Una pregunta fundamental
Nos queda otro
asunto por tratar que me parece importante plantearse y que seguramente ya os
hayáis preguntado vosotros, querida tripulación, ¿por qué demonios la anorexia
afecta mayoritariamente a las mujeres? Pues todas las estadísticas se van
tozudas al sangrante 9/1 en relación al número de hombres afectados.
¿A qué se debe
esa flagrante asimetría de género en estos tiempos tan líquidos a ese respecto?
Si uno consulta en internet, la respuesta mayoritaria apunta a la influencia
mediática que impone el cuerpo delgado como paradigma de belleza femenina
jaleado viralmente en todos los medios y pantallas, las grandes (cines), las
pequeñas (televisiones y ordenadores) y sobre todo las de bolsillo, los móviles
que lo invaden todo y lo difunden todo a través de la hipercomunicación
instantánea y constante de guasaps y redes sociales -instagram al poder- que se
convierten en perpetuos escaparates de la fiebre narcisista que nos arrolla. Y
está claro que esta coyuntura tecnificada de comercio salvaje de la imagen
responde a un modelo socioeconómico dominado por el consumo a ultranza que
Lacan caracteriza como “discurso capitalista” y lo sitúa en la base del proceso
de evaporación de la figura del padre simbólico, sustrato esencial para la
emergencia y floración de lo que sus herederos vienen a designar como “los
nuevos síntomas” que configuran la clínica de la posmodernidad. Vale,
hasta ahí nos lo sabemos. Pero más allá de que nos avengamos a los efectos
devastadores del Otro social dominante que se ha ido imponiendo en los últimos
40 años alcanzando en su efecto contagioso el grado de ‘epidemia’ (y aquí
habría que incluir el capítulo de las adicciones y el siniestro imperio en la
sombra del Narcotráfico, pero ese es otro tema que merece su propia reflexión.
Interesados, para ir abriendo boca, zámpense la trilogía de Don Winslow), sigue
percutiendo obcecadamente la pregunta: ¿por qué la anorexia es cosa
-mayoritaria- de mujeres? O, dicho de otra manera, aparte del contexto -recién
descrito- ¿hay algo propio del texto que se nos escapa? Porque alguien podría replicar
que todo dios tiene móvil, y la dictadura del selfi es universal, y los hombres
de hoy, hay que decirlo, cuidan muy mucho su imagen -sólo hay que asomarse a
los gimnasios- pero el hecho es que les da por lucirse ‘fit’ o cachas, no
esqueletos. Obviamente, constatamos que no es el mismo modelo de referencia el
que les rige, que hay diferencias significativas en el Ideal, así que,
volviendo a las mujeres, por darle una vuelta de tuerca, hay que recordar que
el fenómeno anoréxico empezó a despuntar como tal en los años 60 del siglo
pasado, cuando el pelotazo tecnológico no se podía ni soñar, luego en ese otro
contexto ya daba la cara el texto, es decir, la idiosincrasia femenina de este
avatar.
Lacan, que es
un genio de rizar el rizo y un maestro del tirabuzón, también tiene ocurrencias
geniales e improbables eurekas que alumbran sorpresivamente el cuarto oscuro.
Ya os menté que en el Seminario XX se larga to chulo las fórmulas de la
sexuación -en las que no vamos a entrar ni de coña- y a partir de ahí va a
hablar de los goces y va a dar cuenta de un goce propio de las mujeres, más
allá del goce fálico que comparten con los hombres, y que va a denominar goce
suplementario, que nosotros en brujulés le llamamos transfálico, es
decir, en palabras de Lacan, “no todo” fálico, es decir, no significantizable,
es decir, inefable, y como tal, vecino de la experiencia mística.
La cuestión a
partir de ahí es -dice Cosenza- conjeturar “qué pasa con la experiencia
propiamente femenina del “no todo” cuando una mujer rechaza ‘el matrimonio con
el falo’ […]Nuestra lectura de la cuestión es que allí donde el matrimonio de
la joven con el falo es rechazado o roto, se produce una distorsión radical de
su relación con el goce suplementario. Distorsión en la cual el “no todo”
del goce femenino se transforma en el “sin límite” del goce anoréxico. Goce
sin límite que se estanca en el cuerpo de la joven, devastándolo. Cuerpo que se
convierte en un objeto fetiche vejado por el sujeto mismo por continuas
prácticas superyoicas de hipercontrol y de privación…donde el hipercontrol se
revela solamente como la ilusión superyoica-delirante de la anoréxica, cuyo
verdadero motor es una pérdida estructural de control, una desmesura radical
que la hace correr sin frenos hacia la muerte […] Muerte que no funciona en
absoluto para ella como límite simbólico, sino más bien como deriva real sin
límite. En realidad, por lo general, en la anorexia mental el sujeto no tiene
una intención suicida, no busca la muerte, la cual le es indiferente, aunque no
pocas veces la encuentra. Es su pasión por el nada, el objeto que causa
su goce y que aniquila su deseo, lo que la ciega hasta el punto de conducirla a
morir por él.” (Pág. 229 y ss.)
