A un mes y medio cumplido del Congreso de Málaga, en el retrovisor de mi memoria desfilan imágenes que se empujan nerviosas como una multitud impaciente por salir de un espectáculo largamente anhelado y de golpe recién finiquitado. De esa turbamulta de sensaciones, apretones y codazos sobresale la desgarbada y risueña figura de Miguel, aquel terrorista infiltrado como cómico que con su humor kamikaze presentó y despidió el evento a la vez que con su mirada afilada y la cicuta de su palabra certera no dejó títere con cabeza.
Entre risa y risa tuve el privilegio de experimentar la maestría precisa de
su tajo y la pertinencia de su comentario. Además de la impagable semblanza que
nos regaló a mi colega de mesa y a mí con Farruquito y Ortega Cano, adalides de
la seguridad vial, el mensaje que me dirigió personalizado me quedó claro,
"javier arenas, tío, no se te entiende nada", lo cual, tratándose de
lo que se trataba, es decir, de presentar una ponencia ante una audiencia
bienintencionada que además había pasado por caja, no es precisamente el
resultado más encomiable.
Así que pasados los fastos y sus resacas, las interminables primarias del
PSOE, la Liga, la Copa, las diversas ferias, la bomba de Manchester, la
Champions de Cardiff y la décima de Nadal, habiendo pasado página otro florido
Mayo y estirando Junio sus largos y lánguidos crepúsculos en pos del
solsticio, confieso que me da vértigo la urgencia galopante de este tiempo
líquido, y ya que me pongo, pues que con la caló estreno
chanclas y con ellas un mea culpa y
un contrito propósito de enmienda.
Así que recapitularé brevemente. El tema en cuestión versaba sobre el
Narcisismo del Terapeuta y yo lo abordé específicamente desde el ángulo de la
Contratransferencia (Ver Narcisismo y Contratransferencia) Tuve que desplegar unos cuantos conceptos freudianos y
lacanianos y hacer una síntesis apretada de los mismos y contrastarlos con el
enfoque de los posfreudianos del que bebe Perls y que caracteriza su enfoque
gestáltico. Todo eso en diez minutos. Empleé otros ocho en intentar
ejemplificarlo a través del análisis de un fragmento del film La Misión. Un
tándem prieto y alto en calorías. Nutritivo pero no de fácil digestión. Queda
constancia de ello en el texto que publiqué en este blog y al que remito a
quien quiera refrescarlo.
Pero no es esa mi intención. Mi propósito es abordar un asunto que está en
la base de todo el tinglado pero que no por básico implica que sea sencillo ni
que esté asimilado, antes al contrario, creo que darlo por hecho o entendido es
(fue) un (mi) gran error. Alguien me dijo: “Pero tío, ¿cómo pretendes que la
gente se entere de algo si les hablas de ‘lo simbólico y lo imaginario’? La
peña no tiene ni idea de qué va eso.”
Y sí, es algo de cajón que yo pasé por alto. Así que para resarcirlo
empezaré desde el principio.
(WARNING:
Este escrito puede atorar su sensibilidad. Si es alérgico a los ladrillos,
vigile sus niveles de torro)
Hoy les hablaré del tira y afloja más célebre del lacanismo, el pulso
dialéctico entre lo Simbólico y lo
Imaginario. Y que el dios de las pequeñas cosas reparta suerte.
Algún avezado lector habrá fruncido el ceño y erguido las orejas. "Simbólico
e Imaginario, mmm, ¿no nos dejamos a nadie?" Y sí, habrá fruncido bien, y
sí, nos dejamos a alguien, pero de lo Real, ustedes me disculparán,
si queremos llegar a algún sitio hoy, ni mentarlo.
Diré que la distinción entre Simbólico e Imaginario es uno de los mayores
aportes que le debemos a Lacan, una distinción capital para poder hacer una
lectura estructural de la teoría y de la clínica. Pero hay que señalar a mi
entender dos objeciones:
En primer lugar, que esa dialéctica se juega en distintos campos temáticos
no siempre suficientemente bien delimitados, lo cual propicia la confusión.
