“Inter faeces et urinas nascimur”
Decía el poeta que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”,
y decía bien, aunque habría
que apostillar que “lo malo, si breve, mejor”. De cualquier forma lo diré
rápido: La verdad es cutre
Es un secreto a voces
que igual nos puede llevar toda la vida descubrirlo o igual nos puede llevar
toda la vida no enterarnos. Es ésta una posibilidad frecuente. Yo aún diría
más, es lo habitual, entre otras cosas porque a nadie le hace ilusión un
secreto tan cutre. Tan cutre, tan cutre que eso no es un secreto ni es na.
Tampoco es un secreto
para nadie que un motín es una cosa muy fea y que un (psico)análisis es una
cosa muy larga, o dicho mejor, un proceso extenso en el tiempo e intenso en el
corazón. Si le resulta breve y leve, consulte a su proveedor. Desconfíe de
sucedáneos baratos. Ya se sabe que el psicoanálisis es una cosa muy cara y que
no lo cubre la Seguridad Social. Para colmo Woody
Allen, su principal icono mediático, ha apostatado públicamente del mismo
para luego optar, mira tú por donde, por la ruta del incesto putativo.
En fin, menos mal que
nos queda Portugal.
Así las cosas en este
siglo que agoniza al borde de un ataque de nervios por el efecto 2000, resulta
casi insólito que el psicoanálisis, cien años después, todavía resista, y no
solo ello sino que además se extienda irreversible por el intersticio social,
al punto de infiltrarse hasta en las páginas
amarillas. Vive Dios, ¿a
dónde vamos a ir a parar?.
“No se imaginan que
les traemos la peste” comentó Freud en llegando a los USA allá por el
09, y desde entonces vamos sobrellevando el peso de la metáfora.
Aventurarse a un
análisis es precisamente eso, iniciar una aventura donde en absoluto está
garantizado el happy end. El
colorín colorado, con lo que ha llovido, anda un tanto desteñido, y las
perdices, al paso que vamos, vete tu a saber.
Son muchos los/las
analizantes que instruidos por el viejo Hitchcock,
emprenden el viaje en pos de algo que temen y anhelan a un tiempo, indagar y
despejar las brumas que en la memoria ocultan un presentido trauma de horror y
culpa desaforado y trágico: Relámpagos y sangre de marinero putero en Marnie la ladrona, o una
amnesia pertinaz que vela una verja negra y mortífera, un grito helado en la
nieve y la cara de pasmao que se le queda a Gregory
Peck ya para siempre,
¿recuerdan Recuerda?.
Pero la verdad es más
cutre que las películas, con licencia de Torrente, el brazo tonto de la ley, y más
allá de lo que de pintoresco haya en el relato del paciente, lo que se asoma y
manifiesta en él es la tragedia cotidiana de su insatisfacción profunda que
camuflada bajo el matorral sintomal redunda incansable y terca aferrada al lomismo.
“Yo ya no se qué
decir, ya te lo he contado todo y siempre es lo mismo”, es la queja rutinaria que emerge desde el
diván mil veces cada día, y es lógico, pues el camino del análisis está
empedrado de quejas y rutinas. Repetición fiel y necesaria del disco rayado que
sustenta nuestras vidas. A ese pegote que obliga a la aguja al giro infinito le
llamamos goce.
Freud ya lo designaba
como viscosidad de la libido, y desde él sabemos que
está hecho de la misma substancia inefable que riega los sueños.
¿Quién no ha recibido
la visita inquietante de ese sueño enigmático que tozudo y mudo vuelve y
vuelve? Freud hablaba de regresión
al punto de fijación. Luego
lo llamó compulsión a
la repetición, circuito
vicioso que se hace cárcel, pesadilla o locura.
“Cuando me viene la
manía tengo que lavarme las manos equis veces, siendo equis siempre múltiplo de
tres. Empecé por tres veces, luego seis, después nueve, y así cada vez más,...
treinta, sesenta, noventa,... y si pierdo la cuenta tengo que volver a empezar.
Es horrible, pero no lo puedo evitar, y no le veo salida. ¿Hay alguna salida
doctor?.
Salida, salida,
mmmm.... digamos que sí, que salida hay, pero que lo que no hay es escapatoria.
Porque la huida no es salida, tanto sea hacia delante como hacia atrás. La
huida funda la persecución. Es más, la huida crea al perseguidor y nos hace
forajidos, fora exidos. Cuanto más corres más ladran los
perros, porque los perros huelen tu miedo y el miedo deja un rastro indeleble
en el aire. Y no es el huir solo cuestión de piernas. Da igual que te dopes o
que te escondas detrás del síntoma, se te ve el plumero. ¿Y qué decir de quien
como el avestruz hunde la cabeza en un hoyo para no ver, mientras de su culo
hace bandera?.
No ver. No querer
ver. No querer saber. De eso va el cuento.
No querer que el
cuento se acabe. No querer saber que el cuento se acabó. Esa es la historia.
Es muy duro dejar de
creer en los Reyes Magos.
Es más duro todavía
dejar de creer en los Reyes Malos.
Nos aferramos
desesperados al Hada Madrina, y nuestro anhelo le da alas y nuestro cuerpo
varita. El precio es la Bruja Calixta y el Hombre del saco, estrellas invitadas
de nuestros terrores nocturnos favoritos. Y es que da igual varita que escoba,
sueño que pesadilla, pues ambos son el verso y el reverso del mismo engaño, las
dos caras de la misma mentira. Y ya se sabe que la mentira vende. Por un tubo.
Ignoro si los limones salvajes del Caribe existen tal cual. De lo que estoy
seguro es de no ver ni atisbo en el gel con el que me ducho cantarín, y quien
tenga alguna duda que se atreva a leer su fórmula cualitativa.
En fin, perdidos al
río, cometamos el penúltimo pleonasmo: la verdad es cutre, y no está bien vista
y a veces huele y a menudo duele. Esa es la cruda realidad, pero sólo la verdad
limpia y disuelve el pegote de chirla que hace de nuestra vida mierda. Sin
perdón.
Hay que frotar y
frotarse mil veces con las palabras y limarse en su filo para dar a luz la
palabra plena y desnuda. Combinación nueva de los viejos dichos que propicia un
decir distinto, un sentido diferente. Progresión significante que precisa del
crisol inconsciente, y donde una vez más, son los sueños los testigos fieles,
si no los agentes, de esa laboriosa metamorfosis: Aquí se hace preciso hablar
de la progresión onírica, tema apasionante donde
los haya, pero eso ya es materia del milenio que viene.
Quedan emplazados
para la ocasión. Agur.
Mamouna, julio de 1999
Mamouna, julio de 1999
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