De la Resonancia Significante
“…Y aguzando la atención flotante y abriéndome
a la resonancia significante, ahí vamos,
golpe a golpe y verso a verso, haciendo
camino al hablar.”
Así
terminaba mi último post en zapatillas
y por ahí quiero retomar la cuestión, pero ya en
chanclas, pues la calor asoma.
Puede
resultar muy machadiano, que lo es,
pero yo, que no soy muy versado en poesía
y que mi paladar no alcanza a
menudo a saborear las delicatessen del género, he de reconocer que este poema que descubrí en
mi ya lejana adolescencia con la voz de Serrat por bandera, sigue resonando en mi memoria con
la misma fuerza, si no más, que en
aquellos días en que toda la vida
estaba por venir.
Ahora
que el
porvenir ya vino y se marchó, y con él tantas cosas, siento y
asiento la verdad profunda y desnuda que aquellos versos anunciaban. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Pero no es mi intención ponerme filosófico, ni
poético, ni profundo. Simplemente aprovechar la sabiduría que esas palabras
encierran para abordar aspectos que
conciernen al psicoanálisis, que
es lo que nos reúne en esta página.
Veamos.
Hablábamos del significante y sus
hazañas. Vimos la condición significante del síntoma y por lo tanto su dimensión lingüística. Vimos
que el síntoma era una metáfora, una
sustitución desfigurada de algo
conflictivo reprimido, es decir, inconsciente. Ergo, concluímos con Lacan,
que el inconsciente está estructurado
como un lenguaje. Así que también
dijimos que el inconsciente
habla, o se manifiesta, siguiendo unas
reglas, una gramática, a través de
las llamadas formaciones del inconsciente. Y ahí alineamos lapsus, sueño y
síntoma, distintas formas de emerger eso
reprimido que empuja y que
llamamos la verdad subjetiva, diana a la
que un análisis apunta y promueve
desde su regla fundamental que es la asociación libre, esa invitación a
decir todo lo que venga al pensamiento
sin censurarlo, es decir, un dejarse
llevar por la propia inercia de las
palabras, que en su fluir van a decir más de
lo que se proponen, y a ese
despropósito lenguaraz le llamamos significancia.
Cualidad que habita en las entrañas del significante que como dijimos
es polisémico, es decir, montaraz y
promiscuo, y en su polisemia nos aboca al chismorreo y al malentendido
estructural. Ese plus de sentido
es compadre de ese viejo truhán que es el
doble sentido, famoso por sus chistes y su ironía, no siempre fina ni de
buen gusto. Y nos preguntamos por qué el
significante era tan golfo, y
Lacan con Freud nos respondió que le venía de nacimiento. Porque el
flamante significante se yergue
ladino y ufano sobre la tumba viva de la Cosa, la madre del cordero, proscrita y vampira,
esencialmente morbosa. Y sus raíces beben de ahí. Así que no es de
extrañar que se crea el rey del mambo y
se comporte como tal.
Vale. Tras
tan prieto repaso, un par de respiraciones profundas y podemos proseguir. Pero,
¿a dónde vamos, si puede saberse? Ah!, ¡quí lo sa! Recuerden, no hay camino, se hace camino al hablar.
Así que hablemos, sigamos hablando, dejémonos
llevar por las palabras hacia donde ellas empujen, y empujan, lo noto, hacia
atrás, o hacia arriba, según se mire, hacia la autocita que encabeza estas
líneas, “y aguzando la atención flotante…”, y ahí nos encontramos un concepto
fundamental del dispositivo analítico, la atención
flotante, que es la particular actitud de escucha que el analista ejerce,
pareja de baile de la libre asociación,
y condición sine qua non para que el
milagro suceda o la cosa funcione. Porque el libre decir del analizante se lanza a los brazos del
libre oír del analista en una danza de
sonidos y silencios que teje un
discurso que podemos decir musical, y sólo así se entiende que
privilegiemos la ruta del resonamiento sobre la del razonamiento,
una vía en la que se imponen los
ecos del significante sobre el mensaje
conceptual, porque es por la resonancia
por la que el inconsciente se despierta
y susurra.
Si dijimos
que el significante era ligón, o con más precisión, ligante, en tanto que atendamos a su capacidad resonante, podemos proponer desde ahí que la resonancia sería la
energía ligante del significante, una energía que podemos calificar
de musical y que es la que modula el
lenguaje inconsciente. Y si sabemos
afinar el oído y guardar el
silencio debido podremos reconocer su melodía sutil cuando asoma en el
tumulto del discurso y nos dibuja, como la tinta invisible, el hilo conductor del
inconsciente.
