APROXIMACIÓN AL FENÓMENO TRANS
como síntoma de los tiempos que corren (LTQC)
Una lectura brujular
Finales de Septiembre de 2025.
Territorio Arcángel, Veranillo de San Miguel. Hace ocho años ya que empezaba
por estas fechas a escribir la Brújula, -que es el nombre coloquial con el que
llamamos al Manual (de psicoanálisis para terapeutas)- y que terminé publicando
en mayo del 19, un tochito de más de 600 páginas en el que a través de veinte
lecciones introductorias daba cuenta de mi concepción del psicoanálisis tras
más de treinta años de practicarlo y transmitirlo a numerosas promociones de
terapeutas, fundamentalmente gestaltistas. Por cierto, recién se comunicó
oficialmente que la Terapia Gestalt queda excluida del listado de técnicas en
revisión sospechosas de pseudoterapia. Mi felicitación a la AETG y a sus
practicantes. A mi manera, intento contribuir al reconocimiento de una praxis
tan revulsiva y que se propone como eminentemente experiencial, compartiendo la
riqueza conceptual que el psicoanálisis aporta y que intenté sintetizar de
forma asequible en el Manual.
Así las cosas, pensaba que mi función escritora había concluido, al menos en lo que se refiere al capítulo de los libros, pero cuál fue mi sorpresa cuando un par de otoños después me tropiezo con un minilibrito amarillo limón, “Yo soy el monstruo que os habla”, de Paul B. Preciado, y el tropiezo devino hostión, Más allá del rapapolvo corporativo que se me vino encima, -que me la trae bastante floja porque no tengo ninguna querencia institucional y, puestos a designarme, me presento como psicoanalista free lance- lo que me supuso aquel tortazo fue un contundente gancho dialéctico que me rompió los esquemas, tan claros y estructurados que los tenía yo, y me dejó literalmente ko. Invitado a unas jornadas de psicoanalistas lacanianos en París para dar testimonio de su experiencia trans, Preciado se erige en el airado portavoz de la Teoría Queer, lanzando un torpedo a los cimientos del corpus psicoanalítico, tan obsoleto ya, impugnando el binarismo sexual, a la vez que una soflama revolucionaria invitándonos a las barricadas y a secundar en la calle a esos tártaros tanto tiempo presentidos que por fin y de forma inminente estaban al caer. Glups.
Hay que decir que, a día de hoy,
cinco septiembres después, la tormenta tártara declinó bastante y tras su
tronar revolucionario ha dado paso a otra tormenta más temible y plausible,
exacerbada por los fulgores previos, y que tras el mascarón de proa de una especie de minion de
tupé oxigenado y corbata roja, se arraciman iracundas las hordas de la
contrarevolución. Horreur. Mientras escribo estas líneas, el ahijado más
soberbio del gran minion, acaba de lanzar su incendiaria arenga patriótica
contra una Asamblea General de las Naciones Unidas casi vacía como protesta ante
su impune genocidio.
“El horror, el horror” declamaba
Marlon Brando/Kurtz en la penumbra postrera de Apocalypse Now, lúcida confesión íntima
ante el espanto apocalíptico de la falta de límites en el corazón de las tinieblas. Y es que es esa ausencia
de Límite el rasgo que aúna ambas tempestades en su cruenta diferencia, de
guante blanco la primera y de sangre asesina la segunda. El ocaso del Otro
simbólico que sustenta ambas viñetas, la revolución del género y la
contrarevolución ultranacionalista, queda patentizado por la inanidad impotente
de la ONU ante la masacre de Gaza, pero ambas dos, vestida de provocación
colorista la primera, o de desafío infame la segunda, son distintos reflejos
del inexorable ocaso del Nombre del Padre, Lacan dixit.
Sé que la comparación que acabo de
plantear puede resultar escandalosa para algunos: ¿Qué tendrá que ver bombardear
y destruir una ciudad con dinamitar los fundamentos epistemológicos de la
diferencia de los sexos? Es ruidosa la distinción, 70.000 víctimas, de carne y
hueso, 20.000 de ellas niños. Es patente que la diferencia entre una bomba real
y una bomba dialéctica pasa por el espanto y la muerte de la primera y la
confusión y la desorientación generada por la segunda. Nada que ver pues a ese
respecto. Pero es que cuando cito a la masacre gazatí, no es tanto para
reflexionar sobre el dolor de sus muertos, cuanto para denunciar la infamia de
la pasividad internacional ante el genocidio en directo, y la vergonzante
batalla retórica que hacen de su denominación un esperpento. Es ahí, en la
cobardía moral que ha aflorado en el ágora pública, tanto a nivel patrio como
en los organismos internacionales, donde refulge el síntoma y el bochorno
cómplice, respuestas indignas, impensables hasta antesdeayer mismo, de resultas
de la creación de la ONU en 1945, como espacio referencial en la defensa de un
Orden Internacional supuestamente comprometido con la Declaración Universal de
los Derechos Humanos. Ya sé que era un ideal a perseguir, más que una realidad
a cumplir, pero en su papel de referente simbólico venía a ejercer de un cierto
freno paliativo a los desmanes de los conflictos más onerosos, con frecuencia
de forma bastante insuficiente, hay que decirlo. Pero en esta ocasión el
silencio ha sido estruendosamente ominoso.
Es esa debilidad y declive del Orden Simbólico
en favor del imperio de lo Fálico lo que a mi entender subyace y caracteriza
este frenesí desorbitado de los tiempos que corren (LTQC). Un frenesí
tumultuoso y desbordado que lo salpica todo, dando la cara de mil formas
distintas que encubren su naturaleza común con fachadas muy diversas, desde la ubicua posverdad a los trastornos alimentarios, el ghosting y los vínculos líquidos,
la dictadura del selfi o la lustrosa vigorexia. Many, many, a lot of, un
puñao, por todas partes y a todas horas, como el pasmante pire peliculero de los Oscar.
Mi propósito es hacer un barrido panorámico
de cómo está el patio en los tiempos que corren, para elucidar las claves
estructurales de todo este sarao sin tener que recurrir al metaverso. Al
contrario, frente a ese empuje multiplicador al infinito, poder hacer una
reducción minimalista desde el enfoque brujular. Ya sabéis, y quien no, lo
comunico ahora: yo creo en el valor de la gota, pues, con Jorge Drexler, pienso
que una gota puede saber (casi) todos los secretos del mar, y que, como diría el otro, menos es más. Es desde ahí que abordaré el fenómeno trans,
síntoma por excelencia de los tiempos que corren (LTQC), para intentar dar y darme
una respuesta congruente y consistente al tsunami conceptual que PBP sembró en
mi con su fulgurante diatriba iconoclástica. Cinco años después, con más de cincuenta
libros subrayados y trajinados como compañeros de camino, tomo la palabra y
empiezo a escribir. A quien le tiente la idea, ojalá nos volvamos a ver, o a leer, en ese océano de papel que es un libro, cuando termina llegando a ser. Tremendo viaje. ¡Por San Miguel!
Mamouna, septiembre de 2025
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