Toca ahora recoger el
guante nosográfico que nos lanzó Falret con su enfermedad de la duda y
prestarle atención a la riqueza semiológica que señalamos en su día y que Freud recogerá y desarrollará con verdadero ahínco a lo largo de los años
en un conjunto de textos ya clásicos que cualquier interesado en la matería
debería leer: Las Neuropsicosis de defensa (1894), Nuevas Observaciones
sobre las neuropsicosis de defensa (1896), Los actos obsesivos y las prácticas
religiosas (1907), Tótem y Tabú (1913), La disposición a la Neurosis Obsesiva
(1913), Lecciones introductorias al psicoanálisis -XVII- (1917), Inhibición,
síntoma y angustia (1925) y el imprescindible Historial del hombre de
las ratas, titulado Análisis de una neurosis obsesiva (1907)
Como se puede
constatar, un laborioso trabajo el que le dedicó a un cuadro que acuñó él mismo,
porque, como ya dijimos, llamando "neurosis obsesiva" a lo que
Kraepelin llamaba "locura obsesiva", daba una voltereta nosológica a
la psiquiatría de la época. Es un movimiento de tal calibre que tiene valor de
acto, acto subversivo epistemológico, pues sacude la tradicional división del
campo patológico que oponía psique y soma,
pensamiento y cuerpo, siendo las "neurosis" (histeria, epilepsia e
hipocondria) territorio del cuerpo y la "locura" (total -la
esquizofrenia-, parcial -la paranoia-, o lúcida -la
obsesión-) territorio del pensamiento. Y ese término que ahora damos por hecho
hubo que construirlo mediante un salto escorado y contracorriente.
En realidad el
psicoanálisis siempre ha sido y será contracorriente mientras
siga siendo psicoanálisis. Es cuando se adapta y se
propone adaptativo, como la corriente hegemónica norteamericana
conocida como "psicología del yo", cuando se desnaturaliza y pierde
su rumbo. Es contra esa deriva normalizante que se levantó
Lacan con su bandera del "retorno a Freud" y su decidida apuesta por
rescatar lo subversivo de su propuesta. Y aquí estamos, contracorrientes y
disidentes del imperio cognitivo desemeante y su legión de coachers positivistas. Y
así nos va.
Volviendo a Freud,
para dar ese paso aglutinador de histeria y obsesión inventa también una nueva
categoría, neuropsicosis -un término mixto que circulaba por el
gremio- de defensa. Y esa va a ser la verdadera bomba,
la postulación de un mecanismo común, la defensa, -contra los
recuerdos intolerables de un traumatismo sexual sufrido en la infancia- en vez
de la degeneración nerviosa que postulaban las vacas sagradas
desde los púlpitos psiquiátricos de la época. Así pues, se estrena
dinamitando los cimientos del paradigma. Aunque en realidad al paradigma se la
chufla porque cambia de piel y, cien años después, ahí sigue tan lustroso
vendiéndonos la panacea de los neurotransmisores.
Y uno se pregunta,
¿pero qué demonios tendrán que ver los neurotransmisores, el reblandecimiento
de la Aracnoides o la degeneración nerviosa con las ideas obsesivas que esta
pobre mujer le refiere a Kraepelin: "Cada objeto que veía le recordaba los
órganos genitales del hombre, un mango de un cuchillo, un bastón, etc. Si veía
una venda pensaba que se podía envolver con ella un pene. Un crucifijo
despertaba el pensamiento de levantar el mandil para agarrar con sus manos los
testículos. Para un mismo objeto surgían múltiples ideas análogas que le
perseguían sin cesar y sin posibilidad de sustraerse a ellas..."
Pero, por favor,
postular un núcleo conflictivo de índole sexual en el origen del síntoma no son
más que mamarrachadas y desvaríos de un judío calenturiento y, por supuesto,
nada científico.
Así que, querida
tripulación, contra viento y marea seguiremos intentando elucidar la lógica
subyacente tras ese abigarrado y variopinto abanico de manifestaciones tan
pintorescas que constituyen la fenomenología de la neurosis obsesiva. Ya dimos
somera cuenta de la lectura estructural lacaniana que nos planteaba Fink. En
esta lección haremos un recorrido por la clínica obsesiva de la mano de Freud,
que vendrá a mostrárnosla como el paradigma de las neurosis. Pasen y vean.
SEMIOLOGÍA
La semiología, como
sabréis, es la rama de la medicina que atiende al conjunto de los signos, es
decir, en términos generales, a lo que llamaremos los síntomas. Frente al
modelo médico de la psiquiatría que es eminentemente descriptivo, - y ahí tenemos
al DSM como enumeración de ítems acategorial - Freud intentará
articular los síntomas como expresión lógica de una dinámica inconsciente. Para
ello precisa elaborar toda una teoría previa -que es la que hemos desarrollado
a lo largo del curso- que justifique y explique el sentido del síntoma. Veamos
sus resultados.
Lo 'obsesivo' se
corresponde con el término alemán zwang, que se refiere a ese
talante imperativo o coercitivo que caracteriza a una determinada
representación o acto.
La idea
obsesiva se caracteriza por su "curso psíquico forzoso", es
decir, se trata de aquella idea que se le impone al pensamiento del sujeto de forma
asediante y aunque pueda resultar absurda no hay forma racional de deshacerse
de ella. Como por ejemplo, aquel paciente que piensa que ha contraído el sida sin haberse expuesto a una situación de riesgo y ese pensamiento le acosa y
le tortura sin cesar.
