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domingo, 20 de noviembre de 2022

De la madre fálica (remozada)


 De sus caras


En Enero del 82, licenciado en medicina y con "la blanca" y el petate recién liquidados, asistí a mi primera clase de mi formación en psicoanálisis, la primera piedra de un edificio que está en plena construcción 33 años después. La cosa es que la tal primera piedra fue, como marcan los cánones, en la frente.

Se daba la circunstancia de que el Seminario (sí, así de solemne  se denomina esta enseñanza) había comenzado en Octubre, a razón de una sesión al mes. Me incorporé pues un trimestre tarde, acogido en un gesto de deferencia por mis deberes patrios.

Debíamos ser una docena larga de alumnos sentados en círculo alrededor de un profesor argentino que nos impartía una lección en un lenguaje extraño que muchos años después pude bautizar como lacanés. La peña tomaba apuntes a destajo. Yo no. No entendía nada. Lo atribuí al retraso de mi incorporación. En un momento preciso y sin saber bien por qué, me animé a preguntar por un concepto enigmático que pillé al vuelo en el revolutum de aquella jerga filistea. 

Lo recuerdo perfectamente. Fue una pregunta directa, sin preámbulos. A bocajarro.
"¿Qué es la madre fálica?", cortando en seco aquella perorata interminable de acento porteño.

Un silencio perplejo sucedió a mi inopinada intervención. ¡Cielos! ¿qué había mentado? Repuesto de la sorpresa el oficiante me dio una respuesta que a mí me sonó a logaritmo chino. Insistí. Él también. En vano. Al tercer intento zanjó la cuestión con un "Mejor te lo estudias". Fue una revelación. Cumplí al pie de la letra su indicación. No volví por allí y desde entonces no he dejado de estudiar. Tuve la fortuna de encontrar un maestro, argentino también, pero éste hablaba español, y me enseñó, entre otras cosas, que el psicoanálisis no era ni iglesia ni religión. Y ahí vamos. (Bueno, él ya se fue, pero en mi soledad, va conmigo)

Está claro que aquella pregunta marcó mi destino, y hoy, con la perspectiva de tantos años transcurridos, alucino con mi bisoña puntería resonante. Porque esa pregunta no es cualquier pregunta, esa pregunta es realmente la madre del cordero.

Así que, en acrobático looping, retomemos: ¿qué o quién demonios es la tal Madre Fálica?

Situémonos. En 1923, Freud, en plena onda expansiva de la bomba teórica que supuso su Más allá del principio del placer y la irrupción de la pulsión de muerte, publica La organización genital infantil en la que propone la existencia de una nueva etapa en la escala libidinal, la fase fálica, que la va a incluir entre la fase anal y la genital, y se caracterizaría por la así llamada premisa fálica, consistente en la creencia infantil de la universalidad del pene, es decir, aquella que considera que todos tienen pilila, y quien todavía no, ya le crecerá. En este planteamiento Freud no distingue entre pene y falo, y usa esos términos como sinónimos. Va a ser Lacan quien sí los distinga, refiriéndose con pene al órgano anatómico y reservando falo para su representación, connotada ésta de un determinado valor. Ya lo vamos a ver.

La idea fuerte que sustenta la premisa universal y su "todos tienen pene", es que "a nadie le falte" y en ese "nadie" la implicada estelar es la madre. Es decir, es una teoría que viene a recusar la llamada por Freud castración materna, erigiendo como ingenioso recurso pantalla su figura antitética, la, por fin ante todos ustedes, increíble y fantástica Madre Fálica, 'la que tiene de to y no le falta de na'.

Pero la pantalla pierde su función cuando se acaba la película y se encienden las luces, aunque mejor sería aquí invertir el orden. Es porque se enciende la luz que se acaba la película. Porque es, antes o después, la fuerza de la evidencia la que se impone y derroca en su impostura a la mami superstar. 
Así que va a ser que mamá no tiene pito, y que el pito lo tiene papá.

Este es el enfoque freudiano que, como en otras ocasiones, a día de hoy nos resulta un tanto rústico en su primitivismo fenoménico.

Hay que decir en favor de la madre de turno que en realidad no le falta pito alguno, de la misma manera que no le falta ningún útero a papá. Es pues una falta imaginaria, como imaginaria era su supuesta completud. Espejismos de totalidad que velan sí, una falta más esencial que diremos simbólica. Estas dos modalidades de la representación, la imaginaria y la simbólica, son un aporte genuinamente lacaniano, imprescindible para entender la estratificación edípica y sus tiempos (Cfr. el post Por el camino de Hitchcock II)

Es desde ahí que podemos dar el salto de la-madre-con-pene freudiana a la madre fálica lacaniana, agente primordial del primer tiempo, al que para andar por casa y en zapatillas nos referiremos como el Huevo.

¿Y qué decir del Huevo sin repetirme demasiado?

Estadío mítico monodual donde el padre no consta en acta y no existe el límite como referencia, propiciando un estado de supuesta completud entre la madre y el hijo, de una supuesta fusión que es confusión, un alucinado mezclaíto de gloria y crujir de dientes. En ese pack tan religado la madre aparece como total en tanto que el baby la totaliza, fálica en tanto que el baby es su falo.

Y ahí toca enlazar con el planteamiento que hace Freud respecto a cómo se juega en la niña el llamado "Complejo de castración". Ya saben, nos toca vernos las caras con el tan polémico y denostado concepto de...¡la envidia de pene! ( pennisneid) síííí, luciendo flamante y lozano en pleno siglo XXI, tatuado por mil banderillas feministas.

La tesis es que ante la frustración que le supone asumir verse privada de ese signo de estatus que da el pene y que la madre busca en el padre, el camino habitual le lleva a envidiar su posesión (¡Cuántos sueños de analizantes lo testifican encontrándose para su sorpresa con "eso" brotado entre sus piernas!) Ante lo imposible de su anhelo, se producirá una mutación prodigiosa que Freud va a llamar la ecuación simbólica, donde pene = hijo, y mediante la cual la envidia del pene vendrá a ser sustituída por el deseo de un hijo, en dos tiempos, primero del padre (núcleo del fantasma histérico) y al que también habrá de renunciar, para darle paso, en un segundo tiempo, a un deseo postergado de tener un hijo con otro hombre.

¡Qué fuerte que es Freud! Por momentos me dan ganas de llamarle visionario. Estos planteamientos que son ya lugar común y que forman parte de la cultura de supermercado, en un día ya lejano fueron destello genial de una mente realmente brillante. Sí, ya sé que los popes del Santo Oficio terminaron metiéndolo en el saco basura de las "Pseudociencias", revuelto con la astrología y la quiromancia, pero como dijo aquel otro, ¡epur si muove!

Seguimos.

Es preciso este recorrido en apretada síntesis de conceptos bien complejos para intentar responder con rigor y fundamento a aquella pregunta que desde su densidad nos interroga.
Articular el Edipo freudiano y el lacaniano no es tarea tan simple si uno pretende ir más allá de los standars. Pero a poco que uno se pare a pensarlo caerá en la cuenta que bajo las siglas de la MF cohabitan dos caras.

Digamos que hasta ahora hemos visto la cosa desde la perspectiva del infantil sujeto, es  decir, desde su creencia.
Nos sirve para lo que nos toca, verlo desde el lado de la madre.

Así pues, cuando esa niñita que ha postergado su anhelo jugando a las muñecas crece y empieza a jugar a otras cosas más piripitosas, antes o después, cada vez más después que antes, y ya muchas a contrarreloj, en su particular carrera contra el "reloj biológico" que las apremia inexorablemente, llega un día en que queda embarazada.

Y ahí empieza otra historia. Aunque visto lo visto, sería más pertinente decir que empieza un capítulo nuevo y decisivo de la vieja historia.
Lo que me interesa destacar es precisamente la continuidad diacrónica entre aquella inicial envidia infantil, transmutada en deseo de maternidad, largamente postergado, y por fin, ya, cumplido.

Y esa premamá irá viviendo en su cuerpo el milagro de sentir crecer en sus carnes otra carne llena de vida que empuja, protuye y se hace panza. Y cuando ella se familiariza con el prodigio cotidiano de su panza, más allá de los vómitos y las náuseas, se siente sorprendentemente feliz, segura, 'completa'. Es tiempo de disfrutar de la fisicidad incontestable del anhelo encarnado, de soñar y de saborear el sueño.

