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miércoles, 22 de septiembre de 2021

Una pregunta fundamental + Una enferma de odio

 



    

       Una pregunta fundamental      

       Nos queda otro asunto por tratar que me parece importante plantearse y que seguramente ya os hayáis preguntado vosotros, querida tripulación, ¿por qué demonios la anorexia afecta mayoritariamente a las mujeres? Pues todas las estadísticas se van tozudas al sangrante 9/1 en relación al número de hombres afectados.

       ¿A qué se debe esa flagrante asimetría de género en estos tiempos tan líquidos a ese respecto? Si uno consulta en internet, la respuesta mayoritaria apunta a la influencia mediática que impone el cuerpo delgado como paradigma de belleza femenina jaleado viralmente en todos los medios y pantallas, las grandes (cines), las pequeñas (televisiones y ordenadores) y sobre todo las de bolsillo, los móviles que lo invaden todo y lo difunden todo a través de la hipercomunicación instantánea y constante de guasaps y redes sociales -instagram al poder- que se convierten en perpetuos escaparates de la fiebre narcisista que nos arrolla. Y está claro que esta coyuntura tecnificada de comercio salvaje de la imagen responde a un modelo socioeconómico dominado por el consumo a ultranza que Lacan caracteriza como “discurso capitalista” y lo sitúa en la base del proceso de evaporación de la figura del padre simbólico, sustrato esencial para la emergencia y floración de lo que sus herederos vienen a designar como “los nuevos síntomas” que configuran la clínica de la posmodernidad. Vale, hasta ahí nos lo sabemos. Pero más allá de que nos avengamos a los efectos devastadores del Otro social dominante que se ha ido imponiendo en los últimos 40 años alcanzando en su efecto contagioso el grado de ‘epidemia’ (y aquí habría que incluir el capítulo de las adicciones y el siniestro imperio en la sombra del Narcotráfico, pero ese es otro tema que merece su propia reflexión. Interesados, para ir abriendo boca, zámpense la trilogía de Don Winslow), sigue percutiendo obcecadamente la pregunta: ¿por qué la anorexia es cosa -mayoritaria- de mujeres? O, dicho de otra manera, aparte del contexto -recién descrito- ¿hay algo propio del texto que se nos escapa? Porque alguien podría replicar que todo dios tiene móvil, y la dictadura del selfi es universal, y los hombres de hoy, hay que decirlo, cuidan muy mucho su imagen -sólo hay que asomarse a los gimnasios- pero el hecho es que les da por lucirse ‘fit’ o cachas, no esqueletos. Obviamente, constatamos que no es el mismo modelo de referencia el que les rige, que hay diferencias significativas en el Ideal, así que, volviendo a las mujeres, por darle una vuelta de tuerca, hay que recordar que el fenómeno anoréxico empezó a despuntar como tal en los años 60 del siglo pasado, cuando el pelotazo tecnológico no se podía ni soñar, luego en ese otro contexto ya daba la cara el texto, es decir, la idiosincrasia femenina de este avatar.

       Lacan, que es un genio de rizar el rizo y un maestro del tirabuzón, también tiene ocurrencias geniales e improbables eurekas que alumbran sorpresivamente el cuarto oscuro. Ya os menté que en el Seminario XX se larga to chulo las fórmulas de la sexuación -en las que no vamos a entrar ni de coña- y a partir de ahí va a hablar de los goces y va a dar cuenta de un goce propio de las mujeres, más allá del goce fálico que comparten con los hombres, y que va a denominar goce suplementario, que nosotros en brujulés le llamamos transfálico, es decir, en palabras de Lacan, “no todo” fálico, es decir, no significantizable, es decir, inefable, y como tal, vecino de la experiencia mística.

       La cuestión a partir de ahí es -dice Cosenza- conjeturar “qué pasa con la experiencia propiamente femenina del “no todo” cuando una mujer rechaza ‘el matrimonio con el falo’ […]Nuestra lectura de la cuestión es que allí donde el matrimonio de la joven con el falo es rechazado o roto, se produce una distorsión radical de su relación con el goce suplementario. Distorsión en la cual el “no todo” del goce femenino se transforma en el “sin límite” del goce anoréxico. Goce sin límite que se estanca en el cuerpo de la joven, devastándolo. Cuerpo que se convierte en un objeto fetiche vejado por el sujeto mismo por continuas prácticas superyoicas de hipercontrol y de privación…donde el hipercontrol se revela solamente como la ilusión superyoica-delirante de la anoréxica, cuyo verdadero motor es una pérdida estructural de control, una desmesura radical que la hace correr sin frenos hacia la muerte […] Muerte que no funciona en absoluto para ella como límite simbólico, sino más bien como deriva real sin límite. En realidad, por lo general, en la anorexia mental el sujeto no tiene una intención suicida, no busca la muerte, la cual le es indiferente, aunque no pocas veces la encuentra. Es su pasión por el nada, el objeto que causa su goce y que aniquila su deseo, lo que la ciega hasta el punto de conducirla a morir por él.” (Pág. 229 y ss.)

