Vimos Marnie, película de 1964, y nos sirvió para dar un paso adelante por el camino de Hitchcock y desarrollar cuestiones que habían quedado aparcadas en el planteamiento de Recuerda.
DEL EDIPO
Veníamos de visionar Recuerda para ilustrar la dinámica del
Inconsciente a través del síntoma y su lógica. Mostraba la película como
el desvelamiento del acontecimiento traumático sucedido en la infancia
resolvía el enigma de la amnesia y la culpa subyacente. Ya apuntamos que
no calzaba del todo que el vigor de la culpa se sustentase en el
terrible accidente que ocasiona la muerte del hermanito si no incluimos
el plus cainita del deseo de muerte del rival, tan antiguo como la
historia de la humanidad y del que el Génesis da cuenta. Y es del deseo y
su constitución que hablaremos hoy, lo que nos lleva a hablar del
trending topic del psicoanálisis, el complejo de Edipo.
No entraré en la versión del mito que recoge entre otros Sófocles
en su Edipo Rey, y sobre el que basará Freud sus planteamientos, tan
conocidos como mayoritariamente denostados por la psicología científica y
al alcance de cualquier bachiller.
Me centraré en el desarrollo que hace Lacan en su propuesta
estructuralista, siendo consciente de la complejidad de la materia a
tratar y del riesgo de fárrago en un marco más bien liviano como es este
blog. Así que a la manera de Eduardo Manostijeras haré una poda
conceptual enérgica intentando preservar y conjugar lo esencial y lo
asequible.
Partamos de la propuesta de premisa que adelantamos antes:
Llamaremos Edipo a esa encrucijada de lugares y posiciones donde
se juega y configura el modo en que se constituye la subjetividad, es
decir el advenimiento del sujeto como tal, es decir, sujeto deseante, es
decir, sujeto a la ley del deseo.
Los elementos que componen esta estructura ( entendiéndola como
aquel sistema en el que el valor de sus elementos no viene dado per sė
sino por su relación con los otros elementos: uno es padre o madre en
tanto que hay un hijo, y uno es hijo por la viceversa, o uno es hermano
en tanto que hay otro ídem, etc.) van a ser cuatro: madre, padre, bebé y
el falo, siendo este último un concepto comodín clave, a no confundir
con el pene, que sería su referente anatómico primario. Digamos que
llamaremos falo a aquel elemento que circula y connota de valor singular
el lugar que ocupa.
Lacan va distinguir en el proceso tres tiempos lógicos, que no
cronológicos, para zafarse del etapismo y sus pleitesías. Una lógica
posicional que no es inexorable ni irreversible, antes al contrario, es
diacrónicamente fluctuante. Es un proceso estructural donde se dirime
una dialéctica de lugares más que de personas y donde madre y padre son
funciones con diversidad de encarnaciones posibles. Así pues, sin perder
de vista su condición de constructo, distinguiremos esquemáticamente:
Primer Tiempo:
Tiempo primordial donde el Padre, en eclipse, no consta en ese
ámbito exclusivamente reducido al vínculo entre la Madre y el bebé,
vínculo donde no hay una frontera definida que distinga donde acaba uno y
empieza el otro, territorio pues de fusión-confusión y de supuesta
completud, donde no hay registro de falta y esa Madre aparece como
completa y Fálica en tanto que el bebé detenta ese lugar de falo y está
ahí en condición de objeto completante. Desde ahí, Madre Fálica
omnipotente que dicta su ley. Coloquialmente le llamamos el Huevo.