Y un día (o una noche, nunca se sabe) llega el ansiado y también temido parto.Y cuando el amnios se rompe y el cordón se corta, algo más se rompe y corta, y pueden pasar muchas cosas y muy diferentes, entre ellas, una clínicamente muy típica bautizada como depresión  post  parto, consecuencia consecuente del abrupto aterrizaje forzoso, cuando no ostia de categoría, resultado de pincharse el globo y estamparte de bruces con la realidad.

Pero el Imaginario, como en los dibujos animados, se recompone rápido. Y a partir de ahí  la película se va a jugar en vivo y en directo con ese cachorrito indefenso y demandante que a golpe de leche y de caca, de llantos y de nanas, de besos, caricias y palabras va a ir configurándose a nuestra imagen y semejanza. En parte, sólo en parte, pues siempre hay algo que se nos escapa. Por suerte. Para su bien y el nuestro. ¡Viva la biodiversidad!

Pero hay mamás muy apegadas a su baby, muy mucho, al punto que así lo sienten, como si fuera una parte suya. ¿Les suena? Una parte, extensión de sí, que las completa, ¿les sigue sonando? Que no hay límite que valga, ni se le espera.           Que no se suelta ni te suelta. Que no querías caldo, toma dos tazas.  Que madre no hay más que una, y que la mano que gobierna el mundo, nunca lo olvides, es la mano que mece la cuna...
Ya saben. Madre fálica le llaman y es la que andábamos buscando.

De manera que tendremos que distinguir la Madre Fálica del primer tiempo del Edipo, vista de la perspectiva del baby, es decir, fase de pasaje estructural en la escala edípica que antecede al padre del segundo tiempo o Padre  Fálico, que viene a destronarla en lo que constituirá la Castración Imaginaria. Y la madre fálica, (convendré en escribirla con minúscula), como  aquella mujer que detenta en su maternidad esa posición fálica, es decir, totalizante, que ubica al hijo en posición de falo, y como tal, le coarta su subjetividad, dando lugar a diversas formas de estrago, siendo la más grave de ellas la posición psicótica.

Resumiendo, una que será figura de pasaje estructuralmente necesaria, y otra, que en su contingencia, será el resultado y causa de una fijación.


De sus máscaras

Y es esta figura terrible y fascinante la que se presenta  ante nosotros bajo las formas más variopintas que pueda uno imaginarse, embozada en todo tipo de disfraz del más variado pelaje.

¿Quién sinó la MF alienta las monstruosas arañas gigantes que Louise Burgoise ha sembrado a la vera de algunos de los más respetables museos de la modernidad?

Pero más peligrosa resulta investida de luchadora militante de una Causa, como Aurora Rodríguez, feminista de pro, que en los agitados años de la segunda República, antes del amanecer de un día de Julio, asesinó fríamente en el lecho a su hija Hildegart, de 18 años, disparándole cuatro tiros mientras dormía.

Es un suceso bien conocido que llevó al cine Fernando Fernán Gómez (Mi hija Hildegart 1977). La película relata la historia de Aurora Rodríguez, una gallega singular y avanzada a su tiempo que con un plan perfectamente diseñado decide engendrar a la hembra perfecta en provecho de la causa liberadora de la mujer. La llamará Hildegart y hará de ella una niña prodigio que a los 14 años ingresa en la Universidad. Con 18 años es una celebridad en los ambientes intelectuales y revolucionarios, defensora de las nuevas doctrinas sexuales, debatirá con importantes figuras de la época, llegando a cartearse con Freud. Pero en su evolución intenta apartarse del control omnipresente de su madre, atreviéndose incluso a enamorarse de un hombre y proyectar viajar a América. Es demasiada autonomía para su creadora, que cual si de una herramienta defectuosa se tratara, decide acabar con ella. Lo hace, y como quien ve llover, se entrega a la justicia. Después de ser juzgada y condenada por asesinato, un tribunal de apelación la declara paranoíca y es ingresada en un manicomio hasta el resto de sus días.

Hay que subrayar que la MF no precisa mostrarse poderosa o con tronío. También la encontramos en su envés. Sin irnos más lejos, nos asomaremos a Despertares, la peli sobre el texto de Sacks que comentamos en el último post.

¿Recuerdan a la madre de Leonard? Aquella pobre ancianita que consume su vida haciéndose cargo de su hijo severamente discapacitado. Cada día acude sin falta al hospital para darle de comer, cambiarlo y cualquier otro menester. Es la muestra de una dedicación abnegada y ejemplar. Eso que sólo es capaz de hacer una madre. Admirable.

Pero llega el Dr. Sayer y con su capacidad de observación y su perseverancia consigue despertar a su hijo de un letargo de décadas. Y una vez despierto, tras una vida secuestrada, quiere volar.
¿Cuál es la respuesta de su amorosa madre?

"¿Chicas? ¡nunca ha necesitado chicas!
Me ha dicho que me tome ¡unas vacaciones!
Pero no puedo dejarle solo en este hospital.
¡Sin mí se moriría!"

Da que pensar. ¿Quién se moriría sin quién?
Parece bastante obvio que ese consagrar su vida a cuidar de su hijo es lo que le da sentido, y que sin él al que cuidar, tendría que enfrentarse a sí misma y a su vacío.
Es duro verlo así, pero es lo que hay, y hay que verlo.
Fundida a su hijo enfermo llena su existencia.
Hijo-falo, tapón de su falta.
¡Ay de mi sin mi falo! rezará su epitafio.
O directamente, sin ambages, como rezaba aquella otra película:
"No sin mi hijo!"
Mantra a tropel.

Y en nombre de ese mantra radical se cometen las mayores tropelías.
La clínica solo es un espejo de ellas. No es el único.

En la mili, muchos años antes de la moda maorí que nos invade, descubrí sorprendido un tatuaje que se repetía monocorde en los brazos de algunos de aquellos aguerridos soldados preparados para la muerte,  AMOR DE MADRE.

Kortatu, la banda vasca pionera del ská, clamaban desafiantes por aquellas fechas aquello de:
"Mi madre, la única mujer que he amado"
Llevo tatuado, en mi cabeza rapada! 

Digámoslo otra vez. Hay amores que matan.

La araña gigante del Guggenheim responde al título de Maman.
Bajo su abdomen le cuelga un saquito lleno de huevos suspendidos en el vacío. Atrapados en un espacio de nadie.
Salir de esa pegajosa celda es cuestión de vida o muerte.

No es fácil, si no imposible, hacerlo solo. Es preciso la presencia de un padre, aunque sea  remoto.
Pater incertum est, mater certissima decían los clásicos.
El padre, siempre incierto, nos libra de la letal certeza materna y nos abre las puertas de la bendita incertidumbre.
Esa es su función.

Y le convocamos para una próxima ocasión.

                                                                               
                                                                             En Mamouna, 30 de Octubre del 2015  

Balada de Otoño

 



       “Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve…” cantaba Serrat en tardes como esta hace ya tantos años, cuando uno era un adolescente descubriendo el mundo a través de poemas y canciones que le ponían palabras a las cosas que iban componiendo la vida. A ese prodigio ahora le dicen performativo. Será.

      Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve y una balada de otoño me llena de melancolía.

      Serrat anda de gira despidiéndose de tanta gente que le hizo a su voz un sitio irrepetible en su banda sonora vital. Sabina va a su rebufo. Y al Aute bendito no le dio tiempo, porque la parca ladina le pilló por sorpresa con un maldito ictus.

      Yo también ando despidiéndome del verano de la vida -criterios Paul Auster-, aunque con los tiempos líquidos que corren puedo demorarme remolón en ese desfase climático que nos regala este veroño tan caluroso y distópico y, enfundándome los levis y la chupa, cogerle de vez en cuando la moto a mi hijo y hacerme a la carretera.

