, dejándose llevar por la propia dinámica significante.

Este es un paso fundamental, pues se desprende de la influencia de la sugestión, modalidad directiva que había regido la actividad psicoterápica desde sus orígenes mesmeristas, y se abre al poder asociativo de las palabras, regidas por una dinámica invisible que mueve sus hilos resonantes más allá del voluntarismo discursivo, característica singular de la operatoria inconsciente. Es aquí donde procede situar el origen del psicoanálisis propiamente dicho.

Así pues, el abandono de la sugestión y la apertura a la dimensión inconsciente del lenguaje, abren la brecha decisiva que diferenciará técnica y conceptualmente al psicoanálisis del resto de las psicoterapias. 

 

¿Conlleva alguna consecuencia esas diferencias? 

Pues sí, la verdad. Abrirse a la dimensión inconsciente del psiquismo comporta consecuencias radicales a la hora de pensar la subjetividad, y desde ahí la clínica. Es decir, un enfoque radicalmente diferente de concebir el malestar psíquico y desde ahí un abordaje clínico en otra longitud de onda.

Obviamente este no es el marco para poder explicar con detalle de qué consecuencias estamos hablando. El psicoanálisis es una teoría de una complejidad abrumadora, aunque una vez destilada, en realidad, pueda resultar bastante simple. Pero para poder llegar ahí hay que atravesar verdaderas junglas conceptuales regidas por lógicas nada evidentes, paradójicas, contradictorias. Sírvanos de ejemplo los cuadros de la locura, campo clínico que nos confronta por definición con el sin sentido. Sin sentido del que la psiquiatría se desentiende y atribuirá a algún desequilibrio del neurotransmisor de turno. El psicoanálisis postula una lectura radicalmente diferente, y más allá del balance de los neurotransmisores, sostendrá que el desequilibrio atañe a una falla del orden simbólico, y que el disparate delirante encierra toda una lógica rigurosa regida por un código alternativo que Freud llama proceso primario y que además cumple una función reparativa del caos psíquico. ¿Suena marciano verdad? Pues así vamos. Hace falta acceder a unas claves lógicas precisas para poder escuchar música, aunque sea disonante, donde la mayoría sólo oye ruido. 

 

Pero este planteamiento tan ‘poético’ que haces es lo que, entre otras cosas, alimenta críticas feroces contra el psicoanálisis desde un arco amplio de enfoques. Veamos un botón de muestra de los dos polos. Desde la Neurociencia se le tacha de ¡Vaya timo!, que es una pseudo ciencia y se le empareja con la Parapsicología, y desde el otro extremo, la Gestalt mismo, se le tacha de algo muy mental que se pierde de la experiencia en medio de tanta palabrería. ¿Tienes algo que decir? 

Pues sí, nos caen de todos lados. Es lo que hay. Desde sus inicios Freud fue vilipendiado porque sus propuestas iban contracorriente y suscitaban un rechazo furioso. Imagínate lo políticamente incorrecto que resultaba plantear la sexualidad infantil en aquellos tiempos victorianos y postular que el infantil sujeto era un perverso polimorfo. Le cayó la del pulpo. Por cierto, tan escandalosa tesis, resulta que ahora es repudiada por reaccionaria y patriarcal desde el púlpito queer. En fin, los extremeños se tocan, que decía aquél. Que la Neurociencia diga que el psicoanálisis no es una ciencia no me extraña. Es un asunto muy complejo y polémico en el que no voy a entrar, pero como escribí hace muchos años, es cierto que el inconsciente no sale en las radiografías (ni en los Tacs, ni en las ecografías, ni en las resonancias magnéticas, ni en cualquier otra tecnología de postín que se invente) Es lo que tienen las cosas del alma y el punto g.

Denuncian que nuestras premisas no son objetivas, y llevan toda la razón, porque de ser una ciencia, sería una ciencia del sujeto, siempre singular y relativo, pues el sujeto del psicoanálisis es el sujeto dividido ($), nada que ver con el sujeto de la ciencia, bien macizo él y encantado de conocerse a sí mismo. Así que sería un diálogo de besugos plantear la cientificidad del psicoanálisis en términos de las exigencias de las ciencias exactas (física, química, astronomía, matemáticas…) y sus protocolos, cuando de acampar en algún sitio, estaríamos del lado de la poesía, -por aquello de que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”-, o de las ciencias humanas (filosofía, sociología, psicología, historia…), ya se sabe, tan controvertidas e inexactas ellas, las pobres.