Lo cual tiene
sentido, ese sentido ‘loco’ que venimos señalando, pero no quita que acatarlo
precise de un cierto acto de fe, aunque sea en la lógica, y una lógica más bien
‘rarita’ que bebe de Frege y de la que dios nos guarde. Así que, desde luego,
ni se os ocurra comentarle nada del susodicho ‘objeto nada’ a la sufrida y
sufriente anoréxica, ni por supuesto, mención alguna de su ruptura matrimonial
con el falo ¡válgame Dios! Ni, muchísimo menos, al desemeante psiquiatra de
turno ¡por favor! La cosa quede entre nosotros y ciertos colegas del gremio,
pues no es plato apto para no iniciados. Es lo que tiene Lacan. Pero quizás sí
valdría la pena “traducir” el último párrafo al román paladino y ver en qué
queda, y de paso damos un repaso.
Habría que
aclarar conceptos crípticos para el profano tales como el “matrimonio con el
falo”, el “no todo” femenino, el “sin límite” anoréxico, la movida
superyoica…en fin, un sarao conceptual que en realidad es fácil y clarificador
una vez que se entiende, así que vamos allá, porque vale la pena.
Recordad que
la pregunta que nos interpelaba la realidad anoréxica es por qué tamaña
prevalencia femenina. Porque no hay que perder de vista que el rechazo
alimenticio del lactante viene a ser equivalente entre niños y niñas, entonces
¿qué ocurre para que la anorexia adolescente sea cosa fundamentalmente de
chicas? Frente a las explicaciones de corte sociológico que abundan -el poder
influenciante del reclamo mediático de la moda, por ejemplo- y sin descartar su
papel, Lacan apunta a una cuestión de estructura, y es ahí donde distingue el
goce suplementario, ese goce sexual de las mujeres que va más allá del
falo del que dio cuenta Tiresias tras su experiencia como ‘serpienta’ y que
desveló en la disputa entre Zeus y Hera al ser preguntado sobre quién
disfrutaba más en el acto sexual y responder sin vacilar que si se dividiese en
diez partes el deleite sexual, nueve corresponderían a la mujer y una al hombre,
proporción calcada de la asimetría anoréxica, ¡por Tutatis!
Coincidencias míticas
y estadísticas aparte, desvelar el misterio del goce femenino, a Tiresias le
supuso la ceguera a la que le condenó una Hera iracunda y avergonzada por haber
sido descubierta en su secreto. La cuestión es que ese goce extra que se da en
el goce femenino es en tanto que va más allá de los límites del goce fálico
-ese que nos unce a los hombres- y que Lacan describe como “no todo” fálico. Vale,
si ahora retomamos la “ruptura del matrimonio con el falo” que caracteriza a la
anoréxica, que es una forma cursi de referirse al rechazo del límite simbólico
(en diversos grados) que subyace en la posición anoréxica, ya podemos entender
a Cosenza cuando habla de la “distorsión radical en su relación con el goce
suplementario”, distorsión en la que el “no todo” del goce femenino de la
adolescente conflictuada se desliza y trueca en el “sin límite” (por el rechazo
simbólico) del goce anoréxico, un goce deslimitado y mortífero que invade y
devasta el cuerpo de la joven, pero que ella interpreta maníacamente como un
ejercicio de control omnipotente de su necesidad nutricia que la libera de la
dependencia de su odiado Otro al que humilla y condena a la impotencia.
Victoria pírrica decíamos, además de trágica, porque no la rige el eros
o pulsión de vida, sino la pulsión de muerte que comanda un superyó tiránico,
cruel y sádico ante el que se inmola. Vaya pastel más chungo.
Una enferma de odio
He mencionado
de pasada al “odiado Otro”, que parece el título de una película de Tarantino, pero
creo que el asunto merece un poco de atención. Menos abstracciones y más fotos.
La foto que me ha venido es la de J, una mujer de veintipocos que atendí
hace bastantes años derivada por su psiquiatra, que hablándome de ella me dijo,
“está enferma de odio”. Y es que, efectivamente, cuando hablamos del rechazo al
Otro, estamos hablando del odio al otro de turno, y en concreto a la Madre, esa que Fink
designa en perspicaz guiño como la mOther. Pero los destinos del odio
siguen cursos complejos. “El odio y el deseo de destruir al otro se redirigen
hacia adentro. Me aniquilo lentamente para que tu sufrimiento discurra al
compás del mío, lento, agónico y fatal. ¿Es suficiente para ti querida madre?