      Yo no tengo canciones ni acordes que compartir, pero antes de que se me sequen las mientes y la voz, o simplemente las ganas, tengo algunas cosas que contar. No me refiero a cuitas íntimas ni a batallitas de desván. Me refiero a cosas de la clínica que cultivo día a día con la pasión del jardinero fiel. No es ningún secreto que mi historia de amor con el psicoanálisis nació hace más de cuarenta años. El milagro es que cuarenta años después, cada día que acudo al encuentro de mis analizantes lo sigo viviendo como una aventura estimulante y novedosa. Me siento tan afortunado con mi oficio que repetiría sin dudarlo en mi próxima reencarnación. En fin, ya me vale de preámbulo y vayamos al tajo.

      Pues resulta que cuarenta años dan para bastante. Escuchar mil historias y leerte mil libros te dan perspectiva y la perspectiva te permite mirar y oír de otra manera los paisajes y los relatos de siempre. Ahora que lo digo, se me ocurre que la tarea que desempeño día a día, al pie del cañón, pasa por ayudar a que la persona doliente que se confía a mi aprenda a cambiar de perspectiva, es decir, cambiar su posición, su mirada y su escucha.

      También en relación a mi labor de docente podría decir que lo que intento transmitir es precisamente eso, cuáles son las claves necesarias para propiciar un cambio de perspectiva. Y en realidad, por más que sea una operación de alta complejidad, termina resultando una cuestión bastante elemental. Pero que eso no nos lleve a engaño. Transformar los elementos de base es un movimiento radicalmente contracorriente. Pues como advierte el proverbio, “genio y figura hasta la sepultura”. Y no seré yo quien le quite la razón al refranero, pero sí apostillaré una aclaración, “siempre y cuando uno no se embarque en un proceso de transformación personal”. Y eso ya es otro cantar. Porque embarcarse en ese viaje te cambia la vida, sí o sí. O si no, te han timado. Y es que debe quedar claro que ese viaje del que hablamos no lo oferta El Corte Inglés ni, mucho menos, cualquier alternativa low cost.

     

      Al tajo pues. Hace año y medio que escribí el último post clínico. Se titulaba Brujuleando y versaba sobre el valor referencial del Límite a la hora de escuchar el relato del paciente y para ilustrarlo os presentaba el que vine a llamar el caso R. Para no repetirme, lo más aconsejable sería que os lo releyerais y refrescarais el enjundioso desarrollo que allí despliego. Hoy retomaré el caso para que mediante el relato extractado de tres sesiones ilustrar las cuestiones que vertebran la clínica del sujeto y su imbricación transformativa a través del fenómeno de la transferencia. 

Primera Sesión     

      (Regresa de las vacaciones de verano. Prácticamente dos meses sin vernos. Desde Enero nos veíamos en régimen quincenal.) 

      “Las vacaciones han sido una locura. Te necesito a ti al lado físicamente para que me vayas dando toques. La he liado. He estado muy alterado. Cuando vengo aquí parece que no me haga falta, pero la verdad es que necesito que alguien me controle. Te he echado en falta realmente”. 

¿Qué pasó? 

      “Estaba muy alterado. Me he sentido muy atacado, y eso me altera más. Estábamos en una comida con mi chica y mis cuñados y cuando hablaba yo todos estaban en mi contra. Yo no contaba. No aguanté y me levanté y me fui al trabajo a dormir. Tenía mucha rabia. Quería explotar, la verdad. Y no podía dormir. No podía parar de darle vueltas a la cabeza.

      Ha sido un verano muy largo. Las vacaciones al principio bien, pero te cansas de no trabajar. He estado muy alterado. Mal con todo el mundo. Con mucha rabia y con ganas de pelearme con alguien. 

¿Por qué crees que te sentías así? 

      “No lo sé. Sentía que me tomaban el pelo. Me he acordado mucho de ti. Tu toque. No me puedo controlar. Un día me vine a toda ostia por la carretera con la furgoneta. Ahora que lo pienso, fue una locura. ¡Madre mía! Me meto en la boca del lobo”. 

¿A qué te refieres? 

      “Que me busco yo solo los problemas. Que no sé parar. Que la última palabra tiene que ser la mía…si no, ¡reviento!”. 

Parece que el lobo eres tú. 

      “Sí, es así. Pero yo no soy malo. Yo no sé perder. Y todo lo vivo como un ataque. Pero tú me das un toque y me conectas. Es lo que me hace falta. Contigo estoy tranquilo. Me tienes que enseñar a hablar”. 

¡Qué diferencia entre el toque y el ataque! Eso que tú llamas ‘toque’ y que te hace bien es lo que yo llamo el límite, el ‘buen límite’.

      Y corto la sesión.

Segunda Sesión 

      “No sé qué decirte… … … siempre es lo mismo”. 

Cada vez que hablas de ‘lo mismo’ aparece algo diferente. 

      “¡Es verdad!... Y a veces quiero decir una cosa y ¡me sale lo contrario! Aquí me he dado cuenta de muchas cosas… … … pero no consigo controlar.

      Estoy en el trabajo haciendo un encargo muy grande y no voy a ganar casi porque no he pensado bien lo que me hacía falta al darle el presupuesto. Estoy en el “corre, corre” y por no pararme, salgo perdiendo siempre. Necesito el stop. 

¿Y por qué no puedes parar? ¿Qué te urge? 

      “No lo sé. Todo es aquí y ahora. ¡Ya! Me dicen “Lo necesito lo antes posible” y es oír esa palabra y me vuelvo loco. No puedo estar quieto nunca. Cuando estoy en casa ¡me ahogo!. Tengo un banquito fuera, pero no puedo estar sentado tranquilamente…como los abuelos, y me gustaría ir tranquilo, sin estrés, pero ¡no puedo! Yo creo que esto me va a costar más que el vencer lo de mi familia, porque es mi forma de ser. Es cierto que me estoy dando cuenta de que antes no paraba. Vives y ya”. 

Bueno, cuando bajas del pueblo a la consulta, en el coche ¿qué haces? 

      “Me pongo las noticias. Aunque últimamente también le pego vueltas a las sesiones…pero luego se me olvida. 

Podrías probar cuando vienes a sesión a escuchar música en vez de las noticias y las cosas que pienses que te parezcan interesantes escribirlas en la libreta. 

Stop. 

Tercera Sesión 

      (Hay que decir que en el intervalo han ocurrido algunos incidentes. El día que le toca la cita no asiste ni avisa. Le escribo un mensaje: “¿Algún problema?”. No contesta. A la semana siguiente, digamos el día 20, me escribe: “¿Puedo llevar a la perra, es que la tengo operada?”. Le contesto: “Tocaba el 13. Nos vemos el 27”. No tengo respuesta. El 27 me escribe: “¿Puedo llevar a la perra o lo hacemos por Skype?”. Le digo que la tenemos por videoconferencia. Y a la hora de conectarnos me dice que no le va internet. Terminamos haciéndola telefónicamente. Y lo primero que le pregunto es:) 

¿Qué ha pasado con tu perra? 

      (Y me contará muy consternado el dramático episodio que le aconteció precisamente aquel día 13 que le tocaba venir y no vino. Dando el paseo nocturno habitual con su perra por el campo de alrededor le tiró el típico palo para que lo buscara y se lo trajera y cuál fue su sorpresa que al poco la escuchó gimiendo lastimosamente y se la encontró tras un arbusto cubierta de sangre que le manaba de una herida abierta por una rama rota que le desgarró el abdomen. Tuvo que llevarla sin dilación y como alma que lleva el diablo en busca de ayuda al veterinario que milagrosamente, dice, consiguió salvarle la vida. Y que desde entonces apenas puede dormir por las noches a causa de los pensamientos con los que se tortura metódica e implacablemente pese a que la perra había salido del peligro y se recuperaba favorablemente).  

      “Gracias por preguntar” 

Te recreas en ello 

      “Sí. Si no me recreo siento culpa. Mucha culpa. Y no me gusta …pero lo necesito. Como con la muerte de mi abuela, si no la recordaba era como dejarla de lado… Lo que se podía haber hecho y no hice…” 

      (Aquí procede aclarar que su abuela fue la persona a la que más quiso. La única que le cuidó y atendió con cariño en aquella infancia a la intemperie emocional de una madre abandónica enganchada a un yonqui. Cuando él tenía 20 años tuvo una embolia y fue ingresada en el hospital. Estuvo 48 horas sin ir a verla pese a que la abuela requirió su presencia. En vez de ello se iba de marcha a meterse de to y cuando los médicos decidieron intervenirla falleció en el transcurso de la operación. Nunca perdonó a los médicos que “la mataran” ni a su madre que no se opusiera a su ejecución). 