       Lo cual tiene sentido, ese sentido ‘loco’ que venimos señalando, pero no quita que acatarlo precise de un cierto acto de fe, aunque sea en la lógica, y una lógica más bien ‘rarita’ que bebe de Frege y de la que dios nos guarde. Así que, desde luego, ni se os ocurra comentarle nada del susodicho ‘objeto nada’ a la sufrida y sufriente anoréxica, ni por supuesto, mención alguna de su ruptura matrimonial con el falo ¡válgame Dios! Ni, muchísimo menos, al desemeante psiquiatra de turno ¡por favor! La cosa quede entre nosotros y ciertos colegas del gremio, pues no es plato apto para no iniciados. Es lo que tiene Lacan. Pero quizás sí valdría la pena “traducir” el último párrafo al román paladino y ver en qué queda, y de paso damos un repaso.

       Habría que aclarar conceptos crípticos para el profano tales como el “matrimonio con el falo”, el “no todo” femenino, el “sin límite” anoréxico, la movida superyoica…en fin, un sarao conceptual que en realidad es fácil y clarificador una vez que se entiende, así que vamos allá, porque vale la pena.

       Recordad que la pregunta que nos interpelaba la realidad anoréxica es por qué tamaña prevalencia femenina. Porque no hay que perder de vista que el rechazo alimenticio del lactante viene a ser equivalente entre niños y niñas, entonces ¿qué ocurre para que la anorexia adolescente sea cosa fundamentalmente de chicas? Frente a las explicaciones de corte sociológico que abundan -el poder influenciante del reclamo mediático de la moda, por ejemplo- y sin descartar su papel, Lacan apunta a una cuestión de estructura, y es ahí donde distingue el goce suplementario, ese goce sexual de las mujeres que va más allá del falo del que dio cuenta Tiresias tras su experiencia como ‘serpienta’ y que desveló en la disputa entre Zeus y Hera al ser preguntado sobre quién disfrutaba más en el acto sexual y responder sin vacilar que si se dividiese en diez partes el deleite sexual, nueve corresponderían a la mujer y una al hombre, proporción calcada de la asimetría anoréxica, ¡por Tutatis!

       Coincidencias míticas y estadísticas aparte, desvelar el misterio del goce femenino, a Tiresias le supuso la ceguera a la que le condenó una Hera iracunda y avergonzada por haber sido descubierta en su secreto. La cuestión es que ese goce extra que se da en el goce femenino es en tanto que va más allá de los límites del goce fálico -ese que nos unce a los hombres- y que Lacan describe como “no todo” fálico. Vale, si ahora retomamos la “ruptura del matrimonio con el falo” que caracteriza a la anoréxica, que es una forma cursi de referirse al rechazo del límite simbólico (en diversos grados) que subyace en la posición anoréxica, ya podemos entender a Cosenza cuando habla de la “distorsión radical en su relación con el goce suplementario”, distorsión en la que el “no todo” del goce femenino de la adolescente conflictuada se desliza y trueca en el “sin límite” (por el rechazo simbólico) del goce anoréxico, un goce deslimitado y mortífero que invade y devasta el cuerpo de la joven, pero que ella interpreta maníacamente como un ejercicio de control omnipotente de su necesidad nutricia que la libera de la dependencia de su odiado Otro al que humilla y condena a la impotencia. Victoria pírrica decíamos, además de trágica, porque no la rige el eros o pulsión de vida, sino la pulsión de muerte que comanda un superyó tiránico, cruel y sádico ante el que se inmola. Vaya pastel más chungo.

 

