.

.

domingo, 28 de septiembre de 2025

 




                     APROXIMACIÓN AL FENÓMENO TRANS

                como síntoma de los tiempos que corren (LTQC)

                                    Una lectura brujular

 

          Finales de Septiembre de 2025. Territorio Arcángel, Veranillo de San Miguel. Hace ocho años ya que empezaba por estas fechas a escribir la Brújula, -que es el nombre coloquial con el que llamamos al Manual (de psicoanálisis para terapeutas)- y que terminé publicando en mayo del 19, un tochito de más de 600 páginas en el que a través de veinte lecciones introductorias daba cuenta de mi concepción del psicoanálisis tras más de treinta años de practicarlo y transmitirlo a numerosas promociones de terapeutas, fundamentalmente gestaltistas. Por cierto, recién se comunicó oficialmente que la Terapia Gestalt queda excluida del listado de técnicas en revisión sospechosas de pseudoterapia. Mi felicitación a la AETG y a sus practicantes. A mi manera, intento contribuir al reconocimiento de una praxis tan revulsiva y que se propone como eminentemente experiencial, compartiendo la riqueza conceptual que el psicoanálisis aporta y que intenté sintetizar de forma asequible en el Manual.

          Así las cosas, pensaba que mi función escritora había concluido, al menos en lo que se refiere al capítulo de los libros, pero cuál fue mi sorpresa cuando un par de otoños después me tropiezo con un minilibrito amarillo limón, “Yo soy el monstruo que os habla”, de Paul B. Preciado, y el tropiezo devino hostión, Más allá del rapapolvo corporativo que se me vino encima, -que me la trae bastante floja porque no tengo ninguna querencia institucional y, puestos a designarme, me presento como psicoanalista free lance- lo que me supuso aquel tortazo fue un contundente gancho dialéctico que me rompió los esquemas, tan claros y estructurados que los tenía yo, y me dejó literalmente ko. Invitado a unas jornadas de psicoanalistas lacanianos en París para dar testimonio de su experiencia trans, Preciado se erige en el airado portavoz de la Teoría Queer, lanzando un torpedo a los cimientos del corpus psicoanalítico, tan obsoleto ya, impugnando el binarismo sexual, a la vez que una soflama revolucionaria invitándonos a las barricadas y a secundar en la calle a esos tártaros tanto tiempo presentidos que por fin y de forma inminente estaban al caer. Glups.

          Hay que decir que, a día de hoy, cinco septiembres después, la tormenta tártara declinó bastante y tras su tronar revolucionario ha dado paso a otra tormenta más temible y plausible, exacerbada por los fulgores previos, y que tras el mascarón de proa de una especie de minion de tupé oxigenado y corbata roja, se arraciman iracundas las hordas de la contrarevolución. Horreur. Mientras escribo estas líneas, el ahijado más soberbio del gran minion, acaba de lanzar su incendiaria arenga patriótica contra una Asamblea General de las Naciones Unidas casi vacía como protesta ante su impune genocidio.

          “El horror, el horror” declamaba Marlon Brando/Kurtz en la penumbra postrera de Apocalypse Now, lúcida confesión íntima ante el espanto apocalíptico de la falta de límites en el corazón de las tinieblas. Y es que es esa ausencia de Límite el rasgo que aúna ambas tempestades en su cruenta diferencia, de guante blanco la primera y de sangre asesina la segunda. El ocaso del Otro simbólico que sustenta ambas viñetas, la revolución del género y la contrarevolución ultranacionalista, queda patentizado por la inanidad impotente de la ONU ante la masacre de Gaza, pero ambas dos, vestida de provocación colorista la primera, o de desafío infame la segunda, son distintos reflejos del inexorable ocaso del Nombre del Padre, Lacan dixit.

          Sé que la comparación que acabo de plantear puede resultar escandalosa para algunos: ¿Qué tendrá que ver bombardear y destruir una ciudad con dinamitar los fundamentos epistemológicos de la diferencia de los sexos? Es ruidosa la distinción, 70.000 víctimas, de carne y hueso, 20.000 de ellas niños. Es patente que la diferencia entre una bomba real y una bomba dialéctica pasa por el espanto y la muerte de la primera y la confusión y la desorientación generada por la segunda. Nada que ver pues a ese respecto. Pero es que cuando cito a la masacre gazatí, no es tanto para reflexionar sobre el dolor de sus muertos, cuanto para denunciar la infamia de la pasividad internacional ante el genocidio en directo, y la vergonzante batalla retórica que hacen de su denominación un esperpento. Es ahí, en la cobardía moral que ha aflorado en el ágora pública, tanto a nivel patrio como en los organismos internacionales, donde refulge el síntoma y el bochorno cómplice, respuestas indignas, impensables hasta antesdeayer mismo, de resultas de la creación de la ONU en 1945, como espacio referencial en la defensa de un Orden Internacional supuestamente comprometido con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ya sé que era un ideal a perseguir, más que una realidad a cumplir, pero en su papel de referente simbólico venía a ejercer de un cierto freno paliativo a los desmanes de los conflictos más onerosos, con frecuencia de forma bastante insuficiente, hay que decirlo. Pero en esta ocasión el silencio ha sido estruendosamente ominoso.