Segundo Tiempo:
El bebé se percata de que la madre mira más allá de él, ergo es
que algo le falta, algo que yo no tengo y en esa mirada más allá es que
se inscribe la dimensión de la Falta y desde ella la dimensión del
Deseo, porque sólo desde la falta es que es posible el deseo. Así pues
en esa mirada la madre se muestra faltante y deseante y siguiendo esa
mirada el bebé encuentra al Padre poseedor de eso que la madre no tiene y
anhela, el falo, encarnado en el pene, depositario de su fulgor. Padre
Fálico pues, que con su irrupción derroca al bebé de su pedestal fálico
con su correspondiente destronamiento narcisista y su herida. Pero no
todo es injuria pues simultáneamente al corte del espejismo de supuesta
completud, tal corte a su vez libera de ese lugar de Goce, término
lacaniano equívoco, pues remite al gozo en el pozo, es decir, agujero
ahogante, asfixiante prisión oscura. Es desde esa pérdida de ese
cebo-cebamiento envenenado que el bebé adviene al lugar de sujeto,
liberado de su condición de objeto al servicio de la madre, sujeto
deseante de un deseo propio que lo llevará a transitar las rutas de la
incertidumbre y sus conflictos, la vida misma, peregrino de un viaje al
que el padre empuja. Pero hete aquí que este padre al que designaremos
Padre Fálico, o Padre de la Potencia, hereda la potestad omnipotente de
la que antes gozaba la madre, y desde ese lugar va a dictar e imponer su
ley, autárquica y obscena, convocando toda la fascinación y el odio
imaginables, convirtiéndose a su vez en el detentador de un lugar a
arrebatar. Como decía el Gran Visir Iznogud, "yo quiero ser Califa en
lugar del Califa". Y en su estela, hacer de tu vida la obstinada
persecución del maldito Califato.
Tercer Tiempo:
Cuando ese padre supuesto Amo de la ley se revela también sujeto a
ella, y de ser su presunto dueño pasa a ser su representante, algo así
como pasar de ser John Wayne descerrajando tu puerta con su garbosa coz
de shérif y el winchester a la cadera, a ser Colombo, con su raída
gabardina y la debida orden judicial tocando a tu puerta. El tal agente
es conocido como Padre Simbólico o Padre de la Ley. Mas ¿de qué ley
hablamos? De una ley universal que nos atañe a todos. La ley de la
gravedad acaso? No, pues es ésta una ley de la naturaleza que incumbe
también a los perros, naturalmente, y nos referimos a una ley
específicamente humana, es decir, propia del ser que habla y que como
tal llamaremos ley simbólica, que no es otra que la ley del incesto, y
aquí veníamos y ya hemos llegado, como constata Levy Strauss en sus
Estructuras elementales del parentesco, ley que establece una
prohibición fundante y fundamental y hace de ella el fundamento de la
cultura, de todas las culturas.
Así pues, acceder a la dimensión simbólica es incorporarnos a un
registro de un límite y una falta estructural de la que nadie se escapa y
que en psicoanálisis recibe el nombre de Castración Simbólica y que en
función de la defensa que emplee el sujeto ante ella devendrán las
distintas estructuras clínicas.
Para ilustrar estos conceptos iremos de la mano de Hitchcock y haremos una lectura estructural de su película.
A PROPÓSITO DE MARNIE
Narra las peripecias de una mujer cleptómana atrapada en un
vínculo estragante con su madre y el encuentro con un hombre que le abre
la posibilidad de un destino diferente.
Empieza la película andando por el andén de una estación con un
bolso amarillo donde lleva el botín que le ha sustraído a un rico
empresario aprovechando su puesto de secretaria trabajadora y eficiente
al tiempo que recatadamente sexy. Viaja a ver a su madre, una mujer
mayor y con una cierta cojera, que vive sola, aunque es frecuentada por
una niña rubia hija de una vecina viuda. Desde que le abre la puerta, la
rivalidad feroz con la niña está servida y el afán desesperado por
conseguir la atención o la aprobación de la madre, que la trata con
severidad, frialdad y distancia. "¿Por qué no me quieres mamá?" pregunta
y se pregunta derrotada, "si todo lo que hago es por ti". Ese enigma
preside la vida de esta mujer órbitando incesantemente alrededor de esa
madre estrella inalcanzable. "No tuvimos papá" sentencia tajante esa
Madre Fálica, zanjando sin más explicación esa ausencia clamante. "No
necesitamos a ningún hombre", remata con un plural inclusivo un
vínculo-huevo que no contempla al tercero ni la diferencia.
Destripando el guión y desvelando su golpe de efecto final sabremos que en realidad necesitaba a cualquier
hombre que estuviera dispuesto a pagar sus servicios y que en un
rifirrafe con un marinero putero acaba lisiada y por los suelos mientras
su hija de pocos años golpea hasta la muerte al agresor de su mamá.
