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miércoles, 22 de septiembre de 2021

Una pregunta fundamental + Una enferma de odio

 



    

       Una pregunta fundamental      

       Nos queda otro asunto por tratar que me parece importante plantearse y que seguramente ya os hayáis preguntado vosotros, querida tripulación, ¿por qué demonios la anorexia afecta mayoritariamente a las mujeres? Pues todas las estadísticas se van tozudas al sangrante 9/1 en relación al número de hombres afectados.

       ¿A qué se debe esa flagrante asimetría de género en estos tiempos tan líquidos a ese respecto? Si uno consulta en internet, la respuesta mayoritaria apunta a la influencia mediática que impone el cuerpo delgado como paradigma de belleza femenina jaleado viralmente en todos los medios y pantallas, las grandes (cines), las pequeñas (televisiones y ordenadores) y sobre todo las de bolsillo, los móviles que lo invaden todo y lo difunden todo a través de la hipercomunicación instantánea y constante de guasaps y redes sociales -instagram al poder- que se convierten en perpetuos escaparates de la fiebre narcisista que nos arrolla. Y está claro que esta coyuntura tecnificada de comercio salvaje de la imagen responde a un modelo socioeconómico dominado por el consumo a ultranza que Lacan caracteriza como “discurso capitalista” y lo sitúa en la base del proceso de evaporación de la figura del padre simbólico, sustrato esencial para la emergencia y floración de lo que sus herederos vienen a designar como “los nuevos síntomas” que configuran la clínica de la posmodernidad. Vale, hasta ahí nos lo sabemos. Pero más allá de que nos avengamos a los efectos devastadores del Otro social dominante que se ha ido imponiendo en los últimos 40 años alcanzando en su efecto contagioso el grado de ‘epidemia’ (y aquí habría que incluir el capítulo de las adicciones y el siniestro imperio en la sombra del Narcotráfico, pero ese es otro tema que merece su propia reflexión. Interesados, para ir abriendo boca, zámpense la trilogía de Don Winslow), sigue percutiendo obcecadamente la pregunta: ¿por qué la anorexia es cosa -mayoritaria- de mujeres? O, dicho de otra manera, aparte del contexto -recién descrito- ¿hay algo propio del texto que se nos escapa? Porque alguien podría replicar que todo dios tiene móvil, y la dictadura del selfi es universal, y los hombres de hoy, hay que decirlo, cuidan muy mucho su imagen -sólo hay que asomarse a los gimnasios- pero el hecho es que les da por lucirse ‘fit’ o cachas, no esqueletos. Obviamente, constatamos que no es el mismo modelo de referencia el que les rige, que hay diferencias significativas en el Ideal, así que, volviendo a las mujeres, por darle una vuelta de tuerca, hay que recordar que el fenómeno anoréxico empezó a despuntar como tal en los años 60 del siglo pasado, cuando el pelotazo tecnológico no se podía ni soñar, luego en ese otro contexto ya daba la cara el texto, es decir, la idiosincrasia femenina de este avatar.

       Lacan, que es un genio de rizar el rizo y un maestro del tirabuzón, también tiene ocurrencias geniales e improbables eurekas que alumbran sorpresivamente el cuarto oscuro. Ya os menté que en el Seminario XX se larga to chulo las fórmulas de la sexuación -en las que no vamos a entrar ni de coña- y a partir de ahí va a hablar de los goces y va a dar cuenta de un goce propio de las mujeres, más allá del goce fálico que comparten con los hombres, y que va a denominar goce suplementario, que nosotros en brujulés le llamamos transfálico, es decir, en palabras de Lacan, “no todo” fálico, es decir, no significantizable, es decir, inefable, y como tal, vecino de la experiencia mística.

