El Psicoanálisis y las
Psicoterapias
“El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás”
J. Lacan
¿Qué es la psicoterapia?
Si consultas en
internet encontrarás diversas definiciones al respecto, pero me quedaré con la
versión más simple y genérica que plantea la psicoterapia como la
intervención psicológica destinada a mejorar la salud mental.
Etimológicamente viene del griego y la conjunción de dos palabras: psyco,
alma, pensamiento, y therapeia, cuidar, atender, aliviar. Así pues,
tratamiento psíquico de los malestares del alma. ¿Y qué es un tratamiento
psíquico? Aquél que se vale de la herramienta psíquica, que no física o
química. ¿Y cuál es la herramienta psíquica? Pues ni más ni menos que la
palabra. Así pues, diremos que psicoterapia es el tratamiento de los problemas
psíquicos -o dolencias del alma- a través de las palabras.
Ese sería el común
denominador de una gran variedad de modalidades técnicas y de escuelas que, a
día de hoy, en algunas clasificaciones, superan las trescientas. Dentro de ese
catálogo infinito, grosso modo, podemos subdividir las más significativas en
cuatro grandes ramas:
Psicoanálisis, Terapia cognitivo conductual (TCC), Psicoterapias humanistas y Otras (que abarcan un amplio conjunto de variantes más o menos mestizas)
¿Comparten algún otro elemento común a parte de la palabra?
Efectivamente, la
herramienta es la palabra, pero no cualquier palabra, ni de cualquier manera.
Será una palabra que ejerce una determinada influencia. Más allá de los antecedentes
arcaicos grecolatinos, podemos situar el origen de esta práctica en Mesmer,
un médico vienés que en 1760 introduce el llamado magnetismo animal,
que evolucionará con sus discípulos, al punto que, en 1840, Braid,
un médico escocés, designará hipnotismo al método mediante el
cual induce una somnolencia artificial, y llamará sugestión a
la influencia psíquica que ejerce el hipnotista sobre el hipnotizado. Es
precisamente el uso de la hipnosis que emplea Charcot con sus
histéricas en la Salpetriere, lo que llevará a Freud a París
en 1885 a aprender de él. Y a través de la técnica hipnótica constatará la
realidad de una operatoria psíquica más allá de la conciencia que terminará
denominando inconsciente. Y valiéndose de la hipnosis empezará a
desarrollar los primeros pasos de su método catártico, y su técnica
del apremio consistente en indagar los recuerdos conflictivos
reprimidos y conminar al paciente a hacerlos conscientes y descargar los
afectos retenidos, hasta que una paciente conocida como Emmy, un
día le conmina a él a callar y a dejar de interrumpirle con sus órdenes,
permitiéndole expresarse libremente. Freud toma nota y a partir de ahí abandona
la hipnosis y se acoge a la que llamará regla fundamental de la libre
asociación con la que invitará al paciente a comunicar todos sus
pensamientos sin censurarlos, dejándose llevar por la propia dinámica
significante.
Este es un paso
fundamental, pues se desprende de la influencia de la sugestión, modalidad
directiva que había regido la actividad psicoterápica desde sus orígenes
mesmeristas, y se abre al poder asociativo de las palabras, regidas por una
dinámica invisible que mueve sus hilos resonantes más allá del voluntarismo
discursivo, característica singular de la operatoria inconsciente. Es aquí
donde procede situar el origen del psicoanálisis propiamente
dicho.
Así pues, el abandono de la sugestión y la apertura a la dimensión inconsciente del lenguaje, abren la brecha decisiva que diferenciará técnica y conceptualmente al psicoanálisis del resto de las psicoterapias.
¿Conlleva alguna consecuencia esas diferencias?
Pues sí, la verdad.
Abrirse a la dimensión inconsciente del psiquismo comporta consecuencias
radicales a la hora de pensar la subjetividad, y desde ahí la clínica. Es decir,
un enfoque radicalmente diferente de concebir el malestar psíquico y desde ahí
un abordaje clínico en otra longitud de onda.
