Recién vi en Madrid Arte, la obra de Jazmina Reza que con poco más de veinte años rodando por los escenarios ya es un clásico de la dramaturgia actual. Ya vi en su día, allá por 2004, la versión argentina de Ricardo Darín y ahora ha sido la de Miguel del Arco. Lamentablemente no pude ver la de Flotats, que inauguró la serie de versiones en España. Las tres han sido un rotundo éxito de crítica y público y más allá de sus matices interpretativos el texto de la obra es inmaculado, como la pieza que le da título, un cuadro de 1,20 x 1,60 todo blanco, o por lo menos en apariencia.
Y es que ya saben, " Oropareceplatanoesyelquenolose pauntontoes".
Desde niño me fascinaban las adivinanzas que travestían las palabras, un juego en apariencia inocente pero que subvertía las bases del sistema, es decir, el lenguaje.
Julio Cortázar en su Libro de Manuel nos instruía en cómo hacer la revolución, a través de un montonero en el París post sesentayochista. No se trataba de arrancar adoquines buscando un mar imaginario donde sólo había cloacas, sino de seducir a una burguesíta de La Sorbona contándole hazañas del Che y enseñándole expresiones soeces como "pija colorá".
Subvertir las palabras, subvertir las formas. Él lo hizo con Rayuela, deconstruyendo la estructura narrativa de la novela en un galimatías de capítulos prescindibles e imprescindibles que sacaban de quicio al más templado, salvo, claro, a los exquisitos paladares de la vanguardia de turno. Sacar de quicio es uno de los propósitos no necesariamente declarados de las vanguardias a lo largo de todo el siglo XX, y como el fin justifica los medios, ya se sabe, el escaparate de ocurrencias desquiciantes puede alcanzar las cotas más estrafalarias.
Arte va a jugar con esa premisa y se va a servir de ella para poner en solfa la Modernidad y su postureo de fantoches de guante blanco, y a rebufo de la manicura sangrante que le hace al artisteo dominante, descuartiza con humor amargo el triángulo moral de unos 'amigos de toda la vida'.
No voy a entrar a desgranar las nervaduras que recorren como violines afinados el desarrollo de una trama ejemplarmente dialéctica donde los tres protagonistas son capaces de llevarnos a sus respectivos huertos en un derroche de ritmo, lucidez y precisión. Sí quiero confesar mi rendición irrevocable a la creación que J. Usón hace del personaje llamado Iván, aquél que en su día interpretó mi venerado Darín. Sí quiero confesar que con las brumas de mi memoria a su favor, se lo come. Estaba en la primera fila de la platea y algunos de sus perdigones silbaron muy cerca. La fisicidad, la plasticidad, la naturalidad de su interpretación se disuelven en su transparencia. Un prodigio con aires de normalidad. Un milagro de lo cotidiano. Como cuando te sorprende en la boca esa sinfonía de matices livianos que despierta el primer bocado de esa cherna a la plancha que cenaste anoche en la Taberna del Mar. Para mí son experiencias genuinas que tienen el sabor de la verdad.
Yo, que en las cosas del creer ando imperdonablemente oxidado, ya dejé dicho en algún otro mensaje embotellado que creo en el dios de las pequeñas cosas, ese que a veces, y siempre por sorpresa, se manifiesta inefablemente en la verdad del instante.
Y si, ya sé que ése es un modelo de verdad peregrino y subjetivo, pero con todo su relativismo a cuestas, a mí me vale. Yo lo colocaría del lado real de la verdad. Pero mentar esa palabra, "real", es peor que destapar la caja de Pandora, y francamente, el último suspiro antes de las vacaciones no es el mejor momento para entrarle a ese bacalao.
Así que reduciremos el campo teórico con el que pensar la cosa y continuaremos jugando con las cartas que estamos últimamente desplegando y practicando.
Decíamos que andábamos impactados por esa sacudida invisible del encuentro con el instante verdadero ("decisivo" diría Cartier Bresson) y a veces pasa que cuando en alguna ocasión te tropiezas con algún touché en tu misma longitud de onda, sucede que lo reconoces, y te reconoces.
Y sí, lo podemos tildar de 'fenómeno especular', es decir, de espejismo.
Ya saben que desde Lacan en ciertos ámbitos los espejismos tienen mala prensa. Arrastran con oprobio el san benito de "imaginarios", pecado capital donde los haya, y más te vale que no te cruces con el inquisidor de guardia porque te la lían.
Pero no olvidemos que también Lacan nos dijo que "la verdad tiene estructura de ficción" y que Vargas Llosa nos regaló un título inolvidable con La verdad de las mentiras, así que habría que empezar a desdemonizar los espejos y aventurarnos a atravesarlos. No debe ser tan terrible si nos fiamos de Alicia y, personalmente, yo puedo darle crédito al espejismo siempre que no te quedes a vivir en él.