Respecto a la crítica de la Gestalt o de la Bioenergética, mismamente, sobre la palabrería y el sambenito “mental”, más allá de ciertos excesos interpretativos -“a veces un puro es sólo un puro”, Freud dixit-, o la inextricable oscuridad de la obra de Lacan, que las harían pertinentes, me parece una crítica ingenua contra el llamado logocentrismo psicoanalítico. Un ejemplo: es muy común que, tras un determinado trabajo o ejercicio gestáltico o corporal, generalmente dinámicos y eminentemente activadores, la consigna sea, “respíralo y quédate con la experiencia” o, “decir una palabra o una frase, no más”, con el propósito de no ‘corromper’ con las palabras la ‘pureza’ de la experiencia, desde el supuesto de una genuinidad del ser preverbal lamentablemente echado a perder por la contaminación del artificio cultural. Pero no tenemos que olvidar que por muy ‘corporal’ que sea la experiencia, lo que se mueve en el cuerpo, la energía que circula, lo que uno ‘siente’, a poco que uno se pare y tome conciencia, es procesado lingüísticamente por el pensamiento, porque el pensamiento, incluso el inconsciente, es lingüístico. Es lo que hay. Y está bien. Desde ciertos enfoques la palabra tiene mala prensa, es caca-de-la-vaca (bullshit), y con razón. Es la palabra como defensa, el “rollo patatero”, el bla-bla-bla. Lacan la llamaba la palabra vacía. A distinguir de la palabra plena, portadora de verdad. Es ésta a la que convocamos, y ese trabajo corporal-experiencial-movilizador, precisamente es una vía de conexión excelente para propiciarla. Yo, más que ‘plena’, prefiero llamarla ‘conectada’. Y cualquiera que haya pasado por la experiencia, sabe de lo que hablo. 

 

Para terminar. Se dice del psicoanálisis que es una técnica antigua, de muy larga duración, anclada en artilugios obsoletos como el diván, que ha envejecido mal ante técnicas modernas y especializadas más breves y resolutivas. ¿Qué opinas? 

Que sea una disciplina con 140 años de antigüedad no significa que se haya quedado antigua. Nació a la par que el cinematógrafo, en el umbral del siglo XX, y ahí tienes al cine con su traqueteada evolución, del mudo y en blanco y negro en las barracas de feria, pasando en su apogeo por las salas en cinemascope, tecnicolor y panavisión, hasta llegar hoy en día a virtualizarse en streaming en la pantalla de tu smartphone. Y ahí anda, vivo y coleando, al pie del cañón.

¿Y el psicoanálisis? Pues también ha experimentado desarrollos importantes en su evolución. Empezando por el propio Freud, que tras cuarenta años de clínica se atreve a reformular su tesis original del mecanismo regulador del ‘aparato psíquico’ que se regía por el llamado principio del placer, para dar paso a una propuesta insólita y contracorriente -otra vez- que apuntaba a un más allá del principio del placer, que llamaría para escándalo del personal, pulsión de muerte, verdadero salto mortal conceptual que le supuso fracturas y deserciones en su tripulación, Wilhelm Reich mismamente.

Y ahí viene Lacan en los años 50, reivindicando el legado freudiano y su espíritu subversivo, frente a la deriva acomodaticia de la escuela americana. Obviamente no entraré, pero en su rescate de Freud, se proclamará su genuino testaferro y desplegará y actualizará sus propuestas apoyándose en los suculentos aportes de nuevas disciplinas como la lingüística y la antropología estructural. Esa reformulación de los postulados freudianos serán la base de sus propios desarrollos, el Lacan clásico, que, en su propio devenir y el paso de los años, alcanzará una verdadera metamorfosis, casi cuántica, -el llamado ‘último Lacan’- que, por cierto, no tengo nada claro que, si Freud levantara la cabeza, le diera su bendición.

