Estuve
haciendo el taller del Rasgo (Eneagrama) acabándose agosto en un pueblito
minúsculo de un valle precioso. Valdivielso, allá arriba en Burgos, por donde
el Ebro todavía parece un aprendiz de sí mismo. Recuerdo que en la rueda final
de aquello que se me aparecía como una especie de Lotería del Ser, cuando le
tocó a mi/nuestro número, Claudio, en un gesto de cortesía, me invitó a hablar
diciendo aquello de: “Tenemos entre
nosotros a un psicoanalista. Sería interesante poder escuchar qué nos puede
decir…”. Añadir que éramos casi cien
personas del más diverso pelaje y que la singularidad de mi condición de
analista me hizo sentir una soledad y una extrañeza que ni el último mohicano
en Minnesota.
¿Qué hacía
un psicoanalista como yo en un sitio como ése? me pregunto yo a veces a mi
mismo desde la garita inclemente de mi superyó más incisivo. La respuesta viene
fácil: asomarme a conocer y comprender sobre lo que se cuece en esta olla. De
qué va. En qué consiste. A qué sabe. ¿Por qué?
Opino, mi
propia experiencia me avala, que en el planeta Psi que habitamos cunde un
lamentable fundamentalismo ét(n)ico, una xenofobia escolástica nada larvada, un
profundo y recíproco desconocimiento y ¡qué pensar de esas fiebres
ultranacionalistas y calenturientas que ni que nos hubiera picado el mosquito
del palurdismo ése! Es claro que los caminos del Señor
son infinitos, más o menos. Pero lo que ya no está tan claro es que todos los
caminos conduzcan a Roma. Ni falta que hace. La capital del Imperio varía.
Incluso hasta al propio Imperio se le pasa la vez y está comprobado que al caer
el día el sol siempre se pone y no sólo por Antequera.
Mundo Psi.
Paraninfo supino. Purgatorio del alma. Cajón de sastre. Babelia.Llevo bastantes años inmerso en
esta carpa. Testigo empedernido de este carnaval de lenguas. Mi flamante
uniforme con el que salí de West Point ha ido perdiendo brillo, botones y
charreteras, pero todavía conservo afilado mi sable envainado y mi pipa tuerta.
Es desde ahí que igual acudo a
Madrid a los palcos de la Academia que me arrimo al Burgos campestre,
pitagórico y geómetra.Es desde aquí, en pleno corazón de Alicante, sede del Instituto en el
que curro, donde intento llevar acabo mi tarea. Profundizar la aventura del
saber en un territorio que huele a frontera, donde cada uno puede hablar a su
aire y con su acento, despreocupado de inquisiciones, tabernáculos y otras
purezas.
No es una
loa al hibridaje bastardo. No. Sí es un abrir los ojos a una realidad mestiza
evidente pero desde la clara memoria del propio linaje. Así pues, una apuesta
decidida por un espacio fronterizo abierto a sus sones y a sus ritmos mulatos.
Sólo en el encuentro con lo otro puede uno distinguirse de veras. Encuentro
singular que implica explícitamente su faz de desencuentro. Amarga paradoja,
ay.
No se trata
pues de afanarse en un espejeo mimético indiscriminado y caníbal. No todo vale.
No vale todo. Ni todo es lo mismo, ni nada es lo mismo, pues ya está dicho que lomismo es la enfermedad del lomo, y no
es eso. Despídete de Jauja. Summerhill y Babia son destellos deslumbrados de un
paraíso soñado que soñamos y perdimos.Bye bye sweet Caroline.
Tampoco
procede, aunque sólo fuera por una cuestión de prurito, esa apología autista de
la diferencia, criptoenigma con pajarita y otras alergias que nos recorren. Ya
en su día comenté que más que el silencio de los corderos me inquietaba el
fragor de las cacatúas. Cacatúas de salón anilladas con galicismos
bizantinistas. Bli blu bla. Stop.
Dice un proverbio
chino que una buena valla hace un buen vecino y es probable que esté cargado de
razón, especialmente desde una concepción defensiva y cuadriculada de la
vecindad y el propio espacio, abigarrado reino de Taifas y adosados sados. A mí
nunca me gustaron las tapias altas ni los paredones de cemento. No me van los
muros, ni los de Berlín, ni los de hormigón, ni siquiera esos tan modernos de
metacrilato que canta el Kiko.
La Frontera
es aquella tierra de nadie donde la naturaleza hace borde (border) y divide el
paisaje en forma de árbol, río, valle, desierto o monte. Lindos lindes, donde
las cosas cambian de nombre y el nombre cambia las cosas, o eso parece, plata-no-es,
que como aquel champán de siempre, ahora ya denominado cava, se distingue y
distingue.Y quien no lo sepa,
un tonto es.
Salud y
chi-chin.
Mamouna. Septiembre del 96
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