¿Qué te reprochas con tu perra? 

      “Justamente le tiré el palo y si no se lo hubiese tirado no le hubiera pasado…La verdad es que no sé qué le pasó… y nada… … …fue mi culpa”. 

En el caso de tu abuela hiciste mal al no ir a verla, no te sentiste capaz. Y te lo autorreprochas pero le pasaste la culpa de su muerte a los médicos y a tu madre, cuando nadie tuvo la culpa. Son cosas que lamentablemente pasan. Ahora con tu perra no hiciste nada mal. Fue un accidente. Son cosas distintas. 

      “... ... ... Sí, ahora lo veo… … …para mí eran lo mismo y no, no es lo mismo. Gracias por ayudarme a verlo y entenderlo”. 

(Y ahí terminé la sesión) 

      Vale. ¿Y ahora qué? ¿Qué podemos sacar de estas tres viñetas de apariencia tan simple? Bueno, veamos. En primer lugar habría que preguntarse qué le pasa a este hombre. Él nos lo va a decir en la Primera Sesión (1ª S), tras las vacaciones de verano y dos meses sin verme “¡Qué locura!”, entendiendo como tal un estado de agitación y alteración que le hacía inviable un poder estar mínimamente sostenible en su relación con los demás. Como me dijo en su día, él prefiere, sin lugar a dudas, la compañía de los animales que la de los humanos. Una relación altamente conflictiva y descontrolada pues salta a la mínima en cuanto se siente fácilmente atacado, y tras los gritos de rigor suele optar por pirarse antes de liarse a ostias, que es de lo que realmente tiene ganas. El agravio es altamente volátil pues siempre quiere tener la última palabra y si no, revienta, dejando bien claro que no sabe perder y desde ahí, lógicamente, todo lo vive como un ataque. Con estas referencias parece obvio que le tiene alergia severa al límite y a todo lo que lo represente. Ese fue el tema clave del anterior post, donde yo intenté empezar a mostrarle la diferencia entre la barra y el barrote, es decir, a poder distinguir el límite-vara que reprime y oprime, del límite-barandilla que contiene y salva.

      Creo que son estas nociones las que se vislumbran en sus repetidos comentarios sobre el anhelo de contar con mi presencia, una figura que le calma y le ‘conecta’ a través de mis “toques” -siempre verbales- frente al descontrol al que le abocan los decires-“ataques” del resto del personal. Es conmovedora y significativa su demanda final cuando me pide que le enseñe a hablar. No hay que olvidar que su frase de presentación al inicio del análisis hace tres años fue “Es que yo no sé hablar… bien”. Es un buen ejemplo para mostrar que la transferencia está bien instalada y operante. Una pica en Flandes, proverbial y necesaria, para poder ir desplegando todo el dispositivo simbólico que en este hombre brilla con fuerza por su ausencia. Pieza clave para poder generar las condiciones de una permeabilidad para el cambio. 

      En la segunda sesión se presenta con una apelación clásica, la intrusión inevitable del lomismo, ese veterano baluarte de la repetición, al que respondo sin contemplaciones con su némesis favorita, cual es, la repetición como puerta del cambio. Y entra solo y por la puerta grande, homenajeando a la conciencia y más allá, las mismísimas formaciones del inconsciente, vía lapsus linguae. De ahí dará paso a ese perseguidor anónimo que le acosa y le urge, cual conejo blanco de Alicia, y su infinito reclamo del “corre, corre” sin destino fijo. No puede parar, y en esa carrera interminable que le agita, anda siempre huyendo y perdido de sí mismo. Señalará al otro, en este caso el cliente, como causa de su afán, pero es pura cortina de humo que enmascara que la bicha que le acosa y le reclama, la lleva dentro y le habita, y no le da tregua ni para sentarse un ratito en el banquito. ¿Quién demonios es esa bicha que le instiga mientras se revuelve rabiosa en sus entrañas? Seguro que ya lo habréis adivinado. Efectivamente, era ella, la pulsión. Ese resto de real, dirá Lacan, que se escapa a lo simbólico y empuja.

      Y sí, efectivamente, este muchacho machucho, es su presa y la padece de mil maneras, todas ellas, obviamente, compulsivas. Desde esa inquietud violenta que le sacude a destajo el cuerpo y el alma, a todas esas conductas perentorias que le desbocan, desfogan y raptan. Son las diversas adicciones que el mercado le oferta, sexo pornográfico compulsivo, drogas líquidas, sólidas o gaseosas y rock rabioso, por no decir punk destructivo, y ya, de paso cañaso, cacería con la manada a por guiris despistados a los que apalizar y robar con nocturnidad y alevosía. Hábitos de juventud que domesticó a la fuerza tras años de control policiaco de su pareja.

      “Creo que me va a costar mucho cambiar” dirá. ¡Y tánto! “Es mi forma de ser” -construida en la jungla del extrarradio más salvaje y apache- “¿Tiene arreglo esto?”

      Bueno, aquí estás tú. Ninguno de tus colegas llamó a mi puerta. Lo podemos intentar. 

      Y es desde ahí que le invito a la pausa que supone venir a verme, una parada intermitente en su fuga sin tregua. Un hablar en vez de actuar. Cambio de registro fundamental. Un lugar donde la actividad pasa por conjugar palabras que nombran la angustia, la apalabran. Y ya que estamos, ¿por qué no escribirlas en la libreta? Aquella ruta que desde la escuela quedó abortada.

¿Simbolizar? Sí, simbolizar. Es la operación alquímica que transforma la pulsión en deseo. Y ese, sí, es otro cantar. 

      La tercera sesión condensa el meollo de todo lo anterior. Es una vuelta de tuerca que desvela un nivel más profundo del malestar. Como os conté más arriba, ocurrió el accidente de su perra que le descarriló por completo. Los marcos simbólicos por excelencia, el espacio y el tiempo, se le trastabillan y no sabe en qué día vive, ni cuál es el lugar. Finalmente, pese a todas esas dificultades, consigue comunicar conmigo y aunque sea por teléfono, podemos hablar. No me preguntéis por qué, pero me salió preguntarle por su perra en primer lugar. Y ahora sé que fue la opción correcta, al punto de que él me lo agradeció explícitamente.

      Hablar del tema permitió elucidar el circuito mortífero de la culpa que le tenía atrapado. El goce torturante sado maso en el que se regodeaba abducido e insomne. La traición de abandonar a su abuela en su trance final sin poder despedirse, le infecta de culpa el alma. Una culpa que se recrea en cada ocasión que la vida le da boleto y, contagiado cada vez, un Superyó obsceno y tirano le aplica la picana sin anestesia. Es importante tener esto en cuenta para poder releer el guión oficial de su malestar desde otra perspectiva, decíamos antes. Y ese es el quid de la cuestión. En su versión habitual, su relato describe a un otro maltratador, pero sobre todo abandónico. Con más precisión diríamos que el maltrato deviene directamente de su vivencia de abandono materno y su ausencia de padre. El que ocupó su lugar, "el hombre que vivía con mi madre", en palabras suyas, nunca ejerció esa función ni por asomo, pero sí de un tercero hostil que le arrebata la atención y los cuidados de ella, perdida y enganchada irremediablemente en su deriva yonky. Desde entonces le anida en el corazón una semilla de desconfianza y rencor que le contamina la sangre ante la perspectiva de cualquier relación. Sólo el vínculo con su abuela fue su tabla de salvación. Y cuando ella le necesitó, él la abandonó. Ese crimen exige un castigo sin redención. Como el De Niro de la Misión. Y así anda, penando su pena a cadena perpetua, por más que él se vende la cabra de la víctima inocente de un mundo traidor.