Así pues, el psicoanálisis sigue bien vivo, respetando sus raíces, -y ahí sigue el diván como opción-, pero yendo más allá, y ahí viene Lacan y sus sesiones de tiempo flexible, que terminó derivando en una fiebre minimalista de sesiones expres, el psicodrama freudiano y su enriquecedora dimensión grupal, o la, hasta bien recientemente denostada aunque ya casi naturalizada, sesión online de nuestros tiempos digitales.

Decir que es muy largo, otra vez, es una crítica barata y populista. Más allá de sus excesos interminables, -Woody Allen como paradigma, que hace de su experiencia carne de chiste-, un análisis es un proceso transformativo. No una terapia sintomal, ni una terapia breve de objetivos limitados. Estas opciones terapéuticas me parecen absolutamente legítimas, pero difieren del propósito que guía el análisis, donde el síntoma hace de motor causal de ‘la cura’, pero ésta va más allá de él, convirtiéndose, decíamos, en un proceso transformativo que promueve un cambio de la posición subjetiva. Pero estas son palabras mayores en las que no voy a entrar. Y sí, un proceso transformativo es un viaje de largo recorrido, a veces muy largo, que no se puede calcular ni programar. O, dicho de otro modo, una aventura incierta hacia el lado oscuro de uno mismo en busca de una imprecisa y liberadora verdad, eso que Lacan denominó atravesamiento del fantasma, o, posteriormente, bautizó con fórmulas más crípticas y borromeas, y que Freud había resumido desidealizadamente como el pasaje de la miseria neurótica al infortunio ordinario, y de forma más prosaica todavía, como una capacitación del sujeto para amar y trabajar. E qui li qua. 

 

                                                                                Mamouna, 18 de Abril de 2025


sábado, 31 de agosto de 2024

La Brújula 5ª Edición

 




“Cada maestrico tiene su librico”

                                                                                        Proverbio popular

                                                              INTRO

¿Otra introducción al Psicoanálisis? Ummm. Ya hay unas cuantas, y algunas de categoría. Entonces ¿por qué? ¿pa qué? Son preguntas que me asaltan potrosas a la hora de sentarme a escribir, algo que, por otra parte, remolón, he ido retrasando con excusas baratas. Pero ya me vale, aquí estoy, el día de los arcángeles, con el spotify de amigable compañía, decidido a coger el toro por los cuernos, y eso pasa por responderlas.

       Creo que la respuesta está en el título, Manual de psicoanálisis para terapeutas, simple y claro. Porque ese es mi propósito declarado, hacer una introducción al psicoanálisis presidida por la sencillez y la claridad, lo cual, dada la materia de la que se trata, no está en absoluto garantizado.

       También queda bien definido el destinatario, los terapeutas, que no psicoanalistas, y mucho menos los psicoanalistos. No abriga esta elección colegofobia alguna, descuiden, simplemente es que es muy importante a la hora de abordar la tarea tener claro quién es el interlocutor, y en mi caso viene marcado desde el origen por mi circunstancia. Llevo más de veinticinco años impartiendo cursos de introducción al psicoanálisis bajo el techo del programa de formación de Psicoterapia Clínica Integrativa que gestó y condujo mi colega y amigo Juanjo Albert hasta este Agosto que nos dejó, sin ruido y por sorpresa.

       Así pues, son muchos años de bregar con una tropa variopinta de terapeutas de amplio espectro venidos desde los más remotos confines y donde la tribu gestáltica es la hegemónica.

       Tener que presentar el vasto campo de la teoría psicoanalítica a un auditorio ajeno a ella en unas pocas clases me obligó a una labor de síntesis feroz que he ido modulando y destilando con el paso del tiempo. Por otra parte, al ejercer de supervisor, he tenido la oportunidad de ser testigo de las dificultades habituales a las que se enfrentaban los alumnos en el ejercicio de la práctica clínica. La impresión más generalizada que he recogido es que más allá del reconocimiento y expresión de las emociones conflictivas retenidas o "desconectadas", con el alivio correspondiente, a menudo no había un norte claro que guiara el proceso ni una escucha afinada de las huellas del fantasma inconsciente que recorría el discurso.

Podría citarles un caso que nos sirva de ejemplo.