       La cuestión a partir de ahí es -dice Cosenza- conjeturar “qué pasa con la experiencia propiamente femenina del “no todo” cuando una mujer rechaza ‘el matrimonio con el falo’ […]Nuestra lectura de la cuestión es que allí donde el matrimonio de la joven con el falo es rechazado o roto, se produce una distorsión radical de su relación con el goce suplementario. Distorsión en la cual el “no todo” del goce femenino se transforma en el “sin límite” del goce anoréxico. Goce sin límite que se estanca en el cuerpo de la joven, devastándolo. Cuerpo que se convierte en un objeto fetiche vejado por el sujeto mismo por continuas prácticas superyoicas de hipercontrol y de privación…donde el hipercontrol se revela solamente como la ilusión superyoica-delirante de la anoréxica, cuyo verdadero motor es una pérdida estructural de control, una desmesura radical que la hace correr sin frenos hacia la muerte […] Muerte que no funciona en absoluto para ella como límite simbólico, sino más bien como deriva real sin límite. En realidad, por lo general, en la anorexia mental el sujeto no tiene una intención suicida, no busca la muerte, la cual le es indiferente, aunque no pocas veces la encuentra. Es su pasión por el nada, el objeto que causa su goce y que aniquila su deseo, lo que la ciega hasta el punto de conducirla a morir por él.” (Pág. 229 y ss.)

       Lo cual tiene sentido, ese sentido ‘loco’ que venimos señalando, pero no quita que acatarlo precise de un cierto acto de fe, aunque sea en la lógica, y una lógica más bien ‘rarita’ que bebe de Frege y de la que dios nos guarde. Así que, desde luego, ni se os ocurra comentarle nada del susodicho ‘objeto nada’ a la sufrida y sufriente anoréxica, ni por supuesto, mención alguna de su ruptura matrimonial con el falo ¡válgame Dios! Ni, muchísimo menos, al desemeante psiquiatra de turno ¡por favor! La cosa quede entre nosotros y ciertos colegas del gremio, pues no es plato apto para no iniciados. Es lo que tiene Lacan. Pero quizás sí valdría la pena “traducir” el último párrafo al román paladino y ver en qué queda, y de paso damos un repaso.

       Habría que aclarar conceptos crípticos para el profano tales como el “matrimonio con el falo”, el “no todo” femenino, el “sin límite” anoréxico, la movida superyoica…en fin, un sarao conceptual que en realidad es fácil y clarificador una vez que se entiende, así que vamos allá, porque vale la pena.

       Recordad que la pregunta que nos interpelaba la realidad anoréxica es por qué tamaña prevalencia femenina. Porque no hay que perder de vista que el rechazo alimenticio del lactante viene a ser equivalente entre niños y niñas, entonces ¿qué ocurre para que la anorexia adolescente sea cosa fundamentalmente de chicas? Frente a las explicaciones de corte sociológico que abundan -el poder influenciante del reclamo mediático de la moda, por ejemplo- y sin descartar su papel, Lacan apunta a una cuestión de estructura, y es ahí donde distingue el goce suplementario, ese goce sexual de las mujeres que va más allá del falo del que dio cuenta Tiresias tras su experiencia como ‘serpienta’ y que desveló en la disputa entre Zeus y Hera al ser preguntado sobre quién disfrutaba más en el acto sexual y responder sin vacilar que si se dividiese en diez partes el deleite sexual, nueve corresponderían a la mujer y una al hombre, proporción calcada de la asimetría anoréxica, ¡por Tutatis!

       Coincidencias míticas y estadísticas aparte, desvelar el misterio del goce femenino, a Tiresias le supuso la ceguera a la que le condenó una Hera iracunda y avergonzada por haber sido descubierta en su secreto. La cuestión es que ese goce extra que se da en el goce femenino es en tanto que va más allá de los límites del goce fálico -ese que nos unce a los hombres- y que Lacan describe como “no todo” fálico. Vale, si ahora retomamos la “ruptura del matrimonio con el falo” que caracteriza a la anoréxica, que es una forma cursi de referirse al rechazo del límite simbólico (en diversos grados) que subyace en la posición anoréxica, ya podemos entender a Cosenza cuando habla de la “distorsión radical en su relación con el goce suplementario”, distorsión en la que el “no todo” del goce femenino de la adolescente conflictuada se desliza y trueca en el “sin límite” (por el rechazo simbólico) del goce anoréxico, un goce deslimitado y mortífero que invade y devasta el cuerpo de la joven, pero que ella interpreta maníacamente como un ejercicio de control omnipotente de su necesidad nutricia que la libera de la dependencia de su odiado Otro al que humilla y condena a la impotencia. Victoria pírrica decíamos, además de trágica, porque no la rige el eros o pulsión de vida, sino la pulsión de muerte que comanda un superyó tiránico, cruel y sádico ante el que se inmola. Vaya pastel más chungo.