      Sólo deslindar las confluencias, desmontar las coartadas y desbridar la confusión, permitirá asumir la responsabilidad de su cobardía y, penitencia mediante, perdonar y perdonarse, hacer el duelo y asumir la pérdida. Un largo proceso por delante, qué duda cabe, pero que gracias al vínculo reparador que la transferencia habilita, no es una utopía pensar en una pacificación razonable. ¿Y por qué la transferencia repara? Porque sólo a través de lo concreto de una experiencia vincular tan singular se van a poder retejer los lazos emocionales de una confianza básica tan maltrecha, posibilitando el dejarse ser en relación a un otro, un buen otro, o como decía aquél, suficientemente bueno.

      Bueno, dejó de llover, y los chopos medio deshojados, los pardos tejados y los campos mojados, me dejan tarareando una extraña y desvaída sensación de boludo en otoño. Qué le vamos a hacer.

       


sábado, 27 de agosto de 2022

Zeitgeist

   



    Otro Agosto tropical que desde su cumbre recalentada empieza a declinar. Heme aquí, en plena sierra, rodeado de verde pino y azul cielo y de un silencio solitario sólo interrumpido por el repicar intermitente de los cencerros en la lejanía y por el rumor del aire aleteando las hojas de los chopos gigantes y de los fresnos que a veces me dan sombra. Desde este rincón privilegiado de quietud y tiempo laxo me asomo por inercia al periódico y a las redes y me doy de bruces con el ruido y el odio empozoñándolo todo. Por ejemplo:

     Hedi Matar, un joven libanés nacionalizado en los USA, intenta asesinar a cuchillazos a Salman Rushdie durante una conferencia, para cumplir la fetua con que Jomeini lo condenó a muerte hace 30 años por publicar Los versos satánicos, un texto sacrílego.
     J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, sale en defensa del escritor anglo indio en twiter y un usuario la amenaza de muerte, “tú serás la siguiente”. La escritora pide amparo a la red pero la directiva lo desestima. Censurar un mensaje de odio sería la ruina de una industria que vive de él.
 
    Sírvanos de muestra este cruce de noticias, pues en esta anécdota se condensa el maldito Zeitgeist, el espíritu de la época, que nos envilece el día a día. Bochornosos dilemas entre la libertad de expresión y el fanatismo radical pasados por el aro de la productividad de mercado. Súmesele un coro de voces infectadas de hiel y de odio a destajo que prende en un rosario interminable de réplicas hediondas y ya tenemos el incendio montado.
     “Esa perra se lo tiene bien merecido. Es una TERF de mierda”. ¿Una qué? Una Feminista Radical Transgénero Excluyente. Glups. Ojito donde te metes. Porque abrir ese jardín aboca a uno de los frentes sociopolíticos más candentes, el conflicto que divide al feminismo de la cuarta ola entre la adhesión al movimiento LGTBIQA+ (Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales, Queer, Asexuales y otros por designarse) y las que mantienen un posicionamiento crítico al respecto. Rawling es de estas últimas y le ha caído la del pulpo, que se dice ahora. Obviamente no entraré ahí, que uno está de vacaciones y no es plan. Pero sí que apuntaré una coincidencia curiosa. El energúmeno que condena a la Rowling a la hoguera  se alinea con Jomeini en su castigo ejemplar. El fundamentalismo inquisitorial es el mismo. El espíritu religioso también. Una vez más, los extremeños se tocan. Lo más interesante es que ese guerrillero queer anónimo va a coincidir a su vez con el insigne Michel Foucault, alma mater y padre espiritual del discurso performativo que desarrolla Judith Butler, la gran teórica e ideóloga de la propuesta queer. Y se da la circunstancia de que allá por los últimos setenta, Foucault, el paladín del posestructuralismo y referente de las vanguardias revolucionarias postsesentayochistas apostó decididamente por la revolución islámica y por el carisma de su caudillo libertador de la tiranía del Sha de Persia, el ínclito ayatollá Jomeini, con su barba y su turbante incluidos. De todos es bien conocida la fiesta democrática que alumbró el triunfo del susodicho maromo y sus acólitos. Las mujeres en particular no saben todavía qué hacerse con su burka y con su burkini. Es lo que tiene el patriarcado teocrático y sus holligans.
     Así que no perdamos la perspectiva. Todos nos podemos despistar pero, atentos, porque cualquier dogmatismo redentor, no importa el color de su bandera, es integrista.
     Ojalá Salman salga adelante y, aunque tuerto y malherido, no les de el gusto a esa legión de intolerantes que apostaron y brindaron lúgubremente por su cabeza. Ojalá J K Rowling mantenga la suya fría y resiliente y no se deje abatir por esa chusma de haters que la tiene en el punto de mira, porque vienen con el viento de cola que empuja la tendencia y el aval del mercado en el bolsillo. Y, desde ahí, habrá que tener la mente lúcida y armarse de paciencia hasta que pase este tsunami que se nos viene encima y que antes o después nos alcanzará a todos, y hará que antes o después tengamos que mojarnos. Sí o sí. Nunca viene mal con la calor que hace. Buen fin de verano. Salud.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Una pregunta fundamental + Una enferma de odio

 



    

       Una pregunta fundamental      

       Nos queda otro asunto por tratar que me parece importante plantearse y que seguramente ya os hayáis preguntado vosotros, querida tripulación, ¿por qué demonios la anorexia afecta mayoritariamente a las mujeres? Pues todas las estadísticas se van tozudas al sangrante 9/1 en relación al número de hombres afectados.

       ¿A qué se debe esa flagrante asimetría de género en estos tiempos tan líquidos a ese respecto? Si uno consulta en internet, la respuesta mayoritaria apunta a la influencia mediática que impone el cuerpo delgado como paradigma de belleza femenina jaleado viralmente en todos los medios y pantallas, las grandes (cines), las pequeñas (televisiones y ordenadores) y sobre todo las de bolsillo, los móviles que lo invaden todo y lo difunden todo a través de la hipercomunicación instantánea y constante de guasaps y redes sociales -instagram al poder- que se convierten en perpetuos escaparates de la fiebre narcisista que nos arrolla. Y está claro que esta coyuntura tecnificada de comercio salvaje de la imagen responde a un modelo socioeconómico dominado por el consumo a ultranza que Lacan caracteriza como “discurso capitalista” y lo sitúa en la base del proceso de evaporación de la figura del padre simbólico, sustrato esencial para la emergencia y floración de lo que sus herederos vienen a designar como “los nuevos síntomas” que configuran la clínica de la posmodernidad. Vale, hasta ahí nos lo sabemos. Pero más allá de que nos avengamos a los efectos devastadores del Otro social dominante que se ha ido imponiendo en los últimos 40 años alcanzando en su efecto contagioso el grado de ‘epidemia’ (y aquí habría que incluir el capítulo de las adicciones y el siniestro imperio en la sombra del Narcotráfico, pero ese es otro tema que merece su propia reflexión. Interesados, para ir abriendo boca, zámpense la trilogía de Don Winslow), sigue percutiendo obcecadamente la pregunta: ¿por qué la anorexia es cosa -mayoritaria- de mujeres? O, dicho de otra manera, aparte del contexto -recién descrito- ¿hay algo propio del texto que se nos escapa? Porque alguien podría replicar que todo dios tiene móvil, y la dictadura del selfi es universal, y los hombres de hoy, hay que decirlo, cuidan muy mucho su imagen -sólo hay que asomarse a los gimnasios- pero el hecho es que les da por lucirse ‘fit’ o cachas, no esqueletos. Obviamente, constatamos que no es el mismo modelo de referencia el que les rige, que hay diferencias significativas en el Ideal, así que, volviendo a las mujeres, por darle una vuelta de tuerca, hay que recordar que el fenómeno anoréxico empezó a despuntar como tal en los años 60 del siglo pasado, cuando el pelotazo tecnológico no se podía ni soñar, luego en ese otro contexto ya daba la cara el texto, es decir, la idiosincrasia femenina de este avatar.

       Lacan, que es un genio de rizar el rizo y un maestro del tirabuzón, también tiene ocurrencias geniales e improbables eurekas que alumbran sorpresivamente el cuarto oscuro. Ya os menté que en el Seminario XX se larga to chulo las fórmulas de la sexuación -en las que no vamos a entrar ni de coña- y a partir de ahí va a hablar de los goces y va a dar cuenta de un goce propio de las mujeres, más allá del goce fálico que comparten con los hombres, y que va a denominar goce suplementario, que nosotros en brujulés le llamamos transfálico, es decir, en palabras de Lacan, “no todo” fálico, es decir, no significantizable, es decir, inefable, y como tal, vecino de la experiencia mística.

