¿Cómo se empieza un libro?
Parece que en este caso con una pregunta, en realidad la primera de
muchas más.
¿Cómo conocer la brújula?
Es una pregunta que nos lleva a formularnos una pregunta más amplia: ¿Cómo
acceder al conocimiento? Nosotros, a diferencia de los Presocráticos, que
fueron los primeros que se ocuparon del tema, contamos con la enorme ventaja de
que disponemos de veinticinco siglos de respuestas. Pero habría que diferenciar
netamente dos modalidades bien distintas:
Aquellas más arcaicas que abarcan las ficciones fantásticas de los Mitos, crisol de los relatos populares, y las verdades reveladas de la Religión, es decir,
sustentadas en un saber dogmático y sagrado, que no está sujeto al
cuestionamiento ni a la crítica.
Frente a aquellas otras que resultan de una construcción laboriosa basada
en determinados argumentos sujetos a una lógica.
Es precisamente ése el paso gigantesco que dan los mentados filósofos
introduciendo frente al pensamiento mágico el llamado pensamiento
racional, precursor del pensamiento científico.
Y vale la pena detenernos en este asunto pues encierra claves que nos van a
resultar fundamentales en la elaboración de nuestra brújula. Y de nuevo nos
aparece obligada una pregunta.
¿Por qué aparece esa modalidad de pensamiento precisamente ahí y entonces,
la Grecia Clásica, la Atenas de Pericles, el volcán cultural más importante del
mundo?
Habrá que considerar una confluencia de factores favorables que propiciaron
el milagro.
Pericles vence por fin a los persas, se hace con su tesoro, promueve la
construcción naval y el desarrollo colonial, floreciendo una gran actividad
comercial que propicia la emergencia de una influyente clase media que se
enfrentará a la oligarquía terrateniente que sostiene a la monarquía y de
resultas se instaura la democracia, el gobierno del pueblo. A ese contexto
socio político, económico y militar hay que sumar el hecho de la ausencia de
una casta sacerdotal poderosa con control dogmático del saber. Gracias a ello,
los griegos dispusieron de una inusitada libertad de pensamiento.
Es en esa encrucijada privilegiada de transformación y cambio donde no por
casualidad se va a producir el trascendental pasaje del Mitos al Logos,
lo que posibilitará una relación distinta con la realidad. No es lo mismo
pensar que el rayo es la expresión destructiva de un Zeus enojado que nos
castiga por nuestras malas acciones, que pensar que es un fenómeno eléctrico
sujeto a ciertas leyes físicas que un pararrayos puede reconducir.
El hombre desde que es hombre va en busca del sentido. No soporta el
sinsentido, eso que en términos lacanianos se asoma a lo real.
Por eso ante lo desconocido que le rodea o le acontece trata de darle una
explicación y en su ignorancia empezará a contarse cuentos que aunque alberguen
monstruos que le asusten, así, nombrándolos, los puede identificar y ubicar, y eso tranquiliza, o sufrirá desgracias que en su desazón antropomorfiza y proyecta, y ahí
creará dioses iracundos que con su cólera justiciera le fulminarán en nombre del Fatum. Esta vía de
pensamiento Lacan la calificará de imaginaria y se rige por
criterios tan infundados como la magia, la religión o la imaginación y es el
recurso intuitivo generalizado de la humanidad, de ahí su universalidad, ya
veremos por qué.
Y frente al patrón imaginario dominante de la Grecia arcaica de Homero, emerge
con fuerza en la Grecia clásica el pensamiento racional de los filósofos, un
pensamiento regido por la Razón, es decir, por el Logos, es decir, sujeto a una
lógica rigurosa, es decir, sujeto a unos principios y unas leyes estables, es
decir, a un método que implique una argumentación crítica y dialéctica. Se
corresponderá con lo que Lacan llamará la vía simbólica.
En esa ruta progresiva del pensamiento que es el tránsito de lo
imaginario a lo simbólico, experimentaremos simultáneamente el pasaje de las
certezas a las dudas. Acceder al Logos es abrirle la puerta a la incertidumbre,
"y en cuanto a la verdad,- dirá Jenófanes -, ningún hombre la ha conocido
ni la conocerá" ( y nosotros podríamos apostillar con Lacan,
"toda!")
Pareciera que cuanto más libre y autoconsciente se hacía el hombre, más
inseguros eran sus cimientos, pero valía la pena asumir esa incertidumbre y
soltar los confortables lastres de la superstición y los dogmas para afrontar
el vértigo de la aventura del conocimiento, un conocimiento que se revela
equívoco, provisional e incierto, características inherentes al significante,
matriz de lo simbólico, territorio de la falta.
Así pues nos encontramos con un saber atravesado por la falta vs un
saber que la niega, un pensamiento imaginario donde no hay
límites y donde todo es posible, (las hadas y las brujas, los dioses y los
demonios, el cielo y el infierno), vs un pensamiento
simbólico sujeto a leyes y atravesado por sus propios límites.
Y como quien no quiere la cosa nos hemos plantado con un ramillete de
conceptos de la más pura cepa lacaniana: los tres registros (Real, Simbólico e
Imaginario), el significante, el límite y la falta. Ya habrá tiempo de
desarrollarlos en extenso, pero desde ya, vienen con nosotros, junto a la
cantimplora y el zurrón.
Con ganas me quedo de que nos cuentes sobre la pervivencia de lo imaginario
ResponderEliminarA tu salud
Bien! me parece una excelente manera de empezar ese libro, adelante!!
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