Llama compulsión
obsesiva a ese otro pensamiento que se presenta bajo la forma de un "tienes
que", un mandato imperativo que te impele a realizar una determinada
acción, "coge a tu hijo y tíralo por el balcón", o en forma de temor
a realizarlo, " ¿y si se me va la cabeza y le clavo un cuchillo?".
Miedo a perder el control y llevar a cabo un acto horrible. La experiencia
muestra que no se llega a realizar la acción o la orden temida, pero la
angustia desatada es invasiva y paralizante.
Los actos
obsesivos, estos sí llevados a cabo, vendrán a tener por el contrario un
papel preventivo o reparador, y aunque su
realización pueda parecer disparatada o ridícula, tendrá como característica
esencial un patrón forzado y exacto. Son los llamados ceremoniales,
conductas estereotipadas perfectamente reglamentadas que han de cumplirse con
un orden estricto y sin lugar al error. Recuerdo a aquella paciente que ante el
asalto de un pensamiento obsceno al ir a la iglesia se veía obligada a tocar
madera tres veces o múltiplos de tres, cifras cada vez más elevadas, y si en el
transcurso de la operación perdía la cuenta debía comenzar a contar los toques
desde el principio. Era una actividad que podía llevarle horas y consumía sus días.
Hay infinitas
modalidades de ceremoniales, a menudo rituales realizados en la intimidad,
regidos por un rasgo de fijeza, aunque pueden ir modificándose
y complejizándose con el tiempo. Eso sí, todos comparten una circunstancia
común, son inaplazables e innegociables, pues si esto ocurre aparece
inevitablemente la angustia.
Cualquiera de los
casos citados muestra una dinámica semejante, la aparición de una idea
reprobable, terrible, inmoral o indigna que despierta la culpa y los
autoreproches que les conducirán a los ceremoniales como recurso expiatorio,
reparador y preventivo.
Como podéis ver sigue
un patrón semejante a los rituales religiosos, al punto que llevará a Freud a
pensar la neurosis obsesiva como una religión privada y, como contrapartida, a la religión como una
neurosis obsesiva colectiva.
Hablamos pues de ideas
reprobables que se le imponen al sujeto y que por su inmoralidad despiertan una
culpa que requiere un castigo. Es el circuito básico de la culpa,
un afecto dominante especialmente frecuente en estos pacientes, pero con una
particularidad, la culpa que sufren es injustificada o desproporcionada. Es el
caso del 'hombre de las ratas' que se recriminará haberse ausentado un rato a
descansar siendo precisamente entonces cuando su padre fallece, circunstancia que le hará sentir culpable respecto a su muerte, atormentándose cruelmente por su negligencia con
un fustigamiento en sus autoreproches que está fuera de lugar. Sin embargo,
cuando Freud le interpreta a partir de ciertos recuerdos infantiles los
sentimientos hostiles que guardaba hacia su padre, los rechazará ofendido,
declarando el gran amor que les unía.
Así pues nos vamos a
encontrar a alguien que sufre de una culpa que no le toca pero que difícilmente
asume la culpa que sí le toca, pues se va reclamar virulentamente inocente.
Es acorde este
posicionamiento con su curriculum clínico, pues aunque refiera con detalle el
listado de vilezas que le vienen a la cabeza, nunca se reconocerá como agente
de tales sevicias, antes al contrario, siempre como su indefensa víctima.
De hecho es
característico del perfil obsesivo presentarse como alguien modélico y ejemplar. Moralista y
justiciero, abanderado de la virtud, ¿cómo va a ser culpable de tan aviesas
intenciones?
Este dechado de
probidad es resultado de lo que Freud denominó formaciones reactivas,
una defensa caracterial que intentaría refrenar y contrarrestar el poderoso
empuje pulsional mediante el recurso a la transformación en lo
contrario. Así pues los impulsos transgresores serán reconvertidos en
una tendencia al orden y la disciplina, la violenta hostilidad en 'suavizamiento' tipo
Ned Flanders, el vecino de los Simpson que a todo lo llama en diminutivo, y el
empuje libidinoso puede transformarse en una tendencia a la la abstinencia o a
la austeridad en relación a los placeres, donde el hedonismo está muy mal visto y
lo que puntúa al alza es el sacrificio.
Como podéis ver todas
estas manifestaciones del obsesivo son congruentes y solidarias en su
finalidad. Todo partiría, como dijimos en su día, de un vínculo materno muy
fusional con su correspondiente pulsionalidad edípica, un exacerbado empuje al
goce incestuoso y parricida que debido a la debilitada función paterna se verá
contrarrestado por un Superyo de una severidad extrema que, en su exigencia y
represividad, se convertirá a su vez en ese juez gozador que Lacan describe como
feroz y obsceno. Y de ahí, todo ese rosario interminable de culpas y
penitencias.
(Continuará...)
Hola Javier!
ResponderEliminarCreí que ya no habría actividad por acá, pero ese (Continuará...) me deja esperanzas para volver.
Te agrego a mis blogs amigos así apenas haya movimiento paso a leerte
Me gustan tus entradas!
Abrazo grande desde el Río de la Plata!