Una enferma de odio

       He mencionado de pasada al “odiado Otro”, que parece el título de una película de Tarantino, pero creo que el asunto merece un poco de atención. Menos abstracciones y más fotos. La foto que me ha venido es la de J, una mujer de veintipocos que atendí hace bastantes años derivada por su psiquiatra, que hablándome de ella me dijo, “está enferma de odio”. Y es que, efectivamente, cuando hablamos del rechazo al Otro, estamos hablando del odio al otro de turno, y en concreto a la Madre, esa que Fink designa en perspicaz guiño como la mOther. Pero los destinos del odio siguen cursos complejos. “El odio y el deseo de destruir al otro se redirigen hacia adentro. Me aniquilo lentamente para que tu sufrimiento discurra al compás del mío, lento, agónico y fatal. ¿Es suficiente para ti querida madre? ¿O debería gritar más?” me comparte A en un diálogo que en realidad es un monólogo interno que hace de su cuerpo un grito mudo. Y tenemos que preguntarnos qué pide en ese grito. J dirá de su madre: “Mi madre es muy fría, muy profesional, pero no es cercana. Yo no soporto que se me acerque nadie. Siento una rabia y una furia dentro, es la bestia que llevo dentro, me cuesta llamarle odio, es una frustración que siento contra el mundo. Cuanto más intento disimularlo, más me crece el enfado, la agresión…el otro día me puse muy burra y estuve a punto de empujar a mi madre…” Pero el principal destino de su odio es contra sí misma en un continuo machaque de desprecio, indignidad y culpa, al tiempo que diversas autoagresiones. Así que sí, un 2 x 1 sado-maso, y parece que ese dueto fatal que se juega en el vínculo primordial con la madre va a condicionar todo su patrón vincular. Me dice: “Yo era muy posesiva. No quería grupos. Quien está conmigo, está conmigo y con nadie más, y eso empieza por mi madre. Yo necesitaba la atención de alguien al 100% y, claro, mi madre tenía 5 hijos y había más problemas porque mi padre estaba fuera trabajando y mi madre tenía que hacer de padre y de madre”. Así pues, queda claro y definido el patrón fusional del “O todo o nada, y como todo no, pues nada” que rige su vida relacional y que la aboca indefectiblemente al ‘nada’ y su irreductible soledad. Por eso lleva razón cuando dice “lo mío no tiene remedio”, pues sólo perdiendo ese ‘todo’ al que se agarra con uñas y dientes tendría la oportunidad de salir de esa cárcel del ‘nada’ a la que se ve condenada.

       El caso es que J está aislada del mundo, pero tiene completamente idealizado a su padre, alguien entregado a su empresa, muy trabajador y siempre ausente, y del que se soñó su preferida en la infancia y siempre se esforzó en agradarle, en ser la mejor en los estudios, en la pintura, en el deporte, “Me tenía que esforzar mucho, me tenía que comer el mundo, no había medida, no sé si porque era una forma de llamar la atención y buscar su cariño. “Hay que trabajar, hay que producir, hay que castigar al cuerpo” es su letanía. Es una persona muy exigente, machaca a sus empleados y a sí mismo y sabes que tú nunca vas a estar a su altura. Y ya sé que no soy él, pero es como con el Hombre del Saco…sabes que no existe, pero te metes en la cama y te da miedo. Pero yo, como mi padre, hago una hora de gimnasia al día y 20 largos en la piscina. Me machaco, sí. Y es que el tío, el cuerpo, me exige demasiado, es mi enemigo, lo odio.”

       Así que podemos ver como J, ya sea tanto en sus idealizaciones como en sus identificaciones, ha podido acceder al escenario edípico del segundo tiempo y a la fascinación por el padre, aunque esté cortocircuitado en su dialéctica simbólica por el axioma imaginario, es decir, el padre fálico, lo cual nos hace pensar en una anorexia histérica. En estos casos, como ya dijimos anteriormente, la indicación terapéutica pasa por histerificar la anorexia, es decir, permitir que la palabra tome sitio y el discurso se despliegue en transferencia. Este aspecto transferencial es fundamental facilitarlo para posibilitar que en el encuentro con el terapeuta se dé una oportunidad de inscribir la encarnación de un Otro acogedor y habitable, bien diferente del modelo biográfico que arrastran. Pero, ojo, hay que estar bien advertidos porque la anoréxica, aun cuando en el mejor de los casos decida abrirse a tender un puente de confianza colaborativa, va a poner en juego, sí o sí, el rechazo del Otro que la caracteriza y desplegará sus mejores artes en hacerse insoportable y provocar al terapeuta para arrancarle su repulsa y acabar consiguiendo ser la rechazada. Es por eso esencial que el terapeuta no responda al rechazo de la anoréxica con su propio rechazo, aunque a veces, es de justicia decirlo, sea muy difícil resistirse a la tentación de mandarla al carajo. En el caso de J, la que me dio calabazas fue ella, pero se daba una circunstancia especial que marcó el curso de la terapia, que a la postre no llegó a tres meses. Tras descalificar el psicoanálisis y dejar claro que no quería remover temas de un pasado doloroso que al tocarlo duele todavía, me sumó como una muesca más a la dilatada lista de profesionales que habían fracasado en el intento de curarla, a ella, que era un despojo humano que no tenía remedio, para continuar la relación terapéutica que mantenía con el psiquiatra, éste sí, un remedo de la figura paterna idealizada, pero en versión afectuosa. Un año después, quemada la transferencia, quemó las naves, y desapareció. No he vuelto a saber de ella. Quizás llegó a contactar con Nardone y ahora es feliz como una perdiz y una vida normalizada. Quién sabe.






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