.

.

martes, 31 de diciembre de 2019

Barbecho




     

        31 de Diciembre de 2019, 19 horas, la tarde ya se hizo noche hace un rato. Suena el piano de Brad Mehldau y su banda, Un vaso de Jameson me acompaña en mi soledad ante la página en blanco. Hace muchos meses que no me sentaba a escribir, supongo que consecuencia lógica tras esa empresa titánica y extenuante que es escribir un libro. Una suerte de resaca mental, desgana escritural o sequía creativa. Barbecho le dicen. Le llaman barbecho a ese estado en que queda la tierra de labor cuando la dejan sin sembrar un tiempo para que descanse y se regenere. Pero la tierra es tierra y las lluvias caídas y el viento de levante la preñan aleatoriamente de semillas silvestres y hierbas sin propósito.
        Ponerte a escribir sin propósito definido da un poco de pereza y de vértigo, el vértigo que da asomarse al vacío. En realidad es algo semejante a la propuesta de la libre asociación, ya saben, esa que postula la regla fundamental del psicoanálisis en aras de propiciar la emergencia del inconsciente y, de su mano, la verdad subjetiva. Pero tranquilos, no voy a darles la brasa con mis cuitas personales ni el tostón de la autoficción. Entonces ¿qué?. Bueno, diré que si bien es cierto que llevo un buen trecho sin escribir, he de reconocer que he podido por fin dedicarme a leer, leer que no estudiar, eso que también implica enfrentarse a los libros pero desde un lugar muy diferente. Leer por gusto y a mi aire, sin rumbo fijo, dejándome llevar por mis propias resonancias, conexiones imprevistas que van surgiendo sobre la marcha. Es cierto que tenía una lista de candidatos haciendo cola pacientemente todo este adviento, y los he tenido en cuenta por su fidelidad respetuosa, pero he bailado con ellos a mi ritmo abierto siempre a lances veleidosos. Y en una de esas me he topado con un libro excelente, La sabiduría de lo incierto, de J.C. Mélich, un filósofo letraherido que me ha calado hondo.
        A veces -pocas, muy pocas, por desgracia- pasa que te encuentras con alguien con el que te encuentras, es decir, con el que te reconoces en su diferencia, y algo hace clic y la magia empieza.
Es una especie de enamoramiento ajeno al sexo pero no a la pasión, algo un poco loco, si no delirante por lo menos pirulero. Si nos ponemos brujulares -y esto es un guiño para tripulantes- lo podemos reconocer como un deslumbramiento especular, es decir, narcisista, es decir, imaginario, pero lo narciso no quita lo valiente y en cualquier caso, que nos quiten lo bailao. Y hay que aclarar que se trata de un baile muy especial porque, entre otras cosas, este señor a mi no me conoce de nada. Ni falta que hace. Entonces ¿yo me lo guiso y yo me lo como? No, no es tan simple, o tan básico, o, ya puestos, no es autoerótico, porque por en medio está su libro y en su libro está él, y pasa que su forma de pensar las cosas me es tremendamente familiar aunque él las piensa desde un lugar, la filosofía, bien diferente al mío, el psicoanálisis, y en concreto, mi particular modo de entender el psicoanálisis.
        Cualquiera que se asome a la presentación de mi página web (javierarenaspsicoanalista.com) puede ver que termina con el siguiente párrafo:
     
        "Y es por eso que a menudo denomino a mi hacer 'psicoanálisis brujular' pues procuro propiciar el acceso a una suerte de brújula psíquica que le ayude a uno, vagamundo errante, a transitar la incertidumbre."
     