Obviamente este no es el marco para poder explicar con detalle de qué consecuencias estamos hablando. El psicoanálisis es una teoría de una complejidad abrumadora, aunque una vez destilada, en realidad, pueda resultar bastante simple. Pero para poder llegar ahí hay que atravesar verdaderas junglas conceptuales regidas por lógicas nada evidentes, paradójicas, contradictorias. Sírvanos de ejemplo los cuadros de la locura, campo clínico que nos confronta por definición con el sin sentido. Sin sentido del que la psiquiatría se desentiende y atribuirá a algún desequilibrio del neurotransmisor de turno. El psicoanálisis postula una lectura radicalmente diferente, y más allá del balance de los neurotransmisores, sostendrá que el desequilibrio atañe a una falla del orden simbólico, y que el disparate delirante encierra toda una lógica rigurosa regida por un código alternativo que Freud llama proceso primario y que además cumple una función reparativa del caos psíquico. ¿Suena marciano verdad? Pues así vamos. Hace falta acceder a unas claves lógicas precisas para poder escuchar música, aunque sea disonante, donde la mayoría sólo oye ruido.
Pero este planteamiento tan ‘poético’ que haces es lo que, entre otras cosas, alimenta críticas feroces contra el psicoanálisis desde un arco amplio de enfoques. Veamos un botón de muestra de los dos polos. Desde la Neurociencia se le tacha de ¡Vaya timo!, que es una pseudo ciencia y se le empareja con la Parapsicología, y desde el otro extremo, la Gestalt mismo, se le tacha de algo muy mental que se pierde de la experiencia en medio de tanta palabrería. ¿Tienes algo que decir?
Pues sí, nos caen de
todos lados. Es lo que hay. Desde sus inicios Freud fue vilipendiado porque sus
propuestas iban contracorriente y suscitaban un rechazo furioso. Imagínate lo
políticamente incorrecto que resultaba plantear la sexualidad infantil en
aquellos tiempos victorianos y postular que el infantil sujeto era un perverso
polimorfo. Le cayó la del pulpo. Por cierto, tan escandalosa tesis, resulta que
ahora es repudiada por reaccionaria y patriarcal desde el púlpito queer.
En fin, los extremeños se tocan, que decía aquél. Que la Neurociencia diga que
el psicoanálisis no es una ciencia no me extraña. Es un asunto muy complejo y
polémico en el que no voy a entrar, pero como escribí hace muchos años, es
cierto que el inconsciente no sale en las radiografías (ni en los Tacs, ni en
las ecografías, ni en las resonancias magnéticas, ni en cualquier otra
tecnología de postín que se invente) Es lo que tienen las cosas del alma y el
punto g.
Denuncian que nuestras
premisas no son objetivas, y llevan toda la razón, porque de ser una ciencia,
sería una ciencia del sujeto, siempre singular y relativo, pues el sujeto del
psicoanálisis es el sujeto dividido ($), nada que ver con el sujeto de la
ciencia, bien macizo él y encantado de conocerse a sí mismo. Así que sería un
diálogo de besugos plantear la cientificidad del psicoanálisis en términos de
las exigencias de las ciencias exactas (física, química,
astronomía, matemáticas…) y sus protocolos, cuando de acampar en algún sitio,
estaríamos del lado de la poesía, -por aquello de que “el inconsciente está
estructurado como un lenguaje”-, o de las ciencias humanas (filosofía,
sociología, psicología, historia…), ya se sabe, tan controvertidas e inexactas
ellas, las pobres.