Y en segundo, pero no menos importante, que en todo el primer tramo de su
conceptualización se resiente de un flagrante maniqueísmo, donde lo simbólico
es lo que mola y lo imaginario es chungo, tramposo o petardo.
Pero toca ya decir en qué consisten y desfacer algún malentendido habitual.
Y es que hay homofonías que no ayudan.
Lo primero sería decir que no es lo mismo el registro simbólico que
el Simbolismo.
Como tampoco lo imaginario tiene especialmente que ver
con imaginar.
Y es que las homofonías no aclaradas propician el bacalao.
Pues ¡aclaremoslas!, dirán ustedes. Pero no es tan fácil.
Podríamos decir que de lo que va el asunto es de una operación tan básica y
a la vez tan compleja como es la de Simbolizar. Pero claro, de ahí
viene el lío, porque, ¿de qué hablamos cuando hablamos de simbolizar?
Porque no es evidente, y para que vean que no es cosa mía que me da por ponerme
pejiguero, le paso la vez y la voz al Diccionario de Laplanche y
Pontalis, que al respecto dirán:
"Las palabras simbolizar, simbólico y simbolización se utilizan con
tanta frecuencia y en sentidos tan diversos, y los problemas concernientes
al pensamiento simbólico, a la creación y manejo de los símbolos, dependen de
tantas disciplinas, como la Psicología, la Lingüística, la Epistemología, la
Antropología, la Historia de las Religiones, la Etnología, etc. que resulta
particularmente difícil intentar delimitar..."
Y no sigo por no darles más la brasa, pero estarán conmigo en que la cosa
tiene su aquél.
Así que me centraré en el Psicoanálisis, en concreto en el freudolacaniano,
y no está de más decir que les daré mi versión, mi síntesis particular de un
tema especialmente atravesado por el malentendido estructural.
Podemos decir en su acepción más llana que simbolizar es representar a la cosa, es decir, aquella operación
que nos faculta para presentificarla en su ausencia.
La palabra 'coche' nos permite referirnos a él aunque todavía no nos lo
hayamos comprado. Vale. Así pués parece obvio que el lenguaje es un aparato
esencialmente simbolizante. Que las palabras son representaciones de las cosas.
¿Ya está? ¿Y qué pasa con las fotos o los dibujos?, sí, o ya puestos, ¿qué pasa
con las pinturas rupestres? ¿Acaso no son las más primitivas representaciones
de la Humanidad?
Vale, parece que el lenguaje no es sólo cuestión de palabras. Que también
hay un lenguaje de imágenes, y ya puestos, también de signos, de números, de
notas musicales, de colores...
A toda esa galería de elementos discretos los
llamaremos significantes.
Conviene precisar, siguiendo a Hugo Bleichmar, que el significante es una
traza material. Una inscripción. Tanto una huella acústica como una imagen
visual, un fonema, un color o un olor, que se diferencian de
otros, porque la diferencia es su esencia, y desde ahí, buscarán combinarse con
esos otros y hacer cadena, aunque no de cualquier manera. No vale decir
"una buena libro" ni "los coches roto". No procede ni la
ensalada verbal ni la sopa de letras. A lío revuelto, ganancia de pecadores.
Así que ahí viene la gramática, que con sus leyes los regula y los ordena.
Y en el variopinto campo de las representaciones hay que distinguir dos
modos de organización. El modo Imaginario y el modo Simbólico.
Un elemento pertenece a lo Imaginario cuando es algo en sí mismo.
Un elemento pertenece a lo Simbólico cuando adquiere valor en relación a
otros elementos.
De modo que un elemento en sí no es simbólico o imaginario sino que depende
del tipo de articulación en la que entre.
El modo imaginario, que Lacan remite al estadío del espejo como
experiencia referencial, pasa por la identificación del cachorro pulsional, prematuro
y fragmentario, con una Imagen que lo refleja como una totalidad
organizada, a la que se adscribirá el Yo como el núcleo de una identidad
definida y fija. Así pues, abrochamiento de imagen e identidad. Yo soy esa
imagen.
Es una relación dual, especular y narcisistica.