Escena traumática que será silenciada y sepultada en el olvido, y desde
ese lugar rechazado de la conciencia volverá tortuosamente en forma de
fobia al rojo sangre o de angustiosa pesadilla.
Estamos hablando de algo ya conocido, la dinámica inconsciente, la lógica del síntoma, el retorno de lo reprimido.
Aclarar un punto importante en relación al trauma. Hay que decir
que más allá del suceso x o y, con toda la gravedad que encierre, es su
silenciamiento lo que le confiere su potencia patógena y de ahí que su
puesta en palabras tenga ese efecto sanador.
Es ese valor liberador de la palabra el que va a jugar activamente
un Sean Connery en funciones de Padre Simbólico. Alguien que ejerce de
límite desde una posición de amor y que busca confrontarla con la
verdad como condición necesaria para poder cortar el cordón imaginario
que la une viscosamente a su madre con una ligadura aliñada de afán y
culpa.
Hay una secuencia que nos muestra la labilidad de las posiciones
sustentadas. En la luna de miel S.C. le da su palabra a M. de qué no
volverá a tocarla si ella no quiere, para días después y en un momento
de exasperación saltársela y prácticamente violarla. Su reacción no se
hace esperar. Con las primeras luces intenta suicidarse. Es la respuesta
a esa caída desde la posición de padre de la ley que al traicionar su
palabra dada deviene padre gozador o fálico. Posteriormente intentará
hacerse perdonar consiguiéndole su querido caballo o pretendiendo
reparar el daño leyendo libros psi que le ayuden a entenderla. Ella se
burlará de sus patéticos esfuerzos imprecándole si no será él el enfermo
al enamorarse tercamente de una mentirosa y una ladrona, a lo que él
responderá que nunca pretendió ser perfecto. Sí, definitivamente el
padre simbólico está barrado.
DE LA HISTERIA
Reseñados los itinerarios de los personajes que trasiegan por los
distintos tiempos del Edipo, faltaría comentar aunque fuera brevemente
la posición histérica, una de las modalidades del campo de las Neurosis
que comparte con su fiel compañero "el obsesivo".
De las mil caras de la histeria nos ceñiremos a la que presenta
Marnie, una mujer, decíamos, estragada por su madre, en su sentido más
literal, engullida, devorada, a la manera de las viejas brujas de los
cuentos. "No tuvimos papá" proclama orgullosa de su supuesta
autosuficiencia la madre de marras, pero aunque se empeñe en
silenciarlo, ya sea a Billy, el muchacho que le dejó el pastel y su
gersey de basquet, ya sean los marineros que visitaban su dormitorio, la
niña tenía que dejar la cama que compartía con su mami y dormir afuera
en el sofá. Padre anónimo pues, pero tercero que la desaloja del huevo
materno. "¿Qué tendrá el negro que yo no tenga?" se pregunta el zapatero
remendón de la canción de Albert Pla. Pues en este caso a parte de
rabo, pasta. Y a eso se dedicará empleando sus mejores artes, a seducir a
tíos pastosos y a robarles su falomoney para regalarle a su mamá el
visón de turno. Llamado a un padre que no está a la altura y del que
hará colección en su capazo de cabezas burladas.
Y de repente irrumpe S.C. que no cae en su celada pero sí en esa
cosa misteriosa que llamamos amor. Y para su sorpresa, aparte de pillada
in fraganti, se siente vista, interpelada en su mentira en busca de su
verdad. " Y eso ¿a quién le importa?"' "A mi me importa". Y por un
instante y desde la perplejidad de la sorpresa percibe algo diferente,
desconocido, y su mirada hacia el hombre cambia, aunque obviamente la
resistencia persiste. No lo tiene nada fácil S.C. para viabilizar ese
destello y poder encontrar el camino que la conduzca a salir de su
atolladero. En su afán conductor habrá deslices y desbarres que ya hemos
contado pero hay que decir en su descargo que no debe ser fácil
gestionar el James Bond que lleva dentro y su propia perplejidad ante la
frigidez de Marnie, la única rubia que se le ha resistido en su legendario currículum
de amante pluscuamexperto. Sí James, nadie es perfecto.
Con la frigidez, síntoma de rancio abolengo en la histeria, tendrá
que lidiar Marnie en su psicoanálisis, pero esa ya es otra historia.
Alicante, febrero 14
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