       Se trata de una sesión realizada en la Formación. Aclarar que trabajan por parejas terapéuticas donde uno ejerce de terapeuta y otro de paciente, pero el cambio de función conlleva cambio de pareja. En este caso “la paciente” refiere lo que le sucedió con su paciente masculino que de entrada le despierta ternura y que de pronto y por sorpresa le espeta, “tu mirada cálida me da desconfianza”, para a continuación retirarse y volverse inaccesible. Ante eso ella piensa “estoy haciendo algo mal” y le invade un sentimiento de miedo y vergüenza. El terapeuta le hace algunas preguntas investigando su miedo y su vergüenza y ella termina comentando, “Mi fantasía es que yo le pueda estar gustando”.

El terapeuta le señalará: “Tanto miedo, tanto deseo”

Ella: “Ya sé, ya sé. Si le damos la vuelta es mi deseo”, y rompe a llorar. “Siento que estoy haciendo algo mal. ¿Qué puedo hacer con esto?”

Él: “¿Qué quieres hacer?”

Ella: “Abrirlo”

Él: “Está bien. ¡Ábrete, explóralo!”

Ella: “Me da vergüenza”

Él: “¿Puedes mostrar esa vergüenza conmigo ahora y ver qué haces con ella?”

Ella: “Me cuesta mostrarme ante los hombres” Dice mientras me lanza una mirada de reojo. Y en ese plural y en esa mirada soslayada revela que me incluye. La transferencia ya está operando.

       Y a partir de ahí aparecerá la figura del padre, en concreto, el recuerdo infantil de los 4-5 años, de aquellos días en los que compartía bañera feliz con él, y también “el día en que me dijo que ya nunca más podía bañarme con él. Me sentí rechazada, como si hubiera hecho algo malo.” (llora)

Él: “¿Qué necesitaría tu niña para ser reparada?”

       Y tendremos que considerar que más allá del alivio que le procurarán las propuestas reparadoras que vinieron y de las intenciones desculpabilizadoras que las presidían, quedó flotando en el aire una pregunta que no llegó nunca a formularse y que está pidiendo a gritos que alguien la enuncie: ¿Por qué le aparece ante el paciente que la rechaza la fantasía paradójica de que ella le pueda estar gustando?

Porque es en el ambiguo territorio del fantasma donde habita la oscura verdad velada. Pero descuiden, no les voy a destripar el pastel ahora. Quería simplemente mostrarles que hay varios niveles de intervención y que según a dónde se apunte, uno se encontrará con una u otra respuesta. Y no da igual. Y es que la clave, querido lector, reside en hacer las preguntas precisas.

       Pero para hacerse esas preguntas hay que tener presente todo un ECRO muy específico. ECRO es el acrónimo de Esquema Conceptual Referencial Operativo, término acuñado por Pichon Riviere en la mitad del siglo pasado y que me parece muy apropiado recuperar y cotejar su vigencia.

      Porque se trata precisamente de eso, de establecer un esquema conceptual básico con el que abordar la clínica y que el tal esquema referencial nos resulte eminentemente operativo, es decir, que nos ayude a orientarnos en la práctica del día a día.

      Yo a mi ECRO le llamo coloquialmente la brújula y, en su voluntad operativa, al conjunto de conocimientos que tengo intención de transmitirles con este libro los caracterizaría como cortados por un enfoque que podemos llamar brujular, es decir, regidos por un Norte universal que nos oriente fiablemente en medio de las más desabridas tormentas, a condición de que podamos identificar los distintos puntos cardinales.  

Acceder a configurar esa herramienta de apariencia tan simple no será sin embargo tarea fácil, al contrario, tamaña empresa tiene mucho de aventura conceptual y como toda aventura conlleva transitar novedosamente territorios oscuros marcados por las dudas y la incertidumbre y además habrá que estar atentos y prevenidos porque en esas aguas equívocas es donde habita amenazante y voraz el temible Bacalao, fenómeno sobre el que pronto les pondré al corriente.

El viaje que vamos a hacer para llegar hasta ahí, a la propuesta de lo que podemos llamar un psicoanálisis brujular, constará de dos partes y un epílogo. En la primera parte (lecciones I - VII) haré una presentación de los conceptos fundamentales. En la segunda (lecciones VIII - XX) abordaremos las llamadas estructuras clínicas -que yo prefiero llamar estructuras subjetivas-, para terminar en el epílogo desplegando en detalle de qué demonios hablamos cuando hablamos de la brújula.