Respecto a la crítica de la Gestalt o de la Bioenergética, mismamente, sobre la palabrería y el sambenito “mental”, más allá de ciertos excesos interpretativos -“a veces un puro es sólo un puro”, Freud dixit-, o la inextricable oscuridad de la obra de Lacan, que las harían pertinentes, me parece una crítica ingenua contra el llamado logocentrismo psicoanalítico. Un ejemplo: es muy común que, tras un determinado trabajo o ejercicio gestáltico o corporal, generalmente dinámicos y eminentemente activadores, la consigna sea, “respíralo y quédate con la experiencia” o, “decir una palabra o una frase, no más”, con el propósito de no ‘corromper’ con las palabras la ‘pureza’ de la experiencia, desde el supuesto de una genuinidad del ser preverbal lamentablemente echado a perder por la contaminación del artificio cultural. Pero no tenemos que olvidar que por muy ‘corporal’ que sea la experiencia, lo que se mueve en el cuerpo, la energía que circula, lo que uno ‘siente’, a poco que uno se pare y tome conciencia, es procesado lingüísticamente por el pensamiento, porque el pensamiento, incluso el inconsciente, es lingüístico. Es lo que hay. Y está bien. Desde ciertos enfoques la palabra tiene mala prensa, es caca-de-la-vaca (bullshit), y con razón. Es la palabra como defensa, el “rollo patatero”, el bla-bla-bla. Lacan la llamaba la palabra vacía. A distinguir de la palabra plena, portadora de verdad. Es ésta a la que convocamos, y ese trabajo corporal-experiencial-movilizador, precisamente es una vía de conexión excelente para propiciarla. Yo, más que ‘plena’, prefiero llamarla ‘conectada’. Y cualquiera que haya pasado por la experiencia, sabe de lo que hablo.
Para terminar. Se dice del psicoanálisis que es una técnica antigua, de muy larga duración, anclada en artilugios obsoletos como el diván, que ha envejecido mal ante técnicas modernas y especializadas más breves y resolutivas. ¿Qué opinas?
Que sea una disciplina
con 140 años de antigüedad no significa que se haya quedado antigua. Nació a la
par que el cinematógrafo, en el umbral del siglo XX, y ahí tienes al cine con
su traqueteada evolución, del mudo y en blanco y negro en las barracas de
feria, pasando en su apogeo por las salas en cinemascope, tecnicolor y
panavisión, hasta llegar hoy en día a virtualizarse en streaming en la
pantalla de tu smartphone. Y ahí anda, vivo y coleando, al pie del
cañón.
¿Y el psicoanálisis?
Pues también ha experimentado desarrollos importantes en su evolución. Empezando
por el propio Freud, que tras cuarenta años de clínica se atreve a reformular
su tesis original del mecanismo regulador del ‘aparato psíquico’ que se regía
por el llamado principio del placer, para dar paso a una propuesta
insólita y contracorriente -otra vez- que apuntaba a un más allá del
principio del placer, que llamaría para escándalo del personal, pulsión
de muerte, verdadero salto mortal conceptual que le supuso
fracturas y deserciones en su tripulación, Wilhelm Reich mismamente.
Y ahí viene Lacan en
los años 50, reivindicando el legado freudiano y su espíritu subversivo, frente
a la deriva acomodaticia de la escuela americana. Obviamente no entraré, pero
en su rescate de Freud, se proclamará su genuino testaferro y desplegará y
actualizará sus propuestas apoyándose en los suculentos aportes de nuevas
disciplinas como la lingüística y la antropología estructural. Esa
reformulación de los postulados freudianos serán la base de sus propios
desarrollos, el Lacan clásico, que, en su propio devenir y el paso de los años,
alcanzará una verdadera metamorfosis, casi cuántica, -el llamado ‘último
Lacan’- que, por cierto, no tengo nada claro que, si Freud levantara la cabeza,
le diera su bendición.
Así pues, el
psicoanálisis sigue bien vivo, respetando sus raíces, -y ahí sigue el diván
como opción-, pero yendo más allá, y ahí viene Lacan, el psicodrama freudiano,
o la sesión online.
Decir que es muy largo, otra vez, es una crítica barata y populista. Más allá de sus excesos interminables, -Woody Allen como paradigma, que hace de su experiencia carne de chiste-, un análisis es un proceso transformativo. No una terapia sintomal, ni una terapia breve de objetivos limitados. Estas opciones terapéuticas me parecen absolutamente legítimas, pero difieren del propósito que guía el análisis, donde el síntoma hace de motor causal de ‘la cura’, pero ésta va más allá de él, convirtiéndose, decíamos, en un proceso transformativo que promueve un cambio de la posición subjetiva. Pero estas son palabras mayores en las que no voy a entrar. Y sí, un proceso transformativo es un viaje de largo recorrido, a veces muy largo, que no se puede calcular ni programar. O, dicho de otro modo, una aventura incierta hacia el lado oscuro de uno mismo en busca de una imprecisa y liberadora verdad.
Mamouna, 18 de Abril de 2025