¿O debería gritar más?” me comparte A en un diálogo que en realidad es
un monólogo interno que hace de su cuerpo un grito mudo. Y tenemos que
preguntarnos qué pide en ese grito. J dirá de su madre: “Mi madre es muy
fría, muy profesional, pero no es cercana. Yo no soporto que se me acerque
nadie. Siento una rabia y una furia dentro, es la bestia que llevo dentro, me
cuesta llamarle odio, es una frustración que siento contra el mundo. Cuanto más
intento disimularlo, más me crece el enfado, la agresión…el otro día me puse
muy burra y estuve a punto de empujar a mi madre…” Pero el principal destino de
su odio es contra sí misma en un continuo machaque de desprecio, indignidad y
culpa, al tiempo que diversas autoagresiones. Así que sí, un 2 x 1 sado-maso, y
parece que ese dueto fatal que se juega en el vínculo primordial con la madre
va a condicionar todo su patrón vincular. Me dice: “Yo era muy posesiva. No
quería grupos. Quien está conmigo, está conmigo y con nadie más, y eso empieza
por mi madre. Yo necesitaba la atención de alguien al 100% y, claro, mi madre
tenía 5 hijos y había más problemas porque mi padre estaba fuera trabajando y
mi madre tenía que hacer de padre y de madre”. Así pues, queda claro y definido el
patrón fusional del “O todo o nada, y como todo no, pues nada” que rige su vida
relacional y que la aboca indefectiblemente al ‘nada’ y su irreductible
soledad. Por eso lleva razón cuando dice “lo mío no tiene remedio”, pues sólo
perdiendo ese ‘todo’ al que se agarra con uñas y dientes tendría la oportunidad
de salir de esa cárcel del ‘nada’ a la que se ve condenada.
El caso es que
J está aislada del mundo, pero tiene completamente idealizado a su padre,
alguien entregado a su empresa, muy trabajador y siempre ausente, y del que se
soñó su preferida en la infancia y siempre se esforzó en agradarle, en ser la
mejor en los estudios, en la pintura, en el deporte, “Me tenía que esforzar
mucho, me tenía que comer el mundo, no había medida, no sé si porque era una
forma de llamar la atención y buscar su cariño. “Hay que trabajar, hay que
producir, hay que castigar al cuerpo” es su letanía. Es una persona muy
exigente, machaca a sus empleados y a sí mismo y sabes que tú nunca vas a estar
a su altura. Y ya sé que no soy él, pero es como con el Hombre del Saco…sabes que
no existe, pero te metes en la cama y te da miedo. Pero yo, como mi padre, hago
una hora de gimnasia al día y 20 largos en la piscina. Me machaco, sí. Y es que
el tío, el cuerpo, me exige demasiado, es mi enemigo, lo odio.”
Así que
podemos ver como J, ya sea tanto en sus idealizaciones como en sus
identificaciones, ha podido acceder al escenario edípico del segundo tiempo y a
la fascinación por el padre, aunque esté cortocircuitado en su dialéctica
simbólica por el axioma imaginario, es decir, el padre fálico, lo cual nos hace pensar en una anorexia
histérica. En estos casos, como ya dijimos anteriormente, la indicación
terapéutica pasa por histerificar la anorexia, es decir, permitir que la
palabra tome sitio y el discurso se despliegue en transferencia. Este
aspecto transferencial es fundamental facilitarlo para posibilitar que en el
encuentro con el terapeuta se dé una oportunidad de inscribir la encarnación de
un Otro acogedor y habitable, bien diferente del modelo biográfico que
arrastran. Pero, ojo, hay que estar bien advertidos porque la anoréxica, aun
cuando en el mejor de los casos decida abrirse a tender un puente de confianza
colaborativa, va a poner en juego, sí o sí, el rechazo del Otro que la
caracteriza y desplegará sus mejores artes en hacerse insoportable y provocar
al terapeuta para arrancarle su repulsa y acabar consiguiendo ser la rechazada.
Es por eso esencial que el terapeuta no responda al rechazo de la anoréxica con
su propio rechazo, aunque a veces, es de justicia decirlo, sea muy difícil
resistirse a la tentación de mandarla al carajo. En el caso de J, la que me dio
calabazas fue ella, pero se daba una circunstancia especial que marcó el curso
de la terapia, que a la postre no llegó a tres meses. Tras descalificar el
psicoanálisis y dejar claro que no quería remover temas de un pasado doloroso
que al tocarlo duele todavía, me sumó como una muesca más a la dilatada lista
de profesionales que habían fracasado en el intento de curarla, a ella, que era
un despojo humano que no tenía remedio, para continuar la relación terapéutica
que mantenía con el psiquiatra, éste sí, un remedo de la figura paterna
idealizada, pero en versión afectuosa. Un año después, quemada la transferencia,
quemó las naves, y desapareció. No he vuelto a saber de ella. Quizás llegó a
contactar con Nardone y ahora es feliz como una perdiz y una vida normalizada. Quién
sabe.
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