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viernes, 2 de marzo de 2018

Capítulo VII SÍNTOMA Y ANGUSTIA

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"La angustia y la culpa son la sustancia del síntoma" escribió Néstor Braunstein en algún lugar que no recuerdo ni encuentro, ay, y espero que no cunda. Me parece un apotegma logrado pues condensa y articula en media línea tres conceptos de calado. Me voy a tomar la licencia de remacharlo con un añadido mío. Quedaría así: "La angustia y la culpa son la sustancia del síntoma y su alma es el deseo".
Venimos de hablar de la culpa en el capítulo anterior y la situamos como un afecto que operaba como regulador psíquico expuesto a disfunciones que generaban una clínica, por defecto o por exceso, siendo el plus de culpa lo propio de la neurosis.
Hoy proseguiremos nuestra ruta conceptual abordando el par restante, par que constituye propiamente el meollo de la clínica.


El síntoma

Plantear la cuestión del síntoma en singular es pretender abarcar mucho pensará más de uno, y tendrá razón. Pero pese a la vastísima variedad de presentaciones posibles las podremos dividir en dos categorías: las que portan un sentido inconsciente y las que no.
O sea, distinguiremos los síntomas semánticos de los síntomas somáticos.
Y nos centraremos en los primeros, campo propio del psicoanálisis.
Postularé una hipótesis de partida. Diremos que el síntoma es el resultado de un miedo a saber que se manifiesta en un rechazo a saber. ¿A saber qué? Pues a saber sobre algo que es propio del sujeto y de lo cual el sujeto no quiere saber. Y eso nos conduce directamente a proponer como corolario de la tésis enunciada el que hay en cada uno de nosotros un saber que no se sabe, es decir un saber inconsciente.De hecho, el término original freudiano que traducimos como "inconsciente" es das umbewuste, literalmente "lo no sabido". Y de eso se trata, de un saber no sabido por reprimido, y el síntoma, siguiendo esa lógica, será según Freud el retorno de lo reprimido. 

Vale. Pero primero habría que hacer algunas consideraciones sobre esta cuestión del miedo.
Freud entiende el miedo como una respuesta lógica a un peligro real. Por ejemplo, si tú vas por la calle y te encuentras con un león lo propio es que tengas miedo, que salgas corriendo y te escondas en el primer portal abierto que encuentres porque en caso de no hacerlo te expondrías a un riesgo importante. Un caso bien distinto es cuando en tu caminar te cruzas con un ratoncillo y lo que ahí acontece, pues no será lo mismo si me ocurre a mí o a mi prima. En mi caso la cosa no suele ir más allá de la sorpresa porque es el ratolí quien sale a la fuga. Mi prima, por el contrario, se llevará un gran susto porque los ratones y las ratas le dan mucho miedo, así que basta presentir su presencia para salir huyendo y cuando te refiera la escena exclamará "¡Una rata! (da igual que sea un ratoncillo, siempre le parecerá el tamaño XXL) ¡Qué horror! ¡Qué asco!" Y en nuestra oreja resonará el ¡Ping! que nos alerta de que ahí hay tomate. ¿Qué quiere decir que ahí hay tomate? Pues que en términos de peligro no es lo mismo un león que un ratón. Y ya puestos no es lo mismo 'miedo' que 'horror', pero además de esa desproporción, la clave está en el 'asco', que se solapa con el miedo pero no hace serie, pues apunta a otro ámbito. ¿A qué ámbito apunta? Pues esa es la cuestión.

Freud va a apuntar que ese temor mas que proceder de afuera procede de adentro, por más que el afuera, en este caso el ratón, sea el desencadenante. Pero es el desencadenante de una película interna, de algo que uno lleva dentro. Ese temor desencadenado por algo interno que despierta estaría del lado de la angustia. El peligro pues, no es la 'amenaza' exterior. Digamos que el agente exterior sería el mediador, el que convoca el peligro interno. Es decir, que el ratón no es el peligro, el ratón lo representa. Y para saber qué representa, el analista formulará su pregunta estrella, "¿Qué asocia usted con ratón?"