 

Una enferma de odio

       He mencionado de pasada al “odiado Otro”, que parece el título de una película de Tarantino, pero creo que el asunto merece un poco de atención. Menos abstracciones y más fotos. La foto que me ha venido es la de J, una mujer de veintipocos que atendí hace bastantes años derivada por su psiquiatra, que hablándome de ella me dijo, “está enferma de odio”. Y es que, efectivamente, cuando hablamos del rechazo al Otro, estamos hablando del odio al otro de turno, y en concreto a la Madre, esa que Fink designa en perspicaz guiño como la mOther. Pero los destinos del odio siguen cursos complejos. “El odio y el deseo de destruir al otro se redirigen hacia adentro. Me aniquilo lentamente para que tu sufrimiento discurra al compás del mío, lento, agónico y fatal. ¿Es suficiente para ti querida madre? ¿O debería gritar más?” me comparte A en un diálogo que en realidad es un monólogo interno que hace de su cuerpo un grito mudo. Y tenemos que preguntarnos qué pide en ese grito. J dirá de su madre: “Mi madre es muy fría, muy profesional, pero no es cercana. Yo no soporto que se me acerque nadie. Siento una rabia y una furia dentro, es la bestia que llevo dentro, me cuesta llamarle odio, es una frustración que siento contra el mundo. Cuanto más intento disimularlo, más me crece el enfado, la agresión…el otro día me puse muy burra y estuve a punto de empujar a mi madre…” Pero el principal destino de su odio es contra sí misma en un continuo machaque de desprecio, indignidad y culpa, al tiempo que diversas autoagresiones. Así que sí, un 2 x 1 sado-maso, y parece que ese dueto fatal que se juega en el vínculo primordial con la madre va a condicionar todo su patrón vincular. Me dice: “Yo era muy posesiva. No quería grupos. Quien está conmigo, está conmigo y con nadie más, y eso empieza por mi madre. Yo necesitaba la atención de alguien al 100% y, claro, mi madre tenía 5 hijos y había más problemas porque mi padre estaba fuera trabajando y mi madre tenía que hacer de padre y de madre”. Así pues, queda claro y definido el patrón fusional del “O todo o nada, y como todo no, pues nada” que rige su vida relacional y que la aboca indefectiblemente al ‘nada’ y su irreductible soledad. Por eso lleva razón cuando dice “lo mío no tiene remedio”, pues sólo perdiendo ese ‘todo’ al que se agarra con uñas y dientes tendría la oportunidad de salir de esa cárcel del ‘nada’ a la que se ve condenada.

       El caso es que J está aislada del mundo, pero tiene completamente idealizado a su padre, alguien entregado a su empresa, muy trabajador y siempre ausente, y del que se soñó su preferida en la infancia y siempre se esforzó en agradarle, en ser la mejor en los estudios, en la pintura, en el deporte, “Me tenía que esforzar mucho, me tenía que comer el mundo, no había medida, no sé si porque era una forma de llamar la atención y buscar su cariño. “Hay que trabajar, hay que producir, hay que castigar al cuerpo” es su letanía. Es una persona muy exigente, machaca a sus empleados y a sí mismo y sabes que tú nunca vas a estar a su altura. Y ya sé que no soy él, pero es como con el Hombre del Saco…sabes que no existe, pero te metes en la cama y te da miedo. Pero yo, como mi padre, hago una hora de gimnasia al día y 20 largos en la piscina. Me machaco, sí. Y es que el tío, el cuerpo, me exige demasiado, es mi enemigo, lo odio.”