        Así que la 'sabiduría de lo incierto' a la que alude el libro en cuestión atañe precisamente a ese saber que la incertidumbre arrastra, un saber propio de la falta que el límite implica. Y J.C. Mélich va a emplear toda su munición dialéctica disparando contra la iglesia metafísica y sus egregios próceres, de Platón a Heidegger pasando por toda la tropa de consumados idealistas, esa legión de obstinados profetas de lo absoluto que reniegan del sinsentido de la vida en nombre de las más fútiles teleologías.
        Sí, ya sé que no seduce en los tiempos urgentes que nos recorren, discursos tan espesos como el de arriba. Ya sé que la filosofía tiene los días contados en los planes de estudio de nuestros hijos, que el funcionalismo y la tecnocracia se imponen en un horizonte banalizante donde los lectores de libros son, somos, una especie en extinción. Sí, ya sé que el biocognitivismo y las neurociencias hace tiempo que se llevaron el gato al agua y que al psicoanálisis lo intentan arrojar insistentemente al vertedero de las pseudociencias o al museo de las reliquias obsoletas. Sé todo eso, todo el mundo lo sabe, como se sabe de la deforestación del Amazonas, del deshielo de los Polos y del calentamiento global. Da igual. Le llamemos pulsión de muerte o empuje entrópico, es obvio que un más allá del principio del placer nos habita, y ahí vamos.
        Esta noche empieza el 2020, un año mellizo que estrena nueva década. Acabo de comerme las uvas al son de las campanadas de la tele. Telebasura y ruido. Ruido escandaloso, ruido mentiroso, ruido envenenado, demasiado ruido, que cantaba el Sabina.
        Me retiro. Me vuelvo al barbecho.
        Me conformo con un poco de silencio, alguien querido cerca y un libro amigo. Ahí es na. Nada más. Ni nada menos.
        Que la incertidumbre les sea favorable, la brújula les acompañe y también mi abrazo de invierno.

                                                       
                                                                         En Mamouna, el 1 de Enero de 2020

       
       
     

jueves, 1 de agosto de 2019

Septiembre puede esperar




        Ahora que Julio le da la mano a Agosto y que el verano se encamina a su ecuador, con un suspiro leve algunos franqueamos la puerta que nos depara las anheladas vacaciones.
        Tras tantos años ocupado a piñón fijo elaborando y escribiendo el libro, de pronto me enfrento a un espacio libre y sin guión que convoca muchas lecturas postergadas en el tiempo. Una aventura incierta. Como una aventura es adentrarse a explorar las procelosas aguas donde habita el bacalao en pos de la Brújula. Me llegan testimonios de intrépidos marineros que emprendieron la travesía en los más refrescantes rincones de solaz. Decirles, deciros, que como nos advertía Walt Whitman, "Camaradas, esto no es un libro. El que lo toca, toca a un hombre...".
        Pues eso, ahí vamos todos, con el calor a cuestas, rumbo a la incertidumbre. Bon voyage.
        Como diría SF, Septiembre puede esperar.



viernes, 19 de abril de 2019

Fragmentos brujulares







Veamos ahora un caso donde se muestra con claridad el fenómeno de la repetición y sus avatares. Se trata de F, una paciente de largo recorrido terapéutico a la que llevo viendo quincenalmente desde hace no llega un año. Me comenta:

- "Me he dado cuenta de cómo facilito situaciones que tendría que resolver el otro. Tenía cita con el médico y necesitaba ausentarme del trabajo un rato por lo que alguien tendría que cubrirme, y en vez de comunicarlo a Dirección y que ellos se encargaran de resolver el tema, lo he arreglado cambiando turnos con un compañero, lo que me obliga a tener que doblar el próximo día.
- ¿Lo relacionas con algo?
- Me viene la sensación de "no molestar". Me pasaba también con mi familia. No les planteaba mis problemas, ya me apañaba yo. La cosa era molestar lo menos posible.
Aquí me he dado cuenta, pero demasiado tarde. Comunicárselo no era molestarles porque es su responsabilidad. Sin embargo, en otra situación sí que he podido cambiar. Me dijo ayer la Directora, "tenemos que hablar de x" "Vale, pero tendrá que ser mañana, ahora no puedo". Y hoy he estado a punto de ir a buscarla para hablar, pero ¡me he contenido! Si quiere algo de mí, que me busque. Me ha costado, pero me siento satisfecha."