El modo simbólico que preside las relaciones de
parentesco es un claro ejemplo de la relatividad de los lugares, de
que nadie es en sí, o por sí mismo, sino en relación a otro. Uno es padre en
cuanto que hay un hijo/a, y nieto en referencia a un abuelo/a y así
sucesivamente con toda la tropa de primos, tíos y sobrinos, sin olvidarnos de
los cuñados, los yernos, las nueras y las suegras. Categorías cambiantes en
función de lugares diferentes.
Lo mismo que ocurre con el Diccionario, en el que al consultar cualquier
palabra somos respondidos con términos que a su vez nos reenvían a otros
diferentes en un deslizamiento interminable.
Y frente a la fijeza en el significado del signo nos
encontramos con la polisemia del símbolo.
La fijeza semántica habla de una relación coalescente entre el significante
y el significado. Estirando la imagen podemos decir que es una relación
fusional, y si estiramos hasta el final podemos decir que estamos en presencia
del Huevo a nivel sígnico. Es decir, que no opera el límite.
Territorio del dogma o del neologismo psicótico. O de la máquina, "su
tabaco, gracias".
Y al hablar de la polisemia del símbolo, es decir, de que un mismo término
encierre diversas significaciones, los lacanianos van a dar el cambiazo y
sustituir símbolo por significante.
Así que cuando hablemos de simbólico va a remitir a significante, a no
confundir con simbolismo, concepto non grato por
su estirpe junguiana.
Y del significante ya dije en su día que es de naturaleza infiel y está
cojo, y desde su cojera no ceja en apoyarse en los otros. Y por eso hace
cadena. Pero para no repetirme, quien esté interesado en el tema puede revisar
los posts De la dimensión lingüística del síntoma y otras hazañas del significante y De la resonancia significante.
Como pueden ver la cosa tiene su miga y sus vueltas pero no estoy yo por
seguir dándole carrete.
¿Para qué nos sirve todo este despliegue?
Les decía al principio que distinguir estas dos dimensiones de la representación
para mí suponía un aporte fundamental pues centra el eje de mi práxis. Yo las
uso como quien usa unas lentes bifocales que te permiten enfocar mejor la
realidad y pensarla con mayor claridad. Como pueden ir comprobando tiene
diferentes niveles de lectura y abarca un amplio abanico temático que es el que
he ido abordando a lo largo de los diferentes posts de este blog que
pacientemente visitan.
Puestos a simplificar, distinguiré tres pares de oposiciones dialécticas:
1.La dualidad lo total ( I ) vs lo pasado por el límite ( S )
Lo que apunta a la completud frente a la asunción de la falta.
Creo que en la clínica de las Neurosis, que es la que mayormente nos ocupa,
el problema pasa por el enganche al eje imaginario. Y eso ¿qué significa? Pues
estar pillados en una dinámica en la que rige el Yo Ideal,
ideal imaginario al que también llamamos en su día Ideal Tirano, y
que supone vivir en la exigencia de alcanzar cotas y valores sin tacha,
como el amigo Sócrates, que lo pagó con su vida, a distinguir del patrón
del Ideal del yo, ideal simbólico atravesado por la barra,
bajo el que, como Galileo, partiendo de sus limitaciones, uno hará lo que
buenamente pueda. (Lo vimos con detalle en No es lo mismo Hernández que Fernández).
La diferencia radica en asumir los límites y sus peajes, lo que Freud
llamaría el principio de Realidad, o por el contrario, vivir en la
ilusión de que es posible zafarse de la falta, aunque hipoteques en vano la
vida en ello.
2.La dualidad significante ( S ) vs significado ( I )
Ya saben del signo lingüístico de Saussure y de la toilette que le hizo Lacan. El tajo que le dio al vínculo antaño
armonioso entre el significado y el significante y el volteo que supuso darle
la primacía a éste último. Fue un acto que subvirtió las jerarquías, acabando
con el reinado del significado que campaba a sus anchas por los divanes.
Esto tuvo múltiples consecuencias, pero me ceñiré al vector de la técnica. La más llamativa fue el destronamiento de la interpretación a la vieja usanza como herramienta principal del
psicoanálisis, la tildó de bedeutung
y la tradujo como significación, o
atribución de significados, panacea de lo imaginario y por lo tanto proscrita
en la nueva ortodoxia para escándalo de los posfreudianos.