       La cuestión a partir de ahí es -dice Cosenza- conjeturar “qué pasa con la experiencia propiamente femenina del “no todo” cuando una mujer rechaza ‘el matrimonio con el falo’ […]Nuestra lectura de la cuestión es que allí donde el matrimonio de la joven con el falo es rechazado o roto, se produce una distorsión radical de su relación con el goce suplementario. Distorsión en la cual el “no todo” del goce femenino se transforma en el “sin límite” del goce anoréxico. Goce sin límite que se estanca en el cuerpo de la joven, devastándolo. Cuerpo que se convierte en un objeto fetiche vejado por el sujeto mismo por continuas prácticas superyoicas de hipercontrol y de privación…donde el hipercontrol se revela solamente como la ilusión superyoica-delirante de la anoréxica, cuyo verdadero motor es una pérdida estructural de control, una desmesura radical que la hace correr sin frenos hacia la muerte […] Muerte que no funciona en absoluto para ella como límite simbólico, sino más bien como deriva real sin límite. En realidad, por lo general, en la anorexia mental el sujeto no tiene una intención suicida, no busca la muerte, la cual le es indiferente, aunque no pocas veces la encuentra. Es su pasión por el nada, el objeto que causa su goce y que aniquila su deseo, lo que la ciega hasta el punto de conducirla a morir por él.” (Pág. 229 y ss.)

       Lo cual tiene sentido, ese sentido ‘loco’ que venimos señalando, pero no quita que acatarlo precise de un cierto acto de fe, aunque sea en la lógica, y una lógica más bien ‘rarita’ que bebe de Frege y de la que dios nos guarde. Así que, desde luego, ni se os ocurra comentarle nada del susodicho ‘objeto nada’ a la sufrida y sufriente anoréxica, ni por supuesto, mención alguna de su ruptura matrimonial con el falo ¡válgame Dios! Ni, muchísimo menos, al desemeante psiquiatra de turno ¡por favor! La cosa quede entre nosotros y ciertos colegas del gremio, pues no es plato apto para no iniciados. Es lo que tiene Lacan. Pero quizás sí valdría la pena “traducir” el último párrafo al román paladino y ver en qué queda, y de paso damos un repaso.

       Habría que aclarar conceptos crípticos para el profano tales como el “matrimonio con el falo”, el “no todo” femenino, el “sin límite” anoréxico, la movida superyoica…en fin, un sarao conceptual que en realidad es fácil y clarificador una vez que se entiende, así que vamos allá, porque vale la pena.

       Recordad que la pregunta que nos interpelaba la realidad anoréxica es por qué tamaña prevalencia femenina. Porque no hay que perder de vista que el rechazo alimenticio del lactante viene a ser equivalente entre niños y niñas, entonces ¿qué ocurre para que la anorexia adolescente sea cosa fundamentalmente de chicas? Frente a las explicaciones de corte sociológico que abundan -el poder influenciante del reclamo mediático de la moda, por ejemplo- y sin descartar su papel, Lacan apunta a una cuestión de estructura, y es ahí donde distingue el goce suplementario, ese goce sexual de las mujeres que va más allá del falo del que dio cuenta Tiresias tras su experiencia como ‘serpienta’ y que desveló en la disputa entre Zeus y Hera al ser preguntado sobre quién disfrutaba más en el acto sexual y responder sin vacilar que si se dividiese en diez partes el deleite sexual, nueve corresponderían a la mujer y una al hombre, proporción calcada de la asimetría anoréxica, ¡por Tutatis!

       Coincidencias míticas y estadísticas aparte, desvelar el misterio del goce femenino, a Tiresias le supuso la ceguera a la que le condenó una Hera iracunda y avergonzada por haber sido descubierta en su secreto. La cuestión es que ese goce extra que se da en el goce femenino es en tanto que va más allá de los límites del goce fálico -ese que nos unce a los hombres- y que Lacan describe como “no todo” fálico. Vale, si ahora retomamos la “ruptura del matrimonio con el falo” que caracteriza a la anoréxica, que es una forma cursi de referirse al rechazo del límite simbólico (en diversos grados) que subyace en la posición anoréxica, ya podemos entender a Cosenza cuando habla de la “distorsión radical en su relación con el goce suplementario”, distorsión en la que el “no todo” del goce femenino de la adolescente conflictuada se desliza y trueca en el “sin límite” (por el rechazo simbólico) del goce anoréxico, un goce deslimitado y mortífero que invade y devasta el cuerpo de la joven, pero que ella interpreta maníacamente como un ejercicio de control omnipotente de su necesidad nutricia que la libera de la dependencia de su odiado Otro al que humilla y condena a la impotencia. Victoria pírrica decíamos, además de trágica, porque no la rige el eros o pulsión de vida, sino la pulsión de muerte que comanda un superyó tiránico, cruel y sádico ante el que se inmola. Vaya pastel más chungo.

 

Una enferma de odio

       He mencionado de pasada al “odiado Otro”, que parece el título de una película de Tarantino, pero creo que el asunto merece un poco de atención. Menos abstracciones y más fotos. La foto que me ha venido es la de J, una mujer de veintipocos que atendí hace bastantes años derivada por su psiquiatra, que hablándome de ella me dijo, “está enferma de odio”. Y es que, efectivamente, cuando hablamos del rechazo al Otro, estamos hablando del odio al otro de turno, y en concreto a la Madre, esa que Fink designa en perspicaz guiño como la mOther. Pero los destinos del odio siguen cursos complejos. “El odio y el deseo de destruir al otro se redirigen hacia adentro. Me aniquilo lentamente para que tu sufrimiento discurra al compás del mío, lento, agónico y fatal. ¿Es suficiente para ti querida madre? ¿O debería gritar más?” me comparte A en un diálogo que en realidad es un monólogo interno que hace de su cuerpo un grito mudo. Y tenemos que preguntarnos qué pide en ese grito. J dirá de su madre: “Mi madre es muy fría, muy profesional, pero no es cercana. Yo no soporto que se me acerque nadie. Siento una rabia y una furia dentro, es la bestia que llevo dentro, me cuesta llamarle odio, es una frustración que siento contra el mundo. Cuanto más intento disimularlo, más me crece el enfado, la agresión…el otro día me puse muy burra y estuve a punto de empujar a mi madre…” Pero el principal destino de su odio es contra sí misma en un continuo machaque de desprecio, indignidad y culpa, al tiempo que diversas autoagresiones. Así que sí, un 2 x 1 sado-maso, y parece que ese dueto fatal que se juega en el vínculo primordial con la madre va a condicionar todo su patrón vincular. Me dice: “Yo era muy posesiva. No quería grupos. Quien está conmigo, está conmigo y con nadie más, y eso empieza por mi madre. Yo necesitaba la atención de alguien al 100% y, claro, mi madre tenía 5 hijos y había más problemas porque mi padre estaba fuera trabajando y mi madre tenía que hacer de padre y de madre”. Así pues, queda claro y definido el patrón fusional del “O todo o nada, y como todo no, pues nada” que rige su vida relacional y que la aboca indefectiblemente al ‘nada’ y su irreductible soledad. Por eso lleva razón cuando dice “lo mío no tiene remedio”, pues sólo perdiendo ese ‘todo’ al que se agarra con uñas y dientes tendría la oportunidad de salir de esa cárcel del ‘nada’ a la que se ve condenada.

       El caso es que J está aislada del mundo, pero tiene completamente idealizado a su padre, alguien entregado a su empresa, muy trabajador y siempre ausente, y del que se soñó su preferida en la infancia y siempre se esforzó en agradarle, en ser la mejor en los estudios, en la pintura, en el deporte, “Me tenía que esforzar mucho, me tenía que comer el mundo, no había medida, no sé si porque era una forma de llamar la atención y buscar su cariño. “Hay que trabajar, hay que producir, hay que castigar al cuerpo” es su letanía. Es una persona muy exigente, machaca a sus empleados y a sí mismo y sabes que tú nunca vas a estar a su altura. Y ya sé que no soy él, pero es como con el Hombre del Saco…sabes que no existe, pero te metes en la cama y te da miedo. Pero yo, como mi padre, hago una hora de gimnasia al día y 20 largos en la piscina. Me machaco, sí. Y es que el tío, el cuerpo, me exige demasiado, es mi enemigo, lo odio.”

