"Lo
mejor es enemigo de lo bueno"
Proverbio
manchego
Recuerdo que cuando aquella analizante me
pidió que le recomendara algún libro para leer durante las vacaciones de verano
tomé conciencia de la delicada responsabilidad que adquiría si decidía
responder a su demanda aparentemente banal. El caso es que ya lo había hecho en
otras ocasiones, pero esta vez mi percepción de lo mismo fue distinta. Me
vinieron a la cabeza casi de súbito dos textos, ambos muy hermosos, que en su
día yo disfruté leyendo: "Seda" de Alessandro Baricco y "Verde
agua" de Marisa Madieri, dos relatos muy distintos, pero que entre sus
muchas diferencias albergan una muy precisa en lo tocante a la manera en que
los protagonistas encaran el amor, y de ahí su propia vida, su estar en el
mundo. Resolví indicarle los dos.
A su regreso me refirió agradecida las
variadas y hondas vivencias experimentadas durante su lectura. Llegado el
momento, terminé la sesión con un conciso comentario, "Son dos formas
distintas de mirar el amor", a lo que ella replicó: "Sí, pero las dos
son válidas, ¿no?", y yo contesté con un salomónico "Digamos que las
dos existen" como despedida.
Fue cerrar la puerta y sobrevenirme como
un relámpago otra respuesta probablemente más pertinente: "Válidas
...¿para qué?", porque ésa es la cuestión, cuestión en verdad compleja que
me acribilla con una primera oleada de interrogantes:
Dime,
¡oh Perogrullo!, ¿quién soy yo para
decidir qué amor es válido y cuál no?
¿Qué
es lo que valida un amor?
¿A
quién estamos amando cuando decimos
"te amo"?
Y
ya que estamos, como decía aquel señor
gran amante del bourbon,¿de qué hablamos
cuándo hablamos de amor?.
Bacalao.
Y es que el Amor es la vaca sagrada del
universo, y en su nombre se profesan los mayores estragos. "Ama y haz lo
que quieras" nos exhortaba san Agustín mientras puntualizaba que "la
medida del amor es amar sin medida", y así vamos. Y no me estoy refiriendo
a la patología del amor en su cara más airada y aireada, la tan traída violencia
doméstica, bien sea versión la maté porque era mía,o bien,mi marido me pega lo
normal. No, o por lo menos, no solo. Quisiera reconsiderar su otra faz, la que
se inviste de sublime y se enuncia como mandamiento
("Amarás a...").
¿Habéis visto "El marido de la
peluquera"?.
La historia de una pasión. En el
desenlace, en una noche de lluvia y lujuria, Matilde dice que sale a comprar
yogures y en un plis plas se arroja a un caudal de aguas turbulentas sin volver
la vista atrás.Le ha dejado una carta a Antoine:
"Mi amor, me voy antes de que te
vayas tú. Me voy antes de que dejes de desearme, porque entonces sólo nos
quedará la ternura y sé que no será suficiente. Me voy antes de ser
desgraciada. Me voy llevando el sabor de tus abrazos, llevando tu olor, tu
mirada, tus besos. Me voy llevándome el recuerdo de los mejores años de mi
vida, los que me diste tú. Te beso infinitamente, hasta morir. Siempre te he
amado. No he amado a nadie más. Me voy para que nunca me olvides.
Matilde."
Inmolarse
por amor para que no muera el Amor.
Pero,
¿qué amor es ése sino el viejo Ideal Tirano que nos convierte en sus más
fervientes lacayos?
Da igual que sea Princesa
en la torre, que Príncipe azul,
Dios venerable, que Dios en
la cruz,
Gora Euskal Herria independiente, que piloto
bomba en Manhattan sur.
Todos tienen algo en
común: abanderados de La Causa en mayúsculas.
Un espejismo siniestro de
gloriosa completud.
Un
amor sin límites, pero ¿acaso no es ésa la naturaleza del hecho amoroso?
Esa irrefrenable aspiración a fundirse y
confundirse, a hacerse Uno en el otro.
¿No
es ésa la fuente de la poesía y de las religiones?
Marx se quedó corto con lo de "el
opio del pueblo" y se vio arrollado por los frutos trágicos de la nueva
utopía que él alumbró. Y ése es el asunto, ese irreductible anhelo por la
eterna utopía de turno, ese sueño que nos hace ser quienes somos, persiguiendo "eso
que no es en ningún lugar".
Opio del ser pues, que nos hace adictos
empedernidos y del que sólo muy arduamente algunos pocos consiguen
desengancharse. Mal remedio será sustituir el opio por el jaco, o el jaco por
Jehová.
El reto es otro. Perder al Otro para
empezar a reconocerse a uno mismo, aunque a menudo, pese a que el Otro esté
perdido de antemano, uno no asume su pérdida y como Antoine haciendo
crucigramas en el epílogo de la película, le dirá al cliente impaciente,
"espere usted, la peluquera volverá".
La esperanza es lo último que se pierde,
dice el dicho, pero, relámpago en la puerta, habría que preguntarse: la esperanza .... ¿de qué?.
Lacan, en su versión más zen,
plantea que el amor es dar aquello que no se tiene a alguien que no lo es. No
seré yo quien le estropee la adivinanza, pero sí quiero hacer notar cómo
destaca la dimensión de una falta indeleble.
Así pues, enlazando con el principio,
decíamos que habría dos formas distintas de mirar el amor, y en consecuencia,
de encarar la existencia: Visa oro para un sueño, o por el contrario, ir
viviendo como uno buenamente pueda, sabiendo que al final, más allá de los
vértigos y los pálpitos, siempre habrá números rojos en la cuenta del olvido,
que cantaba el poeta.
Y cada uno elige.
Mamouna, Septiembre de 2002
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