Cualquiera
que teclee en el buscador de Google la palabra resonancia se encontrará al instante con una lista bien surtida de
sus distintas y variopintas acepciones pero es seguro que entre ellas no se tropezará
con ninguna que la emparente ni remotamente con el psicoanálisis ni con el
significante, de momento.
De sus múltiples presentaciones no hay ninguna que me interese así que rescato de mi biblioteca un viejo libro de Luis Racionero, “Oriente y Occidente”, donde de su recorrido por la filosofía china algún lejano día subrayé con mi lapicero un parrafito de un tal Tung Chung-shu que ahora transcribo: “Cuando tocamos la nota kung o la shang en un laúd, son respondidas por las notas kung y shang de otros instrumentos de cuerda. Suenan por sí mismas porque cuando dos “chi” son similares coalescen.”
De sus múltiples presentaciones no hay ninguna que me interese así que rescato de mi biblioteca un viejo libro de Luis Racionero, “Oriente y Occidente”, donde de su recorrido por la filosofía china algún lejano día subrayé con mi lapicero un parrafito de un tal Tung Chung-shu que ahora transcribo: “Cuando tocamos la nota kung o la shang en un laúd, son respondidas por las notas kung y shang de otros instrumentos de cuerda. Suenan por sí mismas porque cuando dos “chi” son similares coalescen.”
No me
pregunten qué diantres son los “chi” porque no tengo ni idea. Sé que un trabajo
que se precie tiene que investigar a fondo los datos que se manejen. No es el caso en este caso. No tengo tiempo, la vida va al galope y tengo otras prioridades, así que
asumo mi vasta ignorancia y sigo adelante.
Pero estarán
conmigo en que la cita además de erudita es chula y pertinente. Nos viene como
anillo al dedo. Pues creo que nos presenta un fenómeno que ilustra
maravillosamente el tema que estamos elaborando, la resonancia
intersignificante, y si le damos una vuelta de tuerca más, podemos decir que
esa vibración armónica entre los “chis” de marras es una buena imagen para
ilustrar una cara fundamental del fenómeno que nosotros llamamos transferencia, herramienta clave de
nuestro hacer, entendiéndola aquí como ese estado de conexión singular entre el
inconsciente del analista y el del analizante, en la línea que viene
sosteniendo Nasio desde hace años.
Bueno, no
quiero ponerme pesado ni repetirme. Simplemente diré que es congruente y nada
mejor que una viñeta clínica para contrastarlo. Sirva para rastrear sobre el terreno las diversas cuestiones que hemos ido desgranando y para mostrar su aplicación práctica al dente.
Una manía sin fundamento
Es el caso
de una mujer de unos cuarenta y, que acude a mi consulta tras un largo
recorrido por otros gabinetes de corte cognitivo conductual. El motivo que la
trae es que padece desde hace años un cuadro dominado por una intensa angustia
consecuencia de un temor obsesivo hipocondríaco, su convicción de que va a
contraer un cáncer y ante tal perspectiva se empleará a la busca y captura
preventiva de cualquier indicio sospechoso mediante el rastreo concienzudo y
sistemático de palparse todo su cuerpo. Y como quien busca halla, de cuando en
cuando halla algún bultito que la confirma en sus temores y la aboca a una
angustia en la que se rehoga unos días de sin vivir hasta que decide acudir al
médico que la desmiente y tranquiliza…de nuevo. Porque la calma, claro, es
transitoria y pronto se reinicia un nuevo ciclo de su pertinaz ritual palpante.
Presentar un
fragmento clínico es siempre una tarea delicada por muchos aspectos. Uno de
ellos es precisamente por su condición de fragmento, es decir, por esa labor de
poda brutal de lo que es una historia personal mil veces compleja. Trataremos
de recoger en ese recorte minimalista lo que llamaré lo molecular del caso.
Casada y con
una hija pequeña concebida por sorpresa tras muchos años de buscarla por todos
los medios y fracasar sus tratamientos de fertilización e inseminación, es
cuando dan por perdida esa vía y comienzan un proceso de adopción que queda milagrosamente embarazada.
Refiere una
relación muy ambivalente con una madre muy dominante a la que no soporta pero
de la que no se puede despegar. Sesión tras sesión hará un pormenorizado relato
de los menosprecios y ofensas sufridas al tiempo que no se explica por qué ha
de estar permanentemente pendiente de ella. Tiene una hermana unos años mayor y
el padre murió en su temprana juventud. De él nunca habla, desde que en la
primera sesión al yo preguntarle me informa de su muerte, y que fue un padre
ausente por el trabajo y al que no le perdona que la dejara a merced de su
madre. Simplemente no cuenta para ella, y nada cuenta de él.