       Así que podemos ver como J, ya sea tanto en sus idealizaciones como en sus identificaciones, ha podido acceder al escenario edípico del segundo tiempo y a la fascinación por el padre, aunque esté cortocircuitado en su dialéctica simbólica por el axioma imaginario, es decir, el padre fálico, lo cual nos hace pensar en una anorexia histérica. En estos casos, como ya dijimos anteriormente, la indicación terapéutica pasa por histerificar la anorexia, es decir, permitir que la palabra tome sitio y el discurso se despliegue en transferencia. Este aspecto transferencial es fundamental facilitarlo para posibilitar que en el encuentro con el terapeuta se dé una oportunidad de inscribir la encarnación de un Otro acogedor y habitable, bien diferente del modelo biográfico que arrastran. Pero, ojo, hay que estar bien advertidos porque la anoréxica, aun cuando en el mejor de los casos decida abrirse a tender un puente de confianza colaborativa, va a poner en juego, sí o sí, el rechazo del Otro que la caracteriza y desplegará sus mejores artes en hacerse insoportable y provocar al terapeuta para arrancarle su repulsa y acabar consiguiendo ser la rechazada. Es por eso esencial que el terapeuta no responda al rechazo de la anoréxica con su propio rechazo, aunque a veces, es de justicia decirlo, sea muy difícil resistirse a la tentación de mandarla al carajo. En el caso de J, la que me dio calabazas fue ella, pero se daba una circunstancia especial que marcó el curso de la terapia, que a la postre no llegó a tres meses. Tras descalificar el psicoanálisis y dejar claro que no quería remover temas de un pasado doloroso que al tocarlo duele todavía, me sumó como una muesca más a la dilatada lista de profesionales que habían fracasado en el intento de curarla, a ella, que era un despojo humano que no tenía remedio, para continuar la relación terapéutica que mantenía con el psiquiatra, éste sí, un remedo de la figura paterna idealizada, pero en versión afectuosa. Un año después, quemada la transferencia, quemó las naves, y desapareció. No he vuelto a saber de ella. Quizás llegó a contactar con Nardone y ahora es feliz como una perdiz y una vida normalizada. Quién sabe.






domingo, 23 de mayo de 2021

BRUJULEANDO

 

      



     

       Me preguntan de vez en cuando por qué hablo de la brújula o del enfoque brujular. Quien haya tenido ocasión de embarcarse en alguno de mis cursos o el valor de aventurarse a leer mi libro -Manual de psicoanálisis para terapeutas- seguro que sabría qué responder, pues en ambas travesías me despacho largo y tendido sobre el asunto, pero más allá de tan abnegada marinería que cruzó conmigo la mar océana, hay un buen puñado de followers y de curiosos que no tienen, lógicamente, ni remota idea. Y pensando en ellos/vosotros, he concluido que estaría bien ofrecer una somera aproximación al tema, siempre con una perspectiva operativa, pues debe quedar claro que la brújula es una herramienta eminentemente clínica y por tanto destinada a la gente del oficio, es decir, los terapeutas.

       Y los terapeutas que os asomáis a este blog zapatillero obviamente fuisteis alguna vez picoteados en mayor o menor medida por el significante psicoanalítico y algo de su veneno circula ya insidioso por vuestras venas. Así que doy por descontado que ya estáis familiarizados con sus conceptos fundamentales, esos que durante años hemos ido desgranando a lo largo de este sinuoso rosario de posts en zapatillas, desde el Edipo y sus tiempos hasta la dimensión lingüística del inconsciente, pasando por el narcisismo, el masoquismo, la resonancia significante o la dialéctica simbólico-imaginaria. En fin, una verdadera troupé de elementos teóricos variopintos que configuran la trama conceptual que sustenta nuestro modo de ver y hacer.

       De entre todos ellos despunta uno con un brillo singular, el límite, referente capital, camaleónico y universal. Y nos estamos refiriendo al límite simbólico, aquel que introduce el llamado padre simbólico o padre de la ley, es decir, aquel que en su función la sostiene y la representa a la vez que está sujeto a ella. Ya sé que corren tiempos revueltos en los que se habla de su ocaso y se vaticinan paradigmas nuevos y rompedores, pero no es ahora el momento para entrar en esos jardines, sorry, así que seguiremos con lo nuestro.

