¿Quién es la mutable madre
que su ser le da y le dio
a otro que es de todos padre
y que por medio de otra madre
a tiempo se le
escondió?
Así decía la primera de una serie de adivinanzas que
descubrí perplejo en un librito que me llegó contrarembolso cuando contaba
trece años. Yo venía de una tradición más amable y divertida del tipo “Una señorita muy enseñorada que siempre va
en coche y siempre va mojada, ¿quién es?”
Aunque las dos te interpelan por una respuesta, no es lo
mismo. Lo que la segunda tiene de pizpireta, la primera lo tiene de pedante, y
lo de menos es la solución. Ahora entiendo por qué no podía con Las estructuras elementales del parentesco
y sin embargo me emociona cada versión del Edipo que presencio. Y ¡ojo!, creo
que el aporte del texto de Levy Strauss es fundamental para sostener
estructuralmente al complejo de marras, pero hay maneras y maneras y a día de
hoy tengo claro que hay estilos que se me hace muy arduo transitar.
Sé que no soy nada original si confieso que Lacan se me
atraganta a menudo en su forma de expresarse. Al propio Levy Strauss le pasaba
parecido, y no es el primero ni el último de una larga lista de intelectuales
que comparten fastidio. Bien es cierto que también hay una selecta minoría que
se proclaman fascinados, sin negar el vértigo de sus escollos, antes al
contrario, celebrándolos como ochomiles
al alcance exclusivo de los elegidos.
Es obvio que no pertenezco al club, pero llevo treinta años
indagando sus enigmas, peleándome con sus grafos y sus matemas, desbrozando sus
nudos, obstinado en capturar fantasmas sin fuste y sin sábana y permanentemente
frustrado en mi afán de atisbar en vano al puto objeto a que dicen que por allí resopla.
Y sin embargo…aquí estoy. Aquí sigo.
¿Por qué demonios gasto mis mejores energías y mis tardes de
verano en escrutar y descifrar un sistema de pensamiento que me tiene
enganchado como un niño a una pompa de jabón? Algo tan leve y a la vez tan
complejo, tan transparente en su opacidad, tan luminoso en su oscuridad. Una
experiencia de destellos y de resonancias que van tejiendo una red de sentido
sin garantías de Eureka.
Supongo que así debe ser la
aventura del conocimiento, una travesía que nunca viene dada por mucho mapa que
te vendan, por mucho gepeese que te compres. Y otra vez el poeta, otra vez el
no hay camino, y el se hace camino al andar, y por qué no, al hablar. Una senda
de palabras que cada uno escribe con sus propios pasos, un poco explorador, un
poco vagabundo, pues a fin de cuentas vagamundos
somos y por el camino nos encontraremos. O no.
Javier
Arenas, en Mamouna, agosto 2013
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