       Así que podemos ver como J, ya sea tanto en sus idealizaciones como en sus identificaciones, ha podido acceder al escenario edípico del segundo tiempo y a la fascinación por el padre, aunque esté cortocircuitado en su dialéctica simbólica por el axioma imaginario, es decir, el padre fálico, lo cual nos hace pensar en una anorexia histérica. En estos casos, como ya dijimos anteriormente, la indicación terapéutica pasa por histerificar la anorexia, es decir, permitir que la palabra tome sitio y el discurso se despliegue en transferencia. Este aspecto transferencial es fundamental facilitarlo para posibilitar que en el encuentro con el terapeuta se dé una oportunidad de inscribir la encarnación de un Otro acogedor y habitable, bien diferente del modelo biográfico que arrastran. Pero, ojo, hay que estar bien advertidos porque la anoréxica, aun cuando en el mejor de los casos decida abrirse a tender un puente de confianza colaborativa, va a poner en juego, sí o sí, el rechazo del Otro que la caracteriza y desplegará sus mejores artes en hacerse insoportable y provocar al terapeuta para arrancarle su repulsa y acabar consiguiendo ser la rechazada. Es por eso esencial que el terapeuta no responda al rechazo de la anoréxica con su propio rechazo, aunque a veces, es de justicia decirlo, sea muy difícil resistirse a la tentación de mandarla al carajo. En el caso de J, la que me dio calabazas fue ella, pero se daba una circunstancia especial que marcó el curso de la terapia, que a la postre no llegó a tres meses. Tras descalificar el psicoanálisis y dejar claro que no quería remover temas de un pasado doloroso que al tocarlo duele todavía, me sumó como una muesca más a la dilatada lista de profesionales que habían fracasado en el intento de curarla, a ella, que era un despojo humano que no tenía remedio, para continuar la relación terapéutica que mantenía con el psiquiatra, éste sí, un remedo de la figura paterna idealizada, pero en versión afectuosa. Un año después, quemada la transferencia, quemó las naves, y desapareció. No he vuelto a saber de ella. Quizás llegó a contactar con Nardone y ahora es feliz como una perdiz y una vida normalizada. Quién sabe.






domingo, 23 de mayo de 2021

BRUJULEANDO

 

      



     

       Me preguntan de vez en cuando por qué hablo de la brújula o del enfoque brujular. Quien haya tenido ocasión de embarcarse en alguno de mis cursos o el valor de aventurarse a leer mi libro -Manual de psicoanálisis para terapeutas- seguro que sabría qué responder, pues en ambas travesías me despacho largo y tendido sobre el asunto, pero más allá de tan abnegada marinería que cruzó conmigo la mar océana, hay un buen puñado de followers y de curiosos que no tienen, lógicamente, ni remota idea. Y pensando en ellos/vosotros, he concluido que estaría bien ofrecer una somera aproximación al tema, siempre con una perspectiva operativa, pues debe quedar claro que la brújula es una herramienta eminentemente clínica y por tanto destinada a la gente del oficio, es decir, los terapeutas.

       Y los terapeutas que os asomáis a este blog zapatillero obviamente fuisteis alguna vez picoteados en mayor o menor medida por el significante psicoanalítico y algo de su veneno circula ya insidioso por vuestras venas. Así que doy por descontado que ya estáis familiarizados con sus conceptos fundamentales, esos que durante años hemos ido desgranando a lo largo de este sinuoso rosario de posts en zapatillas, desde el Edipo y sus tiempos hasta la dimensión lingüística del inconsciente, pasando por el narcisismo, el masoquismo, la resonancia significante o la dialéctica simbólico-imaginaria. En fin, una verdadera troupé de elementos teóricos variopintos que configuran la trama conceptual que sustenta nuestro modo de ver y hacer.

       De entre todos ellos despunta uno con un brillo singular, el límite, referente capital, camaleónico y universal. Y nos estamos refiriendo al límite simbólico, aquel que introduce el llamado padre simbólico o padre de la ley, es decir, aquel que en su función la sostiene y la representa a la vez que está sujeto a ella. Ya sé que corren tiempos revueltos en los que se habla de su ocaso y se vaticinan paradigmas nuevos y rompedores, pero no es ahora el momento para entrar en esos jardines, sorry, así que seguiremos con lo nuestro.

        El límite va a ser la estrella polar que guíe nuestros pasos, el borne que imante la brújula que nos orienta. Cada vez que se vulnera, un eco resonante nos reclama y nos pone en alerta. Hay que estar advertidos y bien despiertos para reconocer las distintas declinaciones de la transgresión, desde la más rotunda y frontal del desafío a la más escorada y torcida de la chirla, sabiendo que en su diversidad siempre se juega subrepticiamente la trampa.

       Es imprescindible comprender su condición de centro de gravedad permanente, con permiso de Battiato, núcleo gravitatorio de la subjetividad, y que en consecuencia, cuando se trampea, la nave se resiente y se escora, de la forma más flagrante y explícita a la más subliminal y silente, y ahí es cuando se pone en juego nuestro arte de la escucha, una escucha resonante y atenta a los tonos y semitonos del goce encubierto, encubierto no sólo para nosotros, sino también y principalmente para el extraviado sufridor de turno. Porque no nos olvidemos que el goce, por paradójico que resulte, se sufre y/o se hace sufrir, y es por esa razón que llaman a nuestra puerta.

        Es el caso de R, un, iba a decir, muchacho, cuando debería decir un hombre rumbo a los 40. Un hombre-muchacho por no decir chaval que acude a mi consulta de la mano de M, su pareja-madre, que de alguna manera le ha obligado a venir a verme a ver si le encarrilo.

       Extractando al máximo diré que R es alguien que anda muy descarrilado desde que nació, pues su madre iba más descarrilada todavía cuando lo engendró siendo una adolescente fruto de un episodio sexual alcohólico y anónimo. No hay padre pues, y por no haber, no hay ni madre, alguien muy perdida enganchada a las drogas y a relaciones muy tóxicas. Habrá, eso sí, unos abuelos que se harán cargo de él en un contexto muy precario y conflictivo. “Yo me críe en un barrio de gitanos...era la jungla”. En fin, por resumir diré que, por no darse, no se dio ni el narcisismo trófico. Sin embargo, como dije arriba, en la primera entrevista vino traído casi a la fuerza por su pareja-madre que hablaba por él porque él no hablaba. En el relato que me cuenta me percato de que ella, una mujer muy voluntariosa y entregada, se encarga de llevar todos los asuntos de la casa y de la relación. Es la voz cantante, contante y sonante. A los diez minutos de escucharla la hago salir y me quedo a solas con R. Silencio prolongado y unos ojos que me miran como desde el fondo de una madriguera. Me llega a la piel un temor y una desconfianza salvaje. Como un perro apaleado. Alguien totalmente a la defensiva. 

- ¿Y tú tienes algo que decirme?

- ... ... ... Es que yo no sé hablar bien...

- Bueno, pues háblame mal, o regular, como tú prefieras... 

       Y así empezó a hablar. Al rato hice pasar a la pareja. Comenté el plan de trabajo y le di la próxima cita que ella empezó a anotar en su móvil. Interrumpí su maniobra y le pregunté a R al respecto. “Es que ella es mi secretaria, mi agenda y mi todo”

       Debí elevar la voz bastante porque me miraron boquiabiertos cuando exclamé:

- ¿Tu todo??? ¿Tu todo??? ¡Todo no es posible! ¡No posible!!! Noo! Noo!... 

       Por las mismas, a la hora de pagar ella saca la cartera, y tuve que señalar que esa dinámica que se llevaban entre los dos era una cuestión problemática muy importante que había que indagar, aclarar y cambiar. Y que como había que empezar por algún lado, en lo relativo al tratamiento quedaba taxativamente prohibido que en adelante ella se encargara de nada. Él tendría que responsabilizarse de acordarse de sus citas, de sacar el dinero para pagarme, de llamar ante cualquier contingencia, de que en lo posible viniera solo... 