        El límite va a ser la estrella polar que guíe nuestros pasos, el borne que imante la brújula que nos orienta. Cada vez que se vulnera, un eco resonante nos reclama y nos pone en alerta. Hay que estar advertidos y bien despiertos para reconocer las distintas declinaciones de la transgresión, desde la más rotunda y frontal del desafío a la más escorada y torcida de la chirla, sabiendo que en su diversidad siempre se juega subrepticiamente la trampa.

       Es imprescindible comprender su condición de centro de gravedad permanente, con permiso de Battiato, núcleo gravitatorio de la subjetividad, y que en consecuencia, cuando se trampea, la nave se resiente y se escora, de la forma más flagrante y explícita a la más subliminal y silente, y ahí es cuando se pone en juego nuestro arte de la escucha, una escucha resonante y atenta a los tonos y semitonos del goce encubierto, encubierto no sólo para nosotros, sino también y principalmente para el extraviado sufridor de turno. Porque no nos olvidemos que el goce, por paradójico que resulte, se sufre y/o se hace sufrir, y es por esa razón que llaman a nuestra puerta.

        Es el caso de R, un, iba a decir, muchacho, cuando debería decir un hombre rumbo a los 40. Un hombre-muchacho por no decir chaval que acude a mi consulta de la mano de M, su pareja-madre, que de alguna manera le ha obligado a venir a verme a ver si le encarrilo.

       Extractando al máximo diré que R es alguien que anda muy descarrilado desde que nació, pues su madre iba más descarrilada todavía cuando lo engendró siendo una adolescente fruto de un episodio sexual alcohólico y anónimo. No hay padre pues, y por no haber, no hay ni madre, alguien muy perdida enganchada a las drogas y a relaciones muy tóxicas. Habrá, eso sí, unos abuelos que se harán cargo de él en un contexto muy precario y conflictivo. “Yo me críe en un barrio de gitanos...era la jungla”. En fin, por resumir diré que, por no darse, no se dio ni el narcisismo trófico. Sin embargo, como dije arriba, en la primera entrevista vino traído casi a la fuerza por su pareja-madre que hablaba por él porque él no hablaba. En el relato que me cuenta me percato de que ella, una mujer muy voluntariosa y entregada, se encarga de llevar todos los asuntos de la casa y de la relación. Es la voz cantante, contante y sonante. A los diez minutos de escucharla la hago salir y me quedo a solas con R. Silencio prolongado y unos ojos que me miran como desde el fondo de una madriguera. Me llega a la piel un temor y una desconfianza salvaje. Como un perro apaleado. Alguien totalmente a la defensiva. 

- ¿Y tú tienes algo que decirme?

- ... ... ... Es que yo no sé hablar bien...

- Bueno, pues háblame mal, o regular, como tú prefieras... 

       Y así empezó a hablar. Al rato hice pasar a la pareja. Comenté el plan de trabajo y le di la próxima cita que ella empezó a anotar en su móvil. Interrumpí su maniobra y le pregunté a R al respecto. “Es que ella es mi secretaria, mi agenda y mi todo”

       Debí elevar la voz bastante porque me miraron boquiabiertos cuando exclamé:

- ¿Tu todo??? ¿Tu todo??? ¡Todo no es posible! ¡No posible!!! Noo! Noo!... 

       Por las mismas, a la hora de pagar ella saca la cartera, y tuve que señalar que esa dinámica que se llevaban entre los dos era una cuestión problemática muy importante que había que indagar, aclarar y cambiar. Y que como había que empezar por algún lado, en lo relativo al tratamiento quedaba taxativamente prohibido que en adelante ella se encargara de nada. Él tendría que responsabilizarse de acordarse de sus citas, de sacar el dinero para pagarme, de llamar ante cualquier contingencia, de que en lo posible viniera solo... 