Viene a ser una versión remozada del seminario introductorio que imparto desde hace años. Comprobarán que he puesto mi decidido empeño en darle un sustrato eminentemente clínico, es decir, pasado por la piedra de la práctica y sustentado por la exposición de múltiples viñetas clínicas. Fueron muchas ocasiones a lo largo de estos años en mi periplo de estudiante y de estudioso, en las que hubiera dado mi apéndice por un maldito ejemplo. Desde este lado, no he olvidado ni rehuido el reto.

      Y me he dejado para el final un dato que es clave antes de emprender el viaje.

       La versión del psicoanálisis que yo practico es esencialmente freudiana, pasada por el cedazo lacaniano, que es la corriente teórica que me ha servido de guía en este largo deambular, pero he de advertir que mi aproximación a la enseñanza de Lacan es parcial y personal. Parcial porque no es total, antes al contrario, es decididamente fragmentaria y selectiva. Y personal porque, ¿Qué si no?, ¿cacatúa?

       Con todo ello he de dejar claro que no pertenezco a ninguna escuela, iglesia, ni institución. Podríamos decir que soy un psicoanalista free lance, con la fortuna de haber crecido en un territorio fronterizo proteico y diverso que me ha regalado la posibilidad de una visión mestiza, abierta y crítica.

       Corren tiempos de fragores identitarios y de banderas. Hace mucho que dejé West Point atrás y me vine a la frontera donde habitan los indios y con los años aprendí a fumar el calumet y a hablar algunos dialectos nativos, incluso he de confesar que he bailado con lobos, pero también he de reconocer que se me da mejor bailar con las palabras que con los pies. Así que ahí vamos, zarpando ya a esta aventura heurística, rumbo a los manantiales del saber, en pos de esa brújula amiga que habrá que descubrir o inventar, golpe a golpe y verso a verso. Amén.


                                                                                           En Mamouna, mayo de 2019


viernes, 10 de mayo de 2024

El por venir



 Hoy hace cinco años ya que vio la luz mi querida Brújula. Tempus fugit que decía el poeta. La observo en silencio luciendo palmito en mi estantería junto a otros volúmenes con pedigrí y un orgullo recatado me alegra el alma. Hay que ver cómo crecen los sueños, tan callando.

Pensaba que mi tarea estaba cumplida. No me veía teniendo más que decir. Pero, va a ser que no. A la Brújula le espera un hermanito, fruto de un polvo intelectual salvaje, de los de aquí te pillo aquí te mato, que me cogió por sorpresa. Y es que en las cosas del querer, ya se sabe, nunca digas de este agua no beberé, porque la sed nunca cesa. Aquí os dejo un adelanto de lo que está por venir. Salud.



          Estrenando el verano de 2021 cayó en mis manos un librito amarillo de apenas 100 páginas -tamaño enano no, lo anterior- titulado Yo soy el monstruo que os habla publicado unos meses antes y que conseguí vía Amazon remitido desde California (USA). El autor era un tal Paul B. Preciado, a la sazón un célebre filósofo trans y un completo desconocido para mi hasta ese momento, ¡qué ignorancia por Dios! El impacto que supuso su lectura todavía repica en mis mientes y abrió un socavón profundo en el centro de mi concepción de cómo pensar el mundo, ya sabéis, la dichosa weltanschauung. Fue tal la conmoción que yo que venía todo satisfecho de publicar hacía relativamente poco mi Manual de psicoanálisis para terapeutas -donde había expuesto la síntesis de mi forma de entender el psicoanálisis, es decir, la subjetividad y sus derivas a la luz de la gramática inconsciente- me vi impelido a tener que zambullirme de nuevo en la mar océana del conocimiento para revisar y repensar los cimientos de esa construcción epistémica que el torpedo del tal monstruo había intentado reventar dejándolo en riesgo de derribo. Casi na.

          El núcleo duro conceptual al que Preciado dispara es el que viene llamando paradigma de la diferencia de los sexos, paradigma fundamental que sostiene la cosmovisión imperante, supuestamente desde el siglo XVIII, Foucault dixit, aunque para mí, tan ignorante, que el tal paradigma viene desde los tiempos de Eva y Adán. Es desde ese propósito decidido de demolición del obsoleto y opresivo orden establecido, que promueve “la buena nueva” del evangelio queer del que se presenta como abanderado en su condición de persona no binaria registrada como hombre trans

         Trans es el significante amo de la época actual, este primer cuarto del siglo XXI -que yo vengo denominando de forma coloquial como los tiempos que corren (LTQC)-, significante polisémico donde los haya, fruto bomba de las tropelías lenguajeras urdidas entre Foucault y Judith Butler, tan performativa ella, que cabalga, si no galopa, a lomos de la revolución del gender, -para nosotros el Género- pero que lo trasciende en su efecto expansivo, abarcando y aglutinando en su espíritu otros movimientos sociales, políticos, económicos, tecnológicos y culturales que componen ese mainstream globalizado que venimos llamando posmodernidad.

          Para poder responder a la impugnación a la totalidad con que Preciado me interpelaba desde sus páginas, he tenido que tomarme el tiempo necesario para intentar comprender la naturaleza del fenómeno que se nos venía encima, bien complejo pardiez. Han sido tres intensos años dedicados a la lectura, voraz primero, pausada después, de un abanico de textos que abarcan un amplio arco de miradas dispares en relación a la que está cayendo. Necesitaba documentarme y reunir suficiente información para poder hacerme una idea propia y crítica de los distintos decires en danza, ortodoxos, heterodoxos y mediopensionistas. He leído a un ramillete de autores de lo más florido, algunos de un barroquismo tan oscuro que ni Caravaggio. A veces corrí el riesgo de quedar atrapado por infumables argumentos sargazo y otras sentí la inquietante incertidumbre de transitar por tierras brumosas y pantanosas dispuestas a engullirte sin avisar, también el vértigo de bordear tentadores precipicios sin saber volar. Salí airoso de tan ardua travesía con la firme determinación de bocetar un mapa temático en el que abordar y distinguir los diversos campos en juego que intersectan alrededor del tema trans. Sé que hay ya mucha literatura al respecto, algunos textos realmente iluminadores y también panfletos con vocación de llevarte al huerto, y entre tanto tráfico de ideas me encontré, cómo no, al taimado bacalao. Quien me conoce ya sabe que ese bicho, malnacido estructural, a la vez que me irrita, me pone, como Moby Dick al viejo Ahab. Así que armado de mi brújula y mi paciencia decidí darle caza y aportar mi humilde granito de arena(s) al asunto. De momento os brindo el título:

        

          El caleidoscopio trans y otras cuestiones posmodernas.

          Una aproximación brujular a los tiempos que corren (LTQC)


El resto, iremos viendo.

          

          

                                                                     Mamouna, 10 de Mayo de 2024



viernes, 26 de enero de 2024

LA(S) ANOREXIA(S


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       Supongo que todos recordaréis las imágenes que estremecieron al mundo de una joven anoréxica desnuda publicitadas por Benetton allá por 2007. Su impacto era tan brutal que fueron prohibidos los grandes carteles que la anunciaban en las calles de Milán con ocasión de un salón de Moda. Era un esqueleto viviente llamado Isabelle Caro, modelo de 25 años que falleció tres años después. En un blog contaba su historia y su calvario al que llamaba Anna, la anorexia. Cito de un artículo publicado en El País. Su dieta consistía en un poco de líquido, algo de chocolate y dos pastelitos de fresa. “Esperaba con impaciencia a que llegaran las cinco de la madrugada, hora a la que me concedía el derecho a beber por fin unos tragos de coca-cola light y mis dos tacitas de té que degustaba en una suerte de ritual eufórico…[…] Rechazaba todo deseo, todo placer; nociones prohibidas en mi vida, que iba en busca de la perfección de un ideal de pureza”.

       Sírvanos este breve testimonio, como podrían ser tantos otros, de carta de presentación de esta dolencia singular y enigmática que desde su espanto silencioso nos grita e interpela como sociedad y como profesionales. ¿Qué espíritu demoníaco habita a estas jóvenes que en su arrebato transfigurador les conduce por los lindes de la muerte?

       Puede ser una buena idea hacer un poco de historia guiados por Nicolás Caparrós e Isabel Sanfeliú3 en su La anorexia, una locura del cuerpo.

       Y es así que nos cuentan que Galeno, en el siglo I, cita a Hipócrates refiriéndose a “Los que rehúsan el alimento son llamados anorektous, que significa ‘los que carecen de apetito’ o ‘evitan el alimento’. Desempolvando la etimología, Baravalle nos señala que la palabra anorexia está compuesta por un prefijo negativo ‘an’, y el verbo ‘orexo’ que significa ‘tender’, ‘desear a alguien’. Ninguna mención a la ingesta. Son pues anoréxicas aquellas personas que no desean, que no tienden.

      […] El ayuno, antes de integrarse en el nódulo central de este cuadro, ha pasado por múltiples alternativas debidas ante todo al espíritu de la época (Zeitgeist): implicó una connotación de santidad, después, de posible posesión diabólica, más tarde de magia y acaso simulación, para terminar siendo reducto de una medicina más o menos psicologizada.

       […] ¿Por qué se ayuna? El ayuno provoca omnipotencia y confusión subversivas: la negación y frustración del cuerpo junto con la aspiración a la inmortalidad, a la comunión con el objeto idealizado en permanente contigüidad con la muerte. Éxtasis y eternidad, caos y destrucción. Al poner a prueba en su límite las leyes de lo biológico, los apoyos psíquicos se tambalean y surge la vivencia inefable de triunfo sobre lo contingente. La renegación de lo pulsional está en la base de la perfección soñada, de la superación del conflicto. La privación del alimento deriva en un sentimiento maníaco de control del cuerpo: En los ayunos ascéticos esta vivencia se matiza con la sublimación, en la anorexia se exacerba a través de una patología narcisista” (pág.21).

       Y para despedir a estos autores citaré unas líneas en las que empieza corrigiendo a Hipócrates: “El paciente anoréxico, preciso es decirlo, no sufre de falta de apetito, y está aquejado de un peculiar control sobre sí mismo. Los rasgos más característicos que troquelan esta compleja conducta son:

   a) El miedo, que a veces degenera en pánico, a engordar, incluso en aquellos casos en los que el peso está ya por debajo del promedio.

   b) Vivencias distorsionadas en lo relativo a la experiencia ponderal y a la imagen del cuerpo.

   c) Rechazo a mantener el peso por encima del mínimo que se considera normal (pág.20).

  

     Y ya cerrado el texto, me debato en cómo continuar. ¿Abro nuevos textos? ¿Sigo sumando más información? ¿Amontono más ítems y más datos? ¿Entro a saco en los desarrollos lacanianos, algo que me produce a la vez tedio y vértigo? ¿Para qué? ¿Qué gano aturdiéndoos más vuestras mientes? Y se me ocurre, querida tripulación, que podría estar bien hacer un breve receso en la exposición, elaborar una síntesis brujular de lo recién visto y despejar los hilos conductores que articulan el material expuesto. Luego, desde ahí, ya veremos. Vamos allá pues.

 

Una lectura brujular

       Parémonos a pensar en los rasgos que venían a destacar Caparrós y Sanfeliú como los más característicos de la conducta anoréxica, aunque donde dicen tres, bien podrían haber listado cinco o n, basta asomarse a las listas infinitas del DSM. Pero centrémonos en estos tres e interroguémoslos.

       Empecemos por a) ¿Por qué ese miedo-pánico a engordar? ¿Qué significa para ella coger esos kilos? ¿Qué sentido tiene ese horror al peso? Hay algo ahí que va más allá del capricho estético o la coquetería ¿no? Algo loco. ¿Y qué es lo loco sino lo que no quiere saber del límite? Lo cual nos lleva directamente a c) y el rechazo al peso normativo, es decir, al peso normal, esto es, a la Norma. Lo cual nos va demarcando un escenario reconocible. Dijimos desde el principio que en la conducta anoréxica subyacía un problema vincular. Es decir, algo grave ocurre entre esa madre y su baby que se juega dramáticamente en la interacción que supone el acto alimenticio, y obviamente el cachorro tiene poco que decir. De entrada, le viene todo dado, y es obvio que ‘eso’ que la madre le da no debe de ser muy saludable; es lo que tiene la ‘mala leche’. Así que habría que indagar en la madre y su propia historia. Un mundo. Aquí cobra sentido la sentencia lacaniana de “un problema con el otro en el campo del Otro", dando a entender que en el problema concreto de la interacción entre ese baby y esa mujer que es su madre, entran en juego unas variables que los sobredeterminan y que apuntan a un déficit simbólico.