       Un chute de límite en vena. Aceptaron. Se abrieron a intentar encarrilarse en el vínculo, a explorar la posibilidad de una nueva dinámica vincular.

       Lleva viniendo un año sin faltar a ninguna sesión. Está siendo un trabajo duro y concienzudo. Las premisas de partida lo prefiguraban como un viaje bastante inviable, pero golpe a golpe y verso a verso vamos haciendo camino al hablar.

       Dejaré de lado toda la trama familiar que ha jugado un papel protagónico en su relato para centrarme en la última sesión que nos servirá de texto en el que realizar una lectura brujular tal como nos propusimos al inicio. Transcribo: 

“Estoy bien!...No sé qué contarte. Todo bien...

... ... ... ... ... ... ... He estado pensando en lo de las normas que hablamos la sesión pasada, y me doy cuenta que no las soporto. Ayer el dueño de la nave donde trabajo no me dejó instalar un toldo por mi cuenta...y es que no lo soporto. Me sientan súper mal.

Cuando trabajaba en la obra, que a mi me encanta, no soportaba que me dieran órdenes. Me cuesta, me cuesta. En mi primer trabajo en una ferretería me ahogaba entre cuatro paredes. Me ofrecieron hacerme fijo y lo dejé. Me asfixiaba. En la obra estás al aire libre. Cualquier norma, ¡siempre me sienta mal! Y es verdad, ¡no lo había visto!

Es de toda la vida. De pequeño eran las normas del colegio...y ahora las del Estado.

Hasta con M la lío. Cualquier persona que me manda algo la siento superior a mí. Y es como cuando estás callado...hasta que explotas. 

- ¿Qué relación hay?

-... ... ...Mi imposibilidad ... ¡No sé controlarme! Ayer con M, la estaba llamando y ella estaba secándose el pelo con el secador y no me oía, y me puse a chillarle como un loco. En ese momento no pienso nada, sólo se me llevan los nervios.

Como me apoyo mucho en ella a la mínima que no puedo con algo le paso el cargo a ella o se pone ella misma a hacérmelo, “Trae, déjame a mi...”. Siempre es igual...”

 

       Válganos este breve fragmento para pensar y rastrear las distintas maneras en que se juega el límite en el directo de la sesión.

       Se presenta contento. Se siente bien y no tiene nada que contar.

       Es una circunstancia relativamente frecuente el hecho de que algunos pacientes al encontrarse bien y no sentir razón para quejarse se encuentren con que no tienen nada de qué hablar. Sólo hay que tener paciencia y aguantar el tirón del silencio. Mejor callar que formular alguna pregunta que te saque del ‘engorroso impasse’. Si fuese ese el caso uno tendría que plantearse supervisar qué le pasa con el silencio que no puede sostenerlo y se ve abocado a rellenar el inquietante vacío con el tapón de la pregunta salvadora. Ahí hay problema con la falta, y en este caso, del lado del terapeuta. 

       El hecho es que tras sostener el prolongado silencio R se arranca con el tema de las normas que habíamos tratado la sesión anterior y que había sido especialmente intenso  -“me asfixian”- y el retomarlo permitirá profundizar en asunto tan importante. De haber tirado de pregunta aliviante se habría abortado la ruta temática que venía sembrada de atrás y con frutos por advenir. Es éste un circuito inconsciente que tenemos que tener presente, porque una dimensión de ese saber que se genera es procesual. Ha tomado conciencia de que más allá de lo jodidas e injustas que son las normas, posición en la que estaba enrocado el día anterior, por no decir toda la vida, hay algo personal que hace que se le hagan insoportables. “Me sientan súper mal”. Ese movimiento sutil es fundamental porque le permite empezar a poderse cuestionar qué le pasa a él con la norma. Es decir, a subjetivar la cuestión.

       De ahí se va a su historia laboral y contrasta “el ahogo” que sufría atrapado entre cuatro paredes en contraposición de lo que le gustaba la obra, donde se sentía “al aire libre”, siempre y cuando el capataz no le diera órdenes. Se muestra aquí la equivalencia asfixiante entre la coartación simbólica, la norma, y la física, las cuatro paredes carcelarias.

       Tras ello se descubre en un continuum vital de sufrimiento y rebeldía con y contra las normas, desde el colegio hasta la vida adulta. Pero en esta revisión novedosa del tema termina reconociendo que esta rebeldía feroz contra la norma y la autoridad -figura que según es nombrada se inscribe novedosamente en el elenco conflictivo- le lleva a “liarla” con su pareja con reacciones injustas y desproporcionadas. Y ahí cae en la cuenta de su irascibilidad impulsiva y explosiva. “No sé controlarme” “En ese momento no pienso nada. Sólo se me llevan los nervios” Dando cuenta con precisión de que sus reguladores simbólicos no están operativos y funciona en régimen puramente pulsional, en un arrebato sin freno que le arrastra. Viñeta cristalina que nos ilustra palmariamente cómo la precariedad simbólica nos arroja a los pies de los caballos pulsionales. Es asín, como nos confirma dramáticamente todo el espectro de ruinas que comprende la que conocemos como clínica de la pulsión.      

       ¿Y de dónde viene esa precariedad simbólica?

       La respuesta está cantada: De la falla de la función paterna. La última escena, donde se constata la persistencia de la relación materno infantil con su pareja, nos reenvía a la sesión inicial en la que yo intenté barrar con contundencia tamaño huevo. Pero estas cosas, ya se sabe, para cambiar precisan de mucho tiempo.

       Es interesante ver con perspectiva cómo, en la vida, no encontró a un padre que le pusiera en su sitio, pero, cómo, sí, encontró a esa madre que de niño no tuvo y a la que se agarra como una garrapata. Y en ese vínculo huevo encontró el cobijo donde refugiarse del mundanal ruido, que es como él vive al Otro, un Tercero amenazante y hostil del que no admite límite ni norma, lo que le aboca a una evitación constante del vínculo social y a una búsqueda de un paraíso natural en la soledad del campo y en la compañía de los animales, esos que no hablan, de los que sí se siente hermano y protector. Pero hay que dejar constancia de que, en ese simulacro tan cutre del Edén perdido, le ha hecho cada martes un hueco a mi presencia, y en bajando a la polis, en su cita a cita, algo se ha ido pacificando y humanizando, y puedo dar fe de que, en el trajín de los días y los hechos, ha ido aprendiendo a “hablar bien” y a decirse en esa lengua misteriosa que se viste de palabra verdadera y que cura. 

       Terminamos. Así pues, queridos marineros, en mar o en tierra, a cualquiera que le haya llegado y leído este mensaje en la botella, le invito a que se siente a la sombra y se dé la oportunidad de volver a leerlo despacio, rastreando entre sus líneas la presencia más o menos líquida del límite y sus piruetas y, desde ahí,  las conexiones que articula. Poder identificar el hilo conductor que lo atraviesa será la prueba fehaciente de que la brújula va con vosotros. Y que así sea. Salud. 

 

                                                                               En Mamouna, 22 de Mayo de 2021

viernes, 12 de febrero de 2021

Cuaderno de bitácora (Sólo para tripulantes): De la violencia simbólica

        






          Podría ponerme lacanés y decir que la palabra envenena el cuerpo. Y no me refiero a las palabras envenenadas que pronunciamos para hacer daño. O no sólo. Me refiero a la palabra en sí, ese artefacto con el que tratamos de referirnos a las cosas. Ese arado sígnico que nos hiende y surca la carne y la naturaleza que nos rodea y, labrándonos, nos transforma y nos consiste en cuerpo diciente y realidad dicha.

          Y en esa transformación el ser se echa a perder para que advenga el sujeto, sujeto de y a la palabra o parletre, que diría lacan. Homo sapiens triunfante herido de nostalgia por el humono perdido.

          Vaya triunfo conquistar la Luna y perder el instinto, abocándonos al extravío errante del deseo y al desencuentro de los cuerpos, desnortados para siempre del mamífero que llevamos dentro ¡ay!

          Es lo que tiene la violencia simbólica que nos engendra. Per secula seculorum.