       Un chute de límite en vena. Aceptaron. Se abrieron a intentar encarrilarse en el vínculo, a explorar la posibilidad de una nueva dinámica vincular.

       Lleva viniendo un año sin faltar a ninguna sesión. Está siendo un trabajo duro y concienzudo. Las premisas de partida lo prefiguraban como un viaje bastante inviable, pero golpe a golpe y verso a verso vamos haciendo camino al hablar.

       Dejaré de lado toda la trama familiar que ha jugado un papel protagónico en su relato para centrarme en la última sesión que nos servirá de texto en el que realizar una lectura brujular tal como nos propusimos al inicio. Transcribo: 

“Estoy bien!...No sé qué contarte. Todo bien...

... ... ... ... ... ... ... He estado pensando en lo de las normas que hablamos la sesión pasada, y me doy cuenta que no las soporto. Ayer el dueño de la nave donde trabajo no me dejó instalar un toldo por mi cuenta...y es que no lo soporto. Me sientan súper mal.

Cuando trabajaba en la obra, que a mi me encanta, no soportaba que me dieran órdenes. Me cuesta, me cuesta. En mi primer trabajo en una ferretería me ahogaba entre cuatro paredes. Me ofrecieron hacerme fijo y lo dejé. Me asfixiaba. En la obra estás al aire libre. Cualquier norma, ¡siempre me sienta mal! Y es verdad, ¡no lo había visto!

Es de toda la vida. De pequeño eran las normas del colegio...y ahora las del Estado.

Hasta con M la lío. Cualquier persona que me manda algo la siento superior a mí. Y es como cuando estás callado...hasta que explotas. 

- ¿Qué relación hay?

-... ... ...Mi imposibilidad ... ¡No sé controlarme! Ayer con M, la estaba llamando y ella estaba secándose el pelo con el secador y no me oía, y me puse a chillarle como un loco. En ese momento no pienso nada, sólo se me llevan los nervios.

Como me apoyo mucho en ella a la mínima que no puedo con algo le paso el cargo a ella o se pone ella misma a hacérmelo, “Trae, déjame a mi...”. Siempre es igual...”

 

       Válganos este breve fragmento para pensar y rastrear las distintas maneras en que se juega el límite en el directo de la sesión.

       Se presenta contento. Se siente bien y no tiene nada que contar.

       Es una circunstancia relativamente frecuente el hecho de que algunos pacientes al encontrarse bien y no sentir razón para quejarse se encuentren con que no tienen nada de qué hablar. Sólo hay que tener paciencia y aguantar el tirón del silencio. Mejor callar que formular alguna pregunta que te saque del ‘engorroso impasse’. Si fuese ese el caso uno tendría que plantearse supervisar qué le pasa con el silencio que no puede sostenerlo y se ve abocado a rellenar el inquietante vacío con el tapón de la pregunta salvadora. Ahí hay problema con la falta, y en este caso, del lado del terapeuta. 

       El hecho es que tras sostener el prolongado silencio R se arranca con el tema de las normas que habíamos tratado la sesión anterior y que había sido especialmente intenso  -“me asfixian”- y el retomarlo permitirá profundizar en asunto tan importante. De haber tirado de pregunta aliviante se habría abortado la ruta temática que venía sembrada de atrás y con frutos por advenir. Es éste un circuito inconsciente que tenemos que tener presente, porque una dimensión de ese saber que se genera es procesual. Ha tomado conciencia de que más allá de lo jodidas e injustas que son las normas, posición en la que estaba enrocado el día anterior, por no decir toda la vida, hay algo personal que hace que se le hagan insoportables. “Me sientan súper mal”. Ese movimiento sutil es fundamental porque le permite empezar a poderse cuestionar qué le pasa a él con la norma. Es decir, a subjetivar la cuestión.

       De ahí se va a su historia laboral y contrasta “el ahogo” que sufría atrapado entre cuatro paredes en contraposición de lo que le gustaba la obra, donde se sentía “al aire libre”, siempre y cuando el capataz no le diera órdenes. Se muestra aquí la equivalencia asfixiante entre la coartación simbólica, la norma, y la física, las cuatro paredes carcelarias.

