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sábado, 2 de diciembre de 2023

Aviones Plateados

         



          Escucho en la lista de novedades que me surte cada semana Spotify una vieja canción, "Aviones Plateados", de El Último de la Fila, una nueva versión recién salida del horno. Hay algunas diferencias respecto a la versión original,      -ha ralentizado un poco el ritmo, ha moderado su amarga intensidad y ha desleído su duende moruno- pero sigue siendo una canción irresistible de amor perdido y despecho auto infligido -"credenciales de posesión, ¡qué tontería!"- y un retrato doliente con pinceladas fotográficas de la soledad de una habitación con vistas: "Veo tu casa desde mi mi balcón. Chimeneas y tu ropa al sol. Aviones plateados rozando los tejados. Vestido y en la cama vigilo tu ventana...". Y no sigo, porque seguro que los de mi quinta os la sabéis de memoria, y los que no, ya estáis corriendo a darle la vez. Bueno, en pro de mi objetivo, citaré una última frase, precisamente la que va a continuación: "Miro libros de pintura que robé. No tengo hambre, hoy no comeré..."

          Y aquí viene lo bueno. Resulta que como quién no quiere la cosa ha habido un cambio que casi me pasa desapercibido pero no, pues va Manolo García y canta: "Miro libros de pintura que compré". Ahí queda eso. Ya está. No hay más. Ni menos. Sólo un trueque verbal. Una palabrita de nada. Un afeite aseado: 'compré' por 'robé'. Y todo arreglado. A otra cosa mariposa y aquí no ha pasado nada. O sí. O a mi me lo parece. Será deformación profesional, "las cositas del significante", ya sabes. Mira que eres pejigueras. Pues sí, vivo de eso, y creo en eso. Vaya, te estás poniendo profundo. Sólo es una canción de amor. No, querido. Ya no estamos hablando de eso. Hemos cambiado de partido y de juego. Ya no se trata de una operación nostalgia por la banda sonora de mi juventud. Se trata de aguzar la escucha y alzar el dedo para no dejar pasar impunemente  ante nuestras narices el virus contagioso y chirlero de la pandemia Woke. ¿Mande?

          Bueno, tomo nota de que acabo de introducir un palabro que merece una mínima aclaración, y aunque es posible que la mayoría ya lo conozca, porque la peña anda muy puesta, seguro que hay otros que no, así que siguiendo la ola inclusiva que nos arrastra le daré un vuelta y vuelta para que podamos entendernos mejor -o por lo menos intentarlo-.

          Lo woke -pronúnciese güok- es un término muy en boga en el discurso cultural norteamericano que ha cogido vuelo político en los últimos años y en los twenty arrasa y se hace trending topic y salta el charco, y aquí estamos, chopados y sin enterarnos. La verdad es que todo va cada día más rápido, el bendito móvil y las redes imponen su urgencia por ley. 'A toda mecha' se quedó corto, y los mensajes, en su compulsión centrífuga, se vuelven casi desaparecidos, como Manu Chao que cuando llegaba ya se había ido, volando vengo, volando voy.

          Así que sin prisa pero sin pausa, que diría aquél, diré que lo woke es la forma cool de referirse a lo "politicamente correcto" (p.c.), aquel movimiento que desde las buenas intenciones nos conmina a un enjuague de boca revisionista que J.F. Garner parodia ácidamente en su versión p.c. de los cuentos infantiles: "Cuando Blancanieves despertó vio ante sí los rostros de siete hombres barbudos y verticalmente limitados que la contemplaban inmóviles alrededor de la cama...",-bye, bye forever mis queridos enanitos-, o la propuesta del Museo Británico de sustituir el término "momia" por "restos momificados" dadas las resonancias colonialistas del primero o sus connotaciones de 'monstruo' horripilante en obras de ficción, mientras se despiporra en su sarcófago Tutankamon. Y diez mil ejemplos más, desde los más estrepitosos a los más subliminales, los más peligrosos, porque es en lo sutil y lo minúsculo donde anida invisible el bicho invasor, acordaros del puto virus pandémico.

          Así que mucho ojito con el birli birloque del Último de la Fila que citábamos más arriba. ¿Qué sentido tiene cambiar "libros de pintura que robé" por "libros de pintura que compré"? ¿No darme malas ideas? ¿No fomentar en mí los bajos escrúpulos? ¿Incentivar el alicaído negocio editorial? ¿Apoyar a las pequeñas librerías? Pues vamos apañados. El neopuritanismo rampante resopla a babor.

          Francamente me parece una infantilización moralista que me pilla viejo. Un buenismo peligroso que con sus mejores propósitos inocula ese otro virus, el de la censura, contra ese bien tan arduamente conquistado como es la libertad de expresión. Antes fueron los curas y sus rombos y ahora la policía del pensamiento molón. Antes las tres Ave Marías de penitencia y ahora la ominosa Cultura de la Cancelación. Glups. Y lo más jodido es identificarse con ella. Hacerla propia. La autocensura es la novia chunga del Superyó.

          ¿Qué te pasó Manolo? ¿O fuiste tú Quimi? Para no caer en agravios comparativos, dejémoslo en cosa de los dos. Me cuesta entenderlo. Me cuesta creérmelo. Me sabe a derrota, vuestra y mía. Derrota de una generación que crecimos soñando con la libertad y el rock.   El cuento de la criada, esa distopía siniestra, ya no suena tan disparatada. Y al Big Brother de Orwell yo lo imagino con la cara de Elon Musk.

          En fin. Ya está bien por hoy. Me quedo con otra de vuestras flechas de belleza afilada:

          "Retales de mi vida. Fotos a contraluz. Me siento hoy como un halcón, herido por las flechas de la incertidumbre" (Y a ver quién que la conozca se resiste a cantarla).

          Salud

                                                                               
                                                                                         Mamouna. Diciembre 2023