Y reivindicó la deutung como la
interpretación genuina y marca de escuela, destacando su condición de
puntuación significante, es decir simbólica, propiciadora de nuevos sentidos.
( Estos asuntos tan interesantes y algunos más los pueden revisar acudiendo
a los posts antes citados De la condición lingüística
del síntoma y otras hazañas del significante y De la resonancia significante).
3.La dualidad lo estructural ( S ) vs lo
fenoménico ( I )
Aquí lo estructural va a
referirlo a lo inconsciente, también
pensado en términos de verdad subjetiva y de estructura significante, por
aquello de que el inconsciente es lingüístico.
Lo simbólico entendido como pura
combinatoria significante que produce efectos resonantes, sin entrar en las “batallitas
sentimentales”.
Lo fenoménico, lo percibido por
los sentidos, caerá del lado de lo imaginario,
donde incluirá el campo de los afectos, con los “yo siento que” y demás
películas imaginarias.
Se observa aquí sin ambages el burdo maniqueísmo que les anticipaba, una
canonización elitista del metal simbólico a costa de denigrar la gena
imaginaria.
Esta dialéctica tan descompensada se templará posteriormente cuando
introduzca el nudo borromeo en
relación a los tres registros, pero ese es otro cantar.
Vale, y tras este somero recorrido por el percal dialéctico, ya procede
preguntarse ¿cuál sería la conexión con el tema de la contratransferencia que
no me entendieron?
Respuesta: pues que Lacan aplica también el binomio simbólico-imaginario a
la hora de leer la relación analizante-analista que ilustrará mediante el
famoso esquema lambda.
Va a distinguir dos ejes posibles:
El imaginario, ( de o a o' )en él
álgebra lacaniana, que podríamos traducir como "de yo a yo'" o más
coloquialmente como "de tú a tú".
Sería el eje habitual en la comunicación convencional en la que se daría
una suerte de complicidad narcisística. Por ejemplo, sin en medio de una
conversación uno comete un lapsus, el interlocutor lo pasará por alto,
"porque un error lo tiene cualquiera".
El simbólico, (de O a s), Otro en
relación con el sujeto del inconsciente, que será la posición
excéntrica que ha de ocupar el analista para poder alumbrar la dimensión
inconsciente en el decir del analizante. Es preciso desplazarse de ese eje de
complicidad imaginaria para que aflore la verdad del sujeto.
Veámoslo en una breve viñeta clínica. Se trata de una mujer que me está
contando sus penas y miserias cotidianas cuando me dice, "Doctor me preocupa
mucho mi infidelidad, ¡ay!, mi infelicidad..." Y yo,
obviamente, reacciono repitiendo con una exclamación su lapsus e interpelándole
por él.
"No, doctor, yo quería decir 'infelicidad'"
"Ya, ya, pero dijo 'infidelidad', ¿tiene algo que decir al
respecto?"
Y claro que tenía mucho que decir, pero esa es otra historia.
Así pués es esa posición de Otro la que ha de jugar el analista, posición
simbólica que se desmarca de presuntas simetrías imaginarias, no importa cuánto
sean de bienintencionadas.
(Y ahí tenemos a Neeson con su carrito del helado)
Estas son las premisas necesarias para comprender toda la crítica que hace
Lacan al despliegue contratransferencial y su apuesta decidida por esa
otra línea de intervención significante que terminará llamando deseo
del analista, ese empuje en promover la producción y elucidación de la
verdad subjetiva del analizante, que siempre es aquella que atañe a su relación
con la falta.
En fin, ya me vale y aquí me paro. No sé hasta qué punto esto puede
ayudarles a comprender mejor aquello que resultaba razonablemente
incomprensible. Tampoco tiene más importancia.
El depósito no da para más, y yo ya saldé la deuda y cumplí mi penitencia.
Es tiempo de soltar amarras.
Si alguien se cruza con Miguel me haría un favor si le transmite mis
recuerdos agradecidos.
Y para todos ustedes vosotros, con la brisa de popa en las velas, salud y
buen verano.
Mamouna, 13 de Junio de 2017
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