       Tras ello se descubre en un continuum vital de sufrimiento y rebeldía con y contra las normas, desde el colegio hasta la vida adulta. Pero en esta revisión novedosa del tema termina reconociendo que esta rebeldía feroz contra la norma y la autoridad -figura que según es nombrada se inscribe novedosamente en el elenco conflictivo- le lleva a “liarla” con su pareja con reacciones injustas y desproporcionadas. Y ahí cae en la cuenta de su irascibilidad impulsiva y explosiva. “No sé controlarme” “En ese momento no pienso nada. Sólo se me llevan los nervios” Dando cuenta con precisión de que sus reguladores simbólicos no están operativos y funciona en régimen puramente pulsional, en un arrebato sin freno que le arrastra. Viñeta cristalina que nos ilustra palmariamente cómo la precariedad simbólica nos arroja a los pies de los caballos pulsionales. Es asín, como nos confirma dramáticamente todo el espectro de ruinas que comprende la que conocemos como clínica de la pulsión.      

       ¿Y de dónde viene esa precariedad simbólica?

       La respuesta está cantada: De la falla de la función paterna. La última escena, donde se constata la persistencia de la relación materno infantil con su pareja, nos reenvía a la sesión inicial en la que yo intenté barrar con contundencia tamaño huevo. Pero estas cosas, ya se sabe, para cambiar precisan de mucho tiempo.

       Es interesante ver con perspectiva cómo, en la vida, no encontró a un padre que le pusiera en su sitio, pero, cómo, sí, encontró a esa madre que de niño no tuvo y a la que se agarra como una garrapata. Y en ese vínculo huevo encontró el cobijo donde refugiarse del mundanal ruido, que es como él vive al Otro, un Tercero amenazante y hostil del que no admite límite ni norma, lo que le aboca a una evitación constante del vínculo social y a una búsqueda de un paraíso natural en la soledad del campo y en la compañía de los animales, esos que no hablan, de los que sí se siente hermano y protector. Pero hay que dejar constancia de que, en ese simulacro tan cutre del Edén perdido, le ha hecho cada martes un hueco a mi presencia, y en bajando a la polis, en su cita a cita, algo se ha ido pacificando y humanizando, y puedo dar fe de que, en el trajín de los días y los hechos, ha ido aprendiendo a “hablar bien” y a decirse en esa lengua misteriosa que se viste de palabra verdadera y que cura. 

       Terminamos. Así pues, queridos marineros, en mar o en tierra, a cualquiera que le haya llegado y leído este mensaje en la botella, le invito a que se siente a la sombra y se dé la oportunidad de volver a leerlo despacio, rastreando entre sus líneas la presencia más o menos líquida del límite y sus piruetas y, desde ahí,  las conexiones que articula. Poder identificar el hilo conductor que lo atraviesa será la prueba fehaciente de que la brújula va con vosotros. Y que así sea. Salud. 

 

                                                                               En Mamouna, 22 de Mayo de 2021

viernes, 12 de febrero de 2021

Cuaderno de bitácora (Sólo para tripulantes): De la violencia simbólica

        






          Podría ponerme lacanés y decir que la palabra envenena el cuerpo. Y no me refiero a las palabras envenenadas que pronunciamos para hacer daño. O no sólo. Me refiero a la palabra en sí, ese artefacto con el que tratamos de referirnos a las cosas. Ese arado sígnico que nos hiende y surca la carne y la naturaleza que nos rodea y, labrándonos, nos transforma y nos consiste en cuerpo diciente y realidad dicha.

          Y en esa transformación el ser se echa a perder para que advenga el sujeto, sujeto de y a la palabra o parletre, que diría lacan. Homo sapiens triunfante herido de nostalgia por el humono perdido.

          Vaya triunfo conquistar la Luna y perder el instinto, abocándonos al extravío errante del deseo y al desencuentro de los cuerpos, desnortados para siempre del mamífero que llevamos dentro ¡ay!

          Es lo que tiene la violencia simbólica que nos engendra. Per secula seculorum.