Centrémonos. Si se fijan pueden comprobar que cuando hablé de 'la verdad del instante' lo escribí con minúscula. Es esta cuestión de las mayúsculas y las minúsculas un terreno propicio al bacalao. Si me acompañan desde hace tiempo estarán al tanto de mi particular cruzada contra tan taimado bicho. Si su compañía es reciente, digamos desde el Congreso de Málaga, le resultará familiar la temática que venimos rondando, una variación más sobre la infinita dialéctica entre lo Imaginario y lo Simbólico, que califiqué de operativa, pero también de maniquea. Y aquí entramos en mi jardín privado sin la cobertura de ninguna estampita ni de ningún escapulario.
La convención lacananiana, porque de convenciones se trata, postula en su propia álgebra referirse a lo Imaginario con minúsculas y a lo Símbólico con mayúsculas. Por eso en el esquema lambda que ilustramos en su día el eje imaginario se anotaba (o - o') y el eje simbólico (O - S).
Esa O mayúscula designaba al Otro simbólico, concepto ya tan trillado que parece un lugar común, ¡pero no lo es! La elaboración del tal concepto le llevó a Lacan un largo trecho en el que fue evolucionando y cambiando su concepción. Es obvio y cristiano por mi parte el que no les voy a torturar con tamañas lindezas en este bochornoso fin de julio, pero sí les apuntaré que la mayúscula venía a refrendar la tesis de la primacía del significante, y que éste, el significante, tan querido para Lacan por aquellas fechas, era eminentemente simbólico. Así que ahí tenemos al Otro simbólico to mayúsculo y preeminente cuando súbitamente en una curva conceptual descubrimos que el tal Otro, también conocido como Tesoro del Significante, ¡ay!, está en falta. Glups. Houston, tenemos un problema. El sistema tiene una brecha en su estructura. Está barrado. Y así será representado, una O pasada por la barra (O/). No somos nadie.
Pero resulta que lo que tendría que haberse consagrado como tal, Otro simbólico = Otro barrado = (O/), en la práctica, habitualmente, va a seguir siendo referido como 'el Otro', a pelo, sin matices engorrosos.
Si, por otra parte, el concepto de Imaginario, remite a completud (ya sé que ortográficamente se escribe completitud, pero se me hace cursilíneo), a una imagen ideal y sin tacha, es decir, sin barra, me pareció más indicado otorgarle esa representación mayúscula y sin barra al registro Imaginario, y así lo hago en mis clases, quedando ambos registros en mayúscula y diferenciándose por la presencia o ausencia de tachadura. I: (O) y S:(O/), aplicándose este grafismo para otros conceptos tales como Padre Fálico (P) versus Padre Simbólico (P/) o Yo Ideal (I) e Ideal del Yo (I/), etc.
Ya sé que puede parecer muy osado y presuntuoso por mi parte arrogarme la facultad de formular mi propia versión del álgebra lacaniana. Pero lo que me mueve, no sólo en este apartado sino en el conjunto del trabajo de enseñanza del psicoanálisis que llevo desempeñando hace más de 20 años para un público formado mayoritariamente en otras corrientes terapéuticas y que se asoman de manera frugal y limitada a este vastísimo y complejísimo campo teórico, lo que me mueve, decía, es procurar transmitir la base necesaria y los conceptos precisos con rigor, inteligibilidad y, muy prioritariamente, con funcionalidad operativa, es decir, que resulte eficiente en la práxis que como terapeutas de sus respectivas escuelas ejercen en su labor clínica. Mi propósito es poder proporcionar una brújula teórica que permita orientarse en el tumultuoso oleaje de la clínica, en su tormentosa complejidad.
Y es por eso de mi hincapié en distinguir la vertiente simbólica de la imaginaria, porque esa diferencia tiene rango brujular. Pero no es algo sencillo ni evidente. Y frente a enfoques simplistas, puristas o antagónicos, yo, cada vez más, me decanto por su hibridaje, por su incontestable condición mestiza, en la que sí, claro, habrá que deslindar y reconocer sus diferentes linajes.
La verdad es que hablar de la Verdad impone y puede abrumar al más pintado. Pasa como con lo Real que mencionábamos antes. Son ambos conceptos de tal densidad semántica y epistémica que casi mejor callar. Ya está ahí la Historia de la Filosofía para abrir boca. Sírvase quien quiera y a discreción, cual menú libre. Hossana el fast food.
Yo menté más arriba una acepción muy acotada que llamé 'la verdad del instante', aquella que en su fugacidad denota la fuerza de su certeza atravesada por su precaria transitoriedad. La vida es eterna en cinco minutos, ya saben, y si no pregúntenle a Amanda que ella les contará. Bien distinta de esas otras Verdades Eternas e inmutables que se nos venden desde cualquier tribuna trascendental.
Es una variante más de esa fórmula lacaniana tan retórica como formal que enuncia como 'la Verdad no toda', con la que define la condición irremediablemente fragmentaria de lo que la palabra y sus derivas simbólicas pueden dar de sí. Y ahí viene el arte como camino o expresión de la verdad subjetiva, siempre en conflicto, siempre en falta, que es la que el psicoanálisis despeja pues es la que nos incumbe y que en una próxima ocasíon haré por abordar.
Quedan emplazados. Y ojalá que en Agosto la incertidumbre nos sea favorable.
Carpe diem y bon profit.
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