Meses
después asistió a un taller de psicodrama y trabajando con ella emergió
inopinadamente un recuerdo en el que con cinco años se hallaba sentada en las
rodillas del padre preguntándole a quién quería más, si a su hermana o a ella,
a lo que el padre respondió que a las dos igual. Ella insiste en su pregunta
“pero ¿a qué me quieres más a mí? Y el padre mantiene su respuesta de firme equidistancia. Resulta que luego referirá que en realidad ella sentía que su
hermana era la favorita del padre, con quien mantenía más relación mientras
ella “era de la madre”. En la rueda final hará un comentario sorprendente, “he
pensado en que ¿y si mi padre se hubiera enamorado de mí? ¡Qué horror! ¡qué
asco! No lo quiero ni pensar.” En una contorsión admirable, su deseo, cumplido
en su imaginación, se revuelve amenazante contra ella.
A partir de
esta irrupción estelar del padre en escena algo se mueve en la trastienda y su
presencia empieza a infiltrar la trama.
Un día
comenta que le ha aparecido un recuerdo que no puede quitarse de la cabeza. Tiene
doce o trece años, está en el recreo del colegio y le asalta el pensamiento
obsesivo de que se va a encontrar a su padre en la calle haciendo algo que no debía pues tendría que estar en su lugar de
trabajo, como realmente sucedía. No se explica el porqué de ese pensamiento ni
su insistencia. Dirá: “era una manía sin fundamento”. Yo intervengo, le repito la frase y le
pregunto qué asocia. Un breve silencio y responde muy sorprendida, “¡pues me ha
venido mi manía con el cáncer!” y yo corto ahí la sesión.
Este tipo de
intervención es característica de la práctica lacaniana y recibe el nombre de escansión. Es una operación de corte del
discurso y puntuación significante de potencia megatónica. Suele concitar una
cierta perplejidad y si ha sido afortunada, una avalancha de efectos
asociativos.
En esta
ocasión la pirueta verbal es fascinante pues ha hecho puente su recuerdo
obsesivo puberal con el síntoma actual, presentificándose el padre a través de
un sintagma explícito, “una manía sin fundamento”, y que denominamos equivalente discursivo.
Como vemos
la cadena inconsciente ya está en marcha.
En una sesión posterior me hará la crónica detallada de su saga sintomal en un relato desde sus orígenes a partir de la muerte súbita del padre por un ictus que ella tuvo que afrontar sola pues “mi madre estaba con un ataque de histeria”. Se sorprende de la eficacia y la madurez con que gestionó la situación y de que no se sintió muy afectada. Pero a los pocos días empezó a sentirse mal. “El primer toque fue un dolor de cabeza que…bli, blu, bla…El siguiente achuchón fue cuando…blu, bli, bla…y ya, el gran subidón fue cuando …bli, bla, blu…”
Y es ahí
cuando después de escuchar en silencio su minuciosa descripción de los hechos
intervengo repitiéndole las tres frases que entresaco de su largo relato:
-Atienda:
“El primer toque”…”el siguiente achuchón”…”el gran subidón”, ¿qué asocia?
-Hombre,
pues ahora que lo dices así me suena…muy sexual.
Y entró en
un silencio prolongado y profundo del que a pesar de mis requerimientos no
salió. Corto la sesión.
Podría seguir
y contarles qué se estaba cociendo en ese mutismo lapidario que desvelaría un
par de sesiones después…canela fina, pero como decían en La Historia
Interminable, “esa es otra historia” y nosotros tenemos que ir terminando.
Apuntaré que refirió recuerdos precisos de índole sexual que desplegaban su
fantasma edípico, pero por hoy ya me he extendido bastante y es el momento de
recortar.
Sí haré un último
comentario sobre lo expuesto.
Empezamos
hablando de la dimensión lingüística del síntoma y continuamos con la
resonancia significante, dos titulares de los que echan para atrás. Si has
llegado hasta aquí querido lector has demostrado estar en posesión de un tesón
a prueba de muermos y de una paciencia encomiable, virtudes ambas
imprescindibles para acometer determinadas e inciertas travesías. Ésta, como
puedes ahora ver, versaba sobre una introducción ardua pero necesaria para
comprender la lógica interna del síntoma y en consonancia, la de nuestro hacer. Un hacer
que prima la intervención a través del significante más que del significado y
que comporta unas premisas teóricas y unas consecuencias prácticas. De cualquier forma cualquier
primacía tiene el riesgo de convertirse en tiranía y de ejemplos está plagada
la historia. Este campo no es una excepción.
Te emplazo
abnegado lector a una próxima cita donde reivindicaré los derechos del
significado, tantas veces ninguneado, cuando no injustamente difamado.
Feliz y liviano verano, y que la incertidumbre te sea favorable.
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