Siempre planteo que hay dos modalidades de repetición:
- La repetición de lo mismo, repetición pura y dura que yo llamo rayadura, a la manera de los discos rayados de antaño que reenviaban la aguja una y otra vez a la misma frase musical.
- La repetición con conciencia como puerta para el cambio, a la manera de Bill Murray en el día de la marmota, que tropezándose una y otra vez en la misma piedra aprende a reconocerla y a cuestionarse qué demonios le empuja a ello, única manera de poder elegir una alternativa diferente.
En el fragmento citado, vemos como F se descubre a posteriori repitiendo una conducta de pleitesía hacia el Otro lo que le posibilita rectificar el patrón vincular en la siguiente ocasión.
Hay que aclarar que no fue sencillo llegar ahí. El empuje a la repetición bebe del goce y es cabezota. Hace falta lucidez y coraje para zafarse de la marmota.
El camino pasa por el farragoso tránsito de la ruta significante, tránsitos permutantes de ida y vuelta que de vez en vez hacen clic y abren brecha. Nuestra labor implica esa escucha atenta, necesaria para percatarse del clic que resuena y asoma en el flujo del discurso dominante. Veamos un ejemplo en otro tramo de la sesión de F. Dice:

"- Este finde me tocaba hacerme cargo de mi padre. Yo hago la comida y normalmente vienen a comer con nosotros mi hermano y su mujer. En esta ocasión me llamó para avisarme de que no venían. Tras colgar me empezó un malestar que fue yendo a más hasta que de repente me di cuenta que sentía abandono (se pone a llorar) y fue reconocerlo y nombrarlo y se me calmó ese malestar profundo. Me di cuenta de mi necesidad de engancharme a alguien para sentirme segura, porque en esas situaciones me siento como una niña desvalida, abandonada.
-¿A dónde te lleva esa niña abandonada?
- Me voy siempre a cuando me enviaron interna al colegio con diez años, pero ahora no sé si ya antes me sentí así...
- ¿Cuándo pudiste sentirte así antes?
- Me viene que cuando nació mi hermano. Yo tenía cuatro años, y él estuvo muy malito, el pobre, y yo no sentía atención. Toda la atención estaba en él, y pasé de ser la reina de la casa a no ser nada, a no ser vista.
- De sentirte que eras todo a sentirte nada
-Sí
- ¿Pero realmente crees que pudo ser así? No es lo mismo destronarte que abandonarte.
- ¡Es verdad! Pero yo lo debí vivir así...lo del domingo es un hecho que lo muestra.
- Cierto, pero es importante poder distinguir el fantasma de la realidad.
---Y corto ahí la sesión---

Este segundo fragmento condensa de forma apretada varias cuestiones que venimos desarrollando. Desde el efecto benefactor que supone la nominación del malestar bizarro al valor de la repetición temática como ocasión para la progresión significante. En esta ocasión, cuando llegados al lugar común de su ingreso en el internado como experiencia traumática fundante de su vivencia de abandono, se abre a la duda de un posible más allá, apertura que yo capturo al vuelo y tiro de la lengua, y resultado de esa indagación caemos de bruces en el pozo traumático original que supuso la irrupción de su hermanito en escena, usurpación destronante de su reinado fálico. Revisitar ese escenario primordial permite elucidarlo y elaborarlo, es decir, resignificarlo. Poder discernir desde la mirada del adulto el callejón sin salida de la dialéctica totalitaria imaginaria (o todo o nada) en el que quedó atrapada la niña, y desde esta nueva perspectiva abrirse a una lectura parcializante y pacificadora.

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla” escribió Gabriel García Márquez. Freud, cien años antes, anticipó esta sentencia con su distinción entre la realidad psíquica y la realidad histórica, subrayando la primacía de la primera sobre la segunda y destacando que pese a su dimensión psíquica constataba su eficacia fáctica.
Es una prueba palmaria del poder del fantasma inconsciente conduciendo nuestras vidas. Sólo su elucidación consciente nos permitirá reconocerlo cuando se nos presente en acción y, así advertidos, podremos salirnos de la inercia del automatismo recalcitrante y optar a una respuesta novedosa y más libre.