          Es esa debilidad y declive del Orden Simbólico en favor del imperio de lo Fálico lo que a mi entender subyace y caracteriza este frenesí desorbitado de los tiempos que corren (LTQC). Un frenesí tumultuoso y desbordado que lo salpica todo, dando la cara de mil formas distintas que encubren su naturaleza común con fachadas muy diversas, desde la ubicua posverdad a los trastornos alimentarios, el ghosting y los vínculos líquidos, la dictadura del selfi o la lustrosa vigorexia. Many, many, a lot of, un puñao, por todas partes y a todas horas, como el pasmante pire peliculero de los Oscar.

          Mi propósito es hacer un barrido panorámico de cómo está el patio en los tiempos que corren, para elucidar las claves estructurales de todo este sarao sin tener que recurrir al metaverso. Al contrario, frente a ese empuje multiplicador al infinito, poder hacer una reducción minimalista desde el enfoque brujular. Ya sabéis, y quien no, lo comunico ahora: yo creo en el valor de la gota, pues, con Jorge Drexler, pienso que una gota puede saber (casi) todos los secretos del mar, y que, como diría el otro, menos es más. Es desde ahí que abordaré el fenómeno trans, síntoma por excelencia de los tiempos que corren (LTQC), para intentar dar y darme una respuesta congruente y consistente al tsunami conceptual que PBP sembró en mi con su fulgurante diatriba iconoclástica. Cinco años después, con más de cincuenta libros subrayados y trajinados como compañeros de camino, tomo la palabra y empiezo a escribir. A quien le tiente la idea, ojalá nos volvamos a ver, o a leer, en ese océano de papel que es un libro, cuando termina llegando a ser. Tremendo viaje. ¡Por San Miguel! 


                                                                                 Mamouna, septiembre de 2025

          

jueves, 1 de mayo de 2025

EL PSICOANÁLISIS Y LAS PSICOTERAPIAS

 



El Psicoanálisis y las Psicoterapias      (Entrevista)

 

                                  “El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás” 

                                                                                                            J. Lacan

 

 ¿Qué es la psicoterapia? 

Si consultas en internet encontrarás diversas definiciones al respecto, pero me quedaré con la versión más simple y genérica que plantea la psicoterapia como la intervención psicológica destinada a mejorar la salud mental. Etimológicamente viene del griego y la conjunción de dos palabras: psyco, alma, pensamiento, y therapeia, cuidar, atender, aliviar. Así pues, tratamiento psíquico de los malestares del alma. ¿Y qué es un tratamiento psíquico? Aquél que se vale de la herramienta psíquica, que no física o química. ¿Y cuál es la herramienta psíquica? Pues ni más ni menos que la palabra. Así pues, diremos que psicoterapia es el tratamiento de los problemas psíquicos -o dolencias del alma- a través de las palabras.

Ese sería el común denominador de una gran variedad de modalidades técnicas y de escuelas que, a día de hoy, en algunas clasificaciones, superan las trescientas. Dentro de ese catálogo infinito, grosso modo, podemos subdividir las más significativas en cuatro grandes ramas:

Psicoanálisis, Terapia cognitivo conductual (TCC), Psicoterapias humanistas y Otras (que abarcan un amplio conjunto de variantes más o menos mestizas) 

 

¿Comparten algún otro elemento común a parte de la palabra? 

Efectivamente, la herramienta es la palabra, pero no cualquier palabra, ni de cualquier manera. Será una palabra que ejerce una determinada influencia. Más allá de los antecedentes arcaicos grecolatinos, podemos situar el origen de esta práctica en Mesmer, un médico vienés que en 1760 introduce el llamado magnetismo animal, que evolucionará con sus discípulos, al punto que, en 1840, Braid, un médico escocés, designará hipnotismo al método mediante el cual induce una somnolencia artificial, y llamará sugestión a la influencia psíquica que ejerce el hipnotista sobre el hipnotizado. Es precisamente el uso de la hipnosis que emplea Charcot con sus histéricas en la Salpetriere, lo que llevará a Freud a París en 1885 a aprender de él. Y a través de la técnica hipnótica constatará la realidad de una operatoria psíquica más allá de la conciencia que terminará denominando inconsciente. Y valiéndose de la hipnosis empezará a desarrollar los primeros pasos de su método catártico, y su técnica del apremio consistente en indagar los recuerdos conflictivos reprimidos y conminar al paciente a hacerlos conscientes y descargar los afectos retenidos, hasta que una paciente conocida como Emmy, un día le conmina a él a callar y a dejar de interrumpirle con sus órdenes, permitiéndole expresarse libremente. Freud toma nota y a partir de ahí abandona la hipnosis y se acoge a la que llamará regla fundamental de la libre asociación con la que invitará al paciente a comunicar todos sus pensamientos sin censurarlos, dejándose llevar por la propia dinámica significante.

