Apostar por la frontera como decíamos ayer es una vocación
de encuentro que pasa por el desencuentro, experiencia inevitable si uno quiere
ir un poco más allá del júbilo fatigado y ahumado de las hachas enterradas y
las pipas de la paz. Un poco más allá del cambalache colorista de collares y
espejuelos, de las palabras floridas y las buenas intenciones. Más allá, pasada
la resaca del feliz encuentro, toca lidiar con la abrupta cornisa de las cosas
que no encajan, que chirrían, que discordian. Muchas de las veces en la base
del tropiezo subyace la falta de entendimiento que resulta del simple
desconocimiento. Baluartes del mismo son los tópicos. Tristes tópicos que nos
velan la fecundidad trópica que encierran una vez atravesados. Tropiquemos
pues.
A lo largo de los verdes predios por donde lindan sin
demasiado ruido el Psicoanálisis y la Gestalt destaca con figura propia una
vieja controversia versia que pondría en oposición el emblemático Aquí y Ahora
gestáltico versus un pretendido Allí y Entonces psicoanalítico.Idea ésta que dibuja al psicoanálisis
como una especie de cruzada pertinaz y anacrónica a la búsqueda de una mítica Arca Perdida.
Esta supuesta divergencia se pondría paradigmáticamente en
evidencia en la crítica característica que hace la gestalt del fenómeno de la transferencia. Valga como exponente
un texto de Paco Peñarrubia, “La relación terapéutica en gestalt”, del que
entresaco algunas citas en cursiva.
Desde la gestalt la transferencia se considera algo que habla de “un problema de contacto con el presente”,
una especie de “confusión que el paciente
tiene o hace respecto al terapeuta y sus figuras parentales”, confusión que
pasa “por un bloqueo en su conciencia que
le impide distinguir entre la fantasía y la realidad”.
Hay pues que desmontar ese equívoco. Desmontar la
transferencia y desmentirla. Aclarar que yo soy fulano y no soy tu padre, que
aquello es aquello y que esto es esto. Que el pasado pasado es y pasado está y
que lo que hay aquí y ahora es el presente y en eso estamos y que hay que darle
a cada cual lo suyo, versión actualizada del bíblico “al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios”, donde al presente casi se le altariza, “y en ese encuentro real el cliente aprende a
distinguir entre la llamada insistente del pasado y la libertad y claridad del
presente”.
Ese darse cuenta del error permitirá corregirlo relegando al
obsoleto chupete a donde le corresponde, ese desván donde se arramblan los
trastos viejos y ya así, desprendidos de tal rémora, poder aplicarse a degustar
esos otros platos suculentos que una buena mesa nos ofrece. Pero ocurre que
entonces va y se presenta impertinente el vómito, o voraz la bulimia, o peor,
orgullosa la anorexia, y de noche en sueños se aparece gigante y obsceno el
chupete dichoso, cuando no te despiertas sonámbulo rumbo al desván en el
vértice de la escalera u otros vértigos más rampantes.
Y claro, ponte a decirle que eso no se hace, que eso no se
debe, que no comes nada, que no me comas tanto, o que yo no soy su madre, algo
más que evidente pues evidente es que no tengo ni sus bucles dorados ni sus
confortables tetas. Y es que no hay que olvidar nunca que evidentemente
evidente miente y que la cosa no se trata de un bloqueo de la conciencia ni de
cualquier otro músculo. El yo, bien despierto y perplejo no entiende nada y
puede preguntarse qué demonios significa todo esto, o lo más frecuente en estos
casos, se dirigirá presto al señor de la bata para pedirle rohipnol o lexatín
para que se le pase pronto.
No sólo es que no se entienda, es que se desentiende. No
sabe, no contesta porque no quiere saber sobre ese otro saber que le habita
pero que le es inconsciente. Y a lo
inconsciente hemos llegado, santo y seña del psicoanálisis, expediente x
universal del que tantas pruebas tenemos pero que nadie todavía ha retratado. Y
que quede claro que no se trata de un ente más o menos esotérico ni marciano, sino de un saber, decíamos, y una
operatoria, estructurada como un
lenguaje, que empuja. Empuje que surca nuestras vidas y se muestra
enigmático en eso que lacan vino a llamar las
formaciones del inconsciente, lapsus, sueño, síntoma y donde la
transferencia viene a hacer serie.
Así las cosas, dada su naturaleza sintomal, cualquier
intervención sobre ella del tipo ortopédico o del sentido común, naufraga. Y es
desde ahí desde donde hay que intentar
atender a esa llamada insistente del
pasado que mencionaba Paco y
preguntarnos sobre ella, por qué insiste tanto, maldita testaruda, que no se
desbrava porque la destapes y mucho menos se apaga si le retiras la palabra y
le das carpetazo. Ella opera tenaz y siniestra en el silencio. Es lo que Freud
va a llamar primero compulsión a la
repetición y finalmente pulsión de
muerte. Con Lacan sería el empuje al
goce y nosotros, por qué no, más poéticos, nostalgia del pozo.
Es obvio que no se trata de hacer arqueología de momias más
o menos insepultas ni hacer del chupete blasón y fetiche de nuestras pesquisas.
Si hoy se asoma el chupete de marras, bienvenido sea, pero igual sitio hay que
hacerle a la muñeca de trapo o al caballito de madera, a la Kawasaky 1000 o a
esa rubia tan hortera, al abrigo de armiño o a mi niño bandera, a esa plaza de
subsecretario o al entierro de primera, cada noche me duermo pensando en ti pero
me da mucha vergüenza, hoy no voy a ir a la sesión porque me duele mucho la
cabeza. Mmmm…
Y a todo eso, pasado, presente y futuro, ponerle palabras,
aquí y ahora, en transferencia, embajadora privilegiada de lo inconsciente que
ahí se encarna, porque sólo así, decía Freud,
se puede vencer al enemigo, que no in
effigie ni in absentia .
Si la compulsión a la repetición es el vector de fuerza que
nos enferma hay que permitir que tome cuerpo y que se despliegue en sus mil
formas o caretas y en el seno de ellas el recuerdo se hace actual y se actúa,
se hace acto. El acto que hacemos nos representa. Lleva implícito nuestro
código de identidad, “por sus actos les conoceréis”, y la identidad, el que
somos o creemos ser, lo que hacemos y dejamos de hacer, ahora y en los tiempos
de la tos, da igual, son distintas radiografías, mejor, psicografías de nuestra
estructura subjetiva, estructura que
viene dada por nuestra posición como
sujetos en relación a la castración.
En esta perspectiva la
castración es la estrella polar que ordena este espacio cartapacio que es
el psiquismo. Ese referente simbólico que permite el pasaje de humonos a humanos para siempre jamás. Es
aquella operación que instaura irreversiblemente la Ley, ley que prohíbe el
goce, o sí, digámoslo, el gozo, el gozo del pozo. Se acabó lo que (no)se daba.
C´est fini. Es finitto. Caput. Stop.
Así pues, el enfoque brujular que imanta la castración nos
permite orientarnos en ese carnaval de máscaras que la transferencia es y rastrear no tanto su condición de máscara
sino lo que como tal oculta, ese perfil fijo en la sombra que llamamos
fantasma, pero esta es una cuestión que por razones obvias no podemos abordar
aquí y ahora. En fin, castraçao. ¡Qué vamos a hacer! Por suerte nos queda el
después. Hasta entonces pues.
Tal vez.
Mamouna, julio del 97
No hay comentarios:
Publicar un comentario