Bueno, es el momento de subir la apuesta y proponer una hipótesis más inquietante.
Decíamos que el síntoma respondía a un no querer saber sobre algo que es propio del sujeto, y ahora diremos que eso de uno que uno rechaza saber tiene que ver con su deseo, un deseo que se  vive como insoportable, inaceptable, intolerable, horroroso.
Así que tendremos que hablar del deseo, pero no de su faceta refulgente y piripitosa que pone los ojos chiribitas y la sonrisa profiden, no, más bien nos inclinaremos por el lado oscuro del deseo, aquél al que Buñuel le dedicó su última película de título casi homónimo Ese oscuro objeto del deseo, con la particularidad de que su protagonista es interpretada por dos actrices distintas, Ángela Molina y Carole Bouquet, desplegando en ese desdoblamiento el dualismo estructural que al deseo atañe, porque como cantaba aquél, el deseo tiene el corazón partío. Su naturaleza es intrínsecamente conflictiva, pues es hijo del conflicto, y de ahí el síntoma. Ya vamos a ver.
Lacan va a ser su abanderado llegando a plantear el psicoanálisis como una ciencia del deseo, proclama, como tantas otras suyas, con aires de provocación, pues si hay algo que se escapa a los parámetros científicos tradicionales y a sus métodos, la cuantificación, la experimentación, la objetivación...ese es el oscuro objeto del deseo. Y no es que la Universidad y los laboratorios no lo hayan intentado, pero ¿cómo se mide? ¿cómo se cuantifica? ¿Con un deseómetro? ¿Cómo? ¿Midiendo la angulatriz de la trempa? ¿Cableando y monitorizando las vergas del personal voluntario? No creo equivocarme si apuesto a que sí. Seguro que desde Master y Johnson la ciencia se ha prodigado en tan lúbricos experimentos, lo que no está claro es que los patrones obtenidos sean fiables o ni siquiera orientativos, porque, vamos a ver, si tomamos como referencia top a los grandes machos alfa del porno que resisten como verdaderos campeones todo tipo de atléticas contingencias, no está claro que sus habilidades tengan nada que ver con el deseo, pero ni de cerca.
O su contrapartida. En el caso en que uno da el gatillazo y la angulatriz cae a cero, o el del atribulado eyaculador precoz que se derrama angustiado, ¿no hay ahí deseo?, por supuesto, quizás demasiado...luego, no, no está claro. Por cierto, tampoco creo que cuantificar humedades y lubricaciones vaginales nos resuelva el misterio militante de la frigidez ni el del brumoso y esquivo punto G. Así que ¿'ciencia del deseo'? To pa ti.

Personalmente no me preocupa esta cuestión de la ciencia y el psicoanálisis, por más que hay un debate muy antiguo al respecto, que empieza por el propio Freud. Freud era del club de la bata, se pasó la carrera de Medicina en el laboratorio de Brücke, fisiólogo del ala dura del positivismo y seguidor de Helmholtz que sostenía que "el funcionamiento de todo organismo se explica en términos físico-químicos, únicamente". El estudio del sistema Nervioso fue su base y el microscopio su instrumento, y por más que su práctica clínica le llevó por las sendas del lenguaje a paisajes enigmáticos como los sueños, intentó establecer un método riguroso que diera cuenta de su lógica y su sentido siempre desde un pragmatismo racionalista, sustrayéndose a los campos esotéricos y espiritualistas como los que Jung frecuentó. De hecho, tras su ruptura, Freud acusó a Jung de ceder al "lodo negro del ocultismo" y quiso desmarcarse claramente de esa deriva acientífica y reafirmar su intención de darle un estatuto científico al psicoanálisis. Lo que ocurre es que hay un problema estructural insalvable en relación al material que trabaja.
Y hay un ideal de Ciencia que en aras de la objetividad más aséptica pretende posible dejar fuera la subjetividad del observador. Y es precisamente esa subjetividad excluida la que el psicoanálisis atiende.
Así que nosotros nos sustraeremos de la polémica y seguiremos nuestro camino.