Este es un paso fundamental, pues se desprende de la influencia de la sugestión, modalidad directiva que había regido la actividad psicoterápica desde sus orígenes mesmeristas, y se abre al poder asociativo de las palabras, regidas por una dinámica invisible que mueve sus hilos resonantes más allá del voluntarismo discursivo, característica singular de la operatoria inconsciente. Es aquí donde procede situar el origen del psicoanálisis propiamente dicho.

Así pues, el abandono de la sugestión y la apertura a la dimensión inconsciente del lenguaje, abren la brecha decisiva que diferenciará técnica y conceptualmente al psicoanálisis del resto de las psicoterapias. 

 

¿Conlleva alguna consecuencia esas diferencias? 

Pues sí, la verdad. Abrirse a la dimensión inconsciente del psiquismo comporta consecuencias radicales a la hora de pensar la subjetividad, y desde ahí la clínica. Es decir, un enfoque radicalmente diferente de concebir el malestar psíquico y desde ahí un abordaje clínico en otra longitud de onda.

Obviamente este no es el marco para poder explicar con detalle de qué consecuencias estamos hablando. El psicoanálisis es una teoría de una complejidad abrumadora, aunque una vez destilada, en realidad, pueda resultar bastante simple. Pero para poder llegar ahí hay que atravesar verdaderas junglas conceptuales regidas por lógicas nada evidentes, paradójicas, contradictorias. Sírvanos de ejemplo los cuadros de la locura, campo clínico que nos confronta por definición con el sin sentido. Sin sentido del que la psiquiatría se desentiende y atribuirá a algún desequilibrio del neurotransmisor de turno. El psicoanálisis postula una lectura radicalmente diferente, y más allá del balance de los neurotransmisores, sostendrá que el desequilibrio atañe a una falla del orden simbólico, y que el disparate delirante encierra toda una lógica rigurosa regida por un código alternativo que Freud llama proceso primario y que además cumple una función reparativa del caos psíquico. ¿Suena marciano verdad? Pues así vamos. Hace falta acceder a unas claves lógicas precisas para poder escuchar música, aunque sea disonante, donde la mayoría sólo oye ruido. 

 

Pero este planteamiento tan ‘poético’ que haces es lo que, entre otras cosas, alimenta críticas feroces contra el psicoanálisis desde un arco amplio de enfoques. Veamos un botón de muestra de los dos polos. Desde la Neurociencia se le tacha de ¡Vaya timo!, que es una pseudo ciencia y se le empareja con la Parapsicología, y desde el otro extremo, la Gestalt mismo, se le tacha de algo muy mental que se pierde de la experiencia en medio de tanta palabrería. ¿Tienes algo que decir? 

Pues sí, nos caen de todos lados. Es lo que hay. Desde sus inicios Freud fue vilipendiado porque sus propuestas iban contracorriente y suscitaban un rechazo furioso. Imagínate lo políticamente incorrecto que resultaba plantear la sexualidad infantil en aquellos tiempos victorianos y postular que el infantil sujeto era un perverso polimorfo. Le cayó la del pulpo. Por cierto, tan escandalosa tesis, resulta que ahora es repudiada por reaccionaria y patriarcal desde el púlpito queer. En fin, los extremeños se tocan, que decía aquél. Que la Neurociencia diga que el psicoanálisis no es una ciencia no me extraña. Es un asunto muy complejo y polémico en el que no voy a entrar, pero como escribí hace muchos años, es cierto que el inconsciente no sale en las radiografías (ni en los Tacs, ni en las ecografías, ni en las resonancias magnéticas, ni en cualquier otra tecnología de postín que se invente) Es lo que tienen las cosas del alma y el punto g.

Denuncian que nuestras premisas no son objetivas, y llevan toda la razón, porque de ser una ciencia, sería una ciencia del sujeto, siempre singular y relativo, pues el sujeto del psicoanálisis es el sujeto dividido ($), nada que ver con el sujeto de la ciencia, bien macizo él y encantado de conocerse a sí mismo. Así que sería un diálogo de besugos plantear la cientificidad del psicoanálisis en términos de las exigencias de las ciencias exactas (física, química, astronomía, matemáticas…) y sus protocolos, cuando de acampar en algún sitio, estaríamos del lado de la poesía, -por aquello de que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”-, o de las ciencias humanas (filosofía, sociología, psicología, historia…), ya se sabe, tan controvertidas e inexactas ellas, las pobres.

Respecto a la crítica de la Gestalt o de la Bioenergética, mismamente, sobre la palabrería y el sambenito “mental”, más allá de ciertos excesos interpretativos -“a veces un puro es sólo un puro”, Freud dixit-, o la inextricable oscuridad de la obra de Lacan, que las harían pertinentes, me parece una crítica ingenua contra el llamado logocentrismo psicoanalítico. Un ejemplo: es muy común que, tras un determinado trabajo o ejercicio gestáltico o corporