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martes, 8 de septiembre de 2015

THAT'S  ALL  FOLKS !










¡E-e-e-eso es todo amigos! tartamudeaba Porky desde la pantalla de la prototele cuando despedía puntualmente cada tarde/noche el show de The Looney Tunes a las ocho y veinticinco y daba paso a la familia Telerín y su "vamos a la cama que hay que descansar, para que mañana podamos madrugar" con el que cerrábamos metódicamente una jornada más de aquella infancia interminable de los tiempos de antes del Nesquick, es decir, territorio Cola Cao.

"Eso es todo amigos" era la despedida de aquel programa de dibujos animados que, pandilla de chiflados con Bugs Bunny a la cabeza, te recibía con un saludo inolvidable, "¿Qué hay de nuevo viejo?", chascarrillo juguetón y paradójico que todavía espeto a algún que otro compay superviviente.

Saludos y despedidas, despedidas y saludos, rituales que delimitan el intervalo de un encuentro. Algo que abre y algo que cierra. Y en el medio, la vida como lapso. Un instante o una eternidad. La vida es eterna en cinco minutos, le cantaba a Amanda el poeta, porque los cinco minutos, ese es el prodigio, te hacen florecer.
Hola y adiós. Y en el medio una historia. O muchas.

Desde niño ya me divertían las palabras, mejor, los juegos de palabras, atravesado el Rubicón escatológico del "caca, culo, pedo, pis". Me gustaban las adivinanzas, "Una señorita muy enseñorada que siempre va en coche y siempre va mojada, ¿quién es?", no sólo cuando conseguía adivinar triunfal la respuesta, "¡la lengua!", pues lo que realmente me encantaba era la formulación de la pregunta, tan ocurrente, su entonación, su rima, su melodía. Lo que ahora diríamos "sus maneras significantes", más que su significado. 
Y claro, hay maneras y maneras. No es lo mismo plantear un enigma cifrado del tipo de "En este banco están sentados un padre y un hijo, el padre se llama Juan y el hijo ya te lo he dicho", que provocar a tu perplejo intelecto  con aquél patriótico nacional catolicista "¿De qué color es el caballo blanco de Santiago?" que desafiaba todas las leyes de la lógica, como Arsenio Lupin, y Lacan con él, en La carta robada de Poe.

En cualquier caso, maniobras palabreras en su heredad, que es el lenguaje. Y si de lenguaje hablamos es que nos hallamos en el reino de la Lingüística. O debiéramos. Pero tratándose de Lacan, ya se sabe, nunca se sabe. Bueno, algo sabemos. 
Los que se animaron a leer las últimas entradas del blog pese a mis advertencias ya están al tanto de la escabechina que le montó al venerable signo lingüístico de Saussure para ir abriendo boca. Claro, es comprensible que a los del gremio ling les tocara las narices que llegara un señor del gremio psi y, cual elefante por cacharrería, les diera la vuelta a sus fundamentos. Pero si a Lacan le sobraba osadía, no le faltaba perspicacia. Y con un chispazo de su ingenio - ¿no querías caldo? ¡toma dos tazas! - se sacó un neologismo de la manga que le vino al pelo. "Yo no hago lingüística, yo hago lingüisteria"  y chin pun. Muerto el perro se acabó la rabia.
Licencia para lingüistear sin que le dieran la tabarra purista.

Y claro que lingüisteó. Sintiéndose en racha, propuso un nuevo neologismo más inspirado si cabe, Lalangue, traducido, no muy afortunadamente a mi entender, por lalengua, pues huelga decir que en su homofonía, original y neologismo, se confunden, así que desde ya y aquí mismo propongo sustituirlo por laluenga, con permiso de Los Llopis.

Y ¿qué es lalangue

Cito a Zizek, afamado gurú poslacaniano, posmarxista y poscinéfilo: "El lenguaje como el espacio de placeres ilícito que desafía toda normatividad: la multiplicidad caótica de homónimos, juegos de palabras, relaciones metafóricas "irregulares" y resonancias".

Aclarar que esta dimensión gamberra del lenguaje no es una pose rebeldona ni trash, no. Por suerte o por desgracia es estructural. Y a mi, como cantaba el Kevin, "su idiosincrasia me hase mucha grasia", o no. Porque me matan los chistes malos. Como los indios sin grasia, con perdón.

Y una vez más Lacan hace de su argucia un ardid pertinente pues desvela una evidencia hasta entonces cegada, o, como mínimo, tuerta. Pues ya se sabe que evidentemente Evidente miente, y que a donde apunta Lacan con su lalangue es a desmarcarse de la lengua como sistema, concepción que defienden los lingüistas, y a remarcar su falta, su incompletud, su inconsistencia, estigmas que nos abocan al malentendido estructural, consecuencia de que las palabras se hallan infiltradas por el deseo y su sombra (de goce, glups). 
Ya lo dijimos, el inconsciente es lingüístico, o mejor, a la manera de Braunstein, diremos lenguajero
(Pero, sombreado y entre paréntesis, se me ha colado el bicho,  ése del que no quiero ni hablar, así que, nada como un mutis por el foro y un si te he visto no me acuerdo ...calamar!)

¿Qué hay de nuevo viejo?

Lamento decirte que, ¡maldita sea la gracia!, más que de saludos es tiempo de despedidas, crepúsculos, y de vuelta a trabajar.

De despedir al verano, ese tiempo pletórico siempre en fuga, que en su frenesí se llevó puntual a Oliver Sacks, ese hombre bueno y sabio que saboreó agradecido la vida hasta sus últimos sorbos. Y digo puntual, porque en Febrero publicó en el New York Times una carta donde comunicaba que recién le habían diagnosticado un cancer que le mataría en seis meses. Exacto. Cumplidora, la Parca se lo llevó en Agosto. La carta se titulaba De mi propia vida. Muchos la habrán leído, quien no, que no se la pierda. Es un texto breve y ejemplar, sencillo y entrañable, en el que le da gracias a la vida que tanto le había dado. Un testimonio del arte de bien vivir y de bien morir, que vistos así, parece claro que son el mismo. 
Gracias a ti, Oliver. Que tus palabras semilla circulen y germinen. Amén.

Así las cosas, no debe ser casualidad que el otro día viera Despertares, a no ser que pensemos con Borges el azar como una causalidad cuyas leyes ignoramos.

Awakenings, (qué bonito suena en inglés), es una peli de 1990, adaptación de un texto parcialmente autobiográfico de Oliver Sacks e interpretada por Robin Williams y Robert de Niro.
Relata la historia del Dr. Sayer, un neurólogo investigador sin experiencia clínica que consigue trabajo en un hospital de Nueva York donde se ha de hacer cargo de pacientes neurológicos crónicos graves. El, a su vez, es una persona con serias dificultades para establecer relaciones sociales, llevando al margen de su trabajo una existencia aislada y solitaria, y en el mismo, un trato reducido a lo estrictamente profesional evitando cualquier atisbo de aproximación o intimidad con sus compañeros, muy patente en el caso de Eleanor, la atenta y discreta enfermera que le acoge y le apoya desde el principio. Es desde esa condición de bicho raro que puede observar la realidad de los enfermos con otra perspectiva y va a abordar a un grupo de catatónicos diagnosticados de encefalitis letárgica. Se plantea experimentar con la L-dopa, un antiparkinsoniano de nueva  generación, pero ha de centrarse en un único paciente, Leonard, que encarna Robert de Niro. 
Probando con diferentes dosificaciones un día consigue inopinadamente que R.d.N. salga de su letargo y "despierte", al punto que recupera su motilidad y su conciencia, y habla y se comunica con él como si hubiera salido de un sueño, más bien una pesadilla, de más de treinta años. Tras la sorpresa y el júbilo correspondiente el tratamiento se hace extensivo al resto de afectados. El milagro es espectacular y variopinto, pero recuperar la salud no implica recuperar el tiempo perdido. Todo es nuevo, incierto y provisional. Leonard, que se enfermó siendo un chaval, va a tropezarse de morros con la atracción enigmática y rotunda que siente por una chica que visita el hospital, y va a buscar encontrase con ella y conocerla. Lo consigue. Pero ese enamoramiento que le asalta, esa fuerza motriz que le empuja a sentirse un hombre normal y a reclamar su derecho a vivirlo, es cercenado bruscamente por la directiva del centro, y en su rebeldía es reducido y encerrado en el pabellón de los locos peligrosos. Enjaulado, la rabia le subleva y en su impotencia resentida ...súbitamente se reencuentra con sus viejos espasmos. Es la señal de que lo que parecía curado es sólo un espejismo transitorio. La enfermedad contraataca, y tras un tortuoso periodo de convulsa batalla contra ella, el patético letargo catatónico vence y se impone. La cámara recorre despacio los distintos rincones del pabellón. Lo que antes fue una fiesta de alegría en movimiento ahora es un escenario silencioso donde cuerpos rígidos y rostros pasmados ven pasar el tiempo sin horas en la quietud mortífera de sus sillas de ruedas. Demoledor.

Pero esta es la síntesis de una parte de la historia, la relativa al curso fallido de un nuevo tratamiento y su desesperanzado pronóstico final. Podríamos quedarnos ahí, en el lado trágico de la experiencia de Leonard, en esa lectura sombría. Pero suceden muchas más cosas, muchas más historias  en esa simultáneidad incesante que es la vida, y esas otras tramas que se cruzan y se pierden, o se vislumbran y se adivinan, se abren a lecturas muy distintas. 

No pretendo hacer un análisis sintáctico ni sintagmático del film, para ese tipo de deconstrucción profunda y sistemática ya está el blog de Jaume Cardona, Cine y psicología. Sólo quisiera poner el foco en la fecunda  polisemia que encierra un texto, en el cubo de agua fría con el que a veces te espabila un oxímoron.

Y de nuevo el "¿Qué hay de nuevo viejo?", esa yuxtaposición chocante de opuestos que alumbra una salida paradojal.

Veamos. Aunque tarde su media hora larga en coger el timón parece obvio que es Robert de Niro el protagonista de la función. Basta irse a los títulos de crédito (conceptazo!) y ver quien aparece en primer lugar. Ese es un dato definitivo en Hollywood respecto a establecer las jerarquías. Por no entrar a valorar el regalito que es para cualquier actor de la Academia un papel que albergue algún tipo de discapacidad que permita lucir el más sofisticado repertorio de tics que ni en el Actor's Studio. Aquí de Niro cumple con creces. No hay discusión al respecto. La industria sonríe ufana.

Pero me van a permitir que proponga una visión alternativa y no sin fundamento. Creo que para Oliver Sacks el protagonista es Robin Williams, básicamente porque interpreta al doctor Meyer, que no es ni más ni menos que una suerte de alter ego.
Y añadiré:  para mí también.

Robin Williams/ Dr. Meyer se afana en "despertar" a sus pacientes de su letargia encefalítica, mientras su vida personal es un páramo emocional.
Pero es Leonard/De Niro, una vez despierto, quien le dice  en un diálogo confrontativo:
- Dr.- Mírame!
- L.-  No, mírate tú! Yo tengo una enfermedad 30 años, y lucho contra ella.
         Pero tú no tienes nada. Eres solo un hombre asustado y solitario.
          ¡Tú si que estás dormido!

Aunque ahí todavía no es capaz de recoger ese reflejo que le devuelve en espejo.
Es cierto que De Niro se ha pasado en latencia casi toda su existencia,  pero en ese regalo inesperado que fue su despertar ha podido sentir intensamente el milagro que supone estar vivo. La escena del baile con la muchacha es un prodigio de elocuencia sin palabras. Podrá derrotarle la oscuridad, pero él sabe ya para siempre lo que es sentirse en un cuerpo enamorado y nunca mejor podrá decir "que me quiten lo bailao!"
Y Williams lo sabe, porque se ha quedado fuera del baile, fuera de la vida, del contacto de la piel y del corazón.
Solo al final de la película va a darse cuenta de que "las cosas importantes son las que teníamos olvidadas, las más sencillas" y es en la última escena, después de que Eleanor, su fiel compañera de fatigas laborales, pasa a despedirse y él se queda sólo en el silencio de su despacho, que, tras una pronunciada pausa llena de dudas, deja la máquina de escribir, trastea unas carpetas, se encuentra unas fotos en las que aparece con Leonard y en un arranque decidido se levanta hacia la ventana y desde allí grita a Eleanor que le espere. Baja y la alcanza en la calle. Hace frío en la noche de invierno. Un diálogo cierra el film:
Dr.- Eleanor, ¿tiene usted algún plan ?
El.- ...¿un plan?...no, esta noche no.
Dr.- Porque me preguntaba si usted, si usted y yo, si nosotros...podríamos ir a tomar un café.
El.- ¡Me encantaría!...tengo el coche allí.
Dr.- ...¿Qué tal si vamos andando?

¡Cómo se han deslizado los papeles! Sólo falta Jorge Drexler cantando "cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da", esa canción que es puro retorno circular.

Yo no creo en el karma ni en el equilibrio universal. Y ya puestos, ni en las ventajas del bipartidismo ni en las de la democracia transversal. Ni siquiera tengo nada claro qué es eso tan en boga de la libre determinación. Azares y determinismos nos contemplan.
Paradojas. Incertidumbres. Sincronicidades. ...Oxímoron.

Se da la circunstancia de que Robin Williams murió hace un año, puntual en su cita con el agosto fatal. Se suicidó colgándose con su cinturón. Dicen los periódicos que a causa de una depresión contraída al enterarse de que padecía Parkinson. Vueltas te da la vida. Una opción muy diferente de la tomada por Sacks/Meyer al que en buena hora interpretó. 
No, no hay guión.

"En el exilio de mi voz existo" dejó escrito el poeta.

 Y por mi parte, That's all folks! 
(by the moment)


                      En Mamouna, septiembre del 2015, cuando el verano baja el telón.

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