       ¿Y qué pasa con b)? Esa distorsión ‘loca’ de la imagen corporal es la consecuencia lógica del trastorno de la función especular en el estadío del espejo, ni más ni menos que allá donde se configuran los cimientos de la identidad, los primeros atisbos del Yo. La falla del narcisismo trófico es una carencia que se arrastrará siempre en mayor o menor medida. La anorexia es uno de sus síntomas más graves. La bulimia es su reverso. Por eso se dan con tanta frecuencia imbricados ambos cuadros. La anorexia mostraría la cara defensiva del conflicto y la bulimia su lado compensador.

       Pero ¿de qué conflicto hablamos? No quiero anticiparme a las tesis de Lacan, así que siguiendo a Caparrós y Sanfeliú recojamos su reflexión sobre el ayuno y cómo la privación del alimento provoca un sentimiento maníaco de control del cuerpo, ni más ni menos que estar por encima de la necesidad, esa pleitesía al régimen de naturaleza, y claro, cómo no, “un sentimiento de omnipotencia y confusión subversivas”. Esa omnipotencia es el resultado del desafío al Otro totipotente de la infancia, un órdago adolescente que deja atrás su impotencia y dependencia infantiles para autoafirmarse en su radicalidad autosuficiente. Pero esa apuesta por la ‘independencia’ del Otro, va más allá de sus padres, y es una confusión fatal que la aboca a la deserción de lo social y a la soledad más absoluta, una vez desvanecido el espejismo alienante de su tribu de “iguales”.

       Volvamos a Isabelle Caro, anoréxica desde los trece años, hija de una madre muy posesiva y un padrastro ausente. Es a los 25 años cuando decide colaborar en la campaña contra la nueva epidemia juvenil y muestra su cuerpo esquelético desnudo, patético saldo de su romance letal con ‘Anna’, que es como ella llama coloquialmente a su ‘calvario’. En la entrevista nos describía con detalle el “ritual eufórico” que se permitía ingerir …¡a las cinco de la madrugada! -¡¿estamos locos o qué?!- dejando constancia de la autarquía de su goce en esas prácticas alimenticias” fuera de las leyes y los hábitos de la comensalidad corriente.

       Y es la primera vez que he mencionado el término de goce, porque se me ha escapado, pero viene bien y a cuento para dar cuenta de su “rechazo a todo deseo y todo placer, nociones prohibidas en mi vida, que iba en búsqueda de la perfección de un ideal de pureza”. Y en esta afirmación se condensan cientos de farragosas páginas mareadoras de perdices. En realidad, ya estaba implícito desde la etimología, donde decíamos que “son anoréxicas personas que no desean, que no tienden a”. Y aquí se hace pertinente toda la distinción entre el impulso al goce y el deseo que desgranamos en su día con su bacalao correspondiente, bacalao que sigue vigente y pululando por doquier, y sírvanos de muestra la declaración de C y S cuando dicen que “la renegación de lo pulsional está en la base de la perfección soñada”. Caparrós no es lacaniano sino ‘analítico vincular’, así que se entiende su planteamiento, pero desde una perspectiva brujular tendremos que precisar que es la ruta deseante representacional la que está ‘renegada’, y que será en términos pulsionales como se jugará el conflicto, concretamente por la vía de la privación. Y que ese rechazo de la ruta deseante es consecuencia directa del rechazo de la falta en el Otro, es decir, del límite simbólico. Y, consecuentemente, la persecución de ese ideal de pureza se juega en régimen imaginario, es decir, territorio del Yo ideal -o Ideal Tirano- y de ahí sus callejones sin salida, porque todos sus movimientos no son más que falaces escapatorias.

       Así pues, mil bazas diferentes, infinidad de combinaciones contingentes y palos de distintos tipos, pero, a fin de cuentas, brújula en mano, sota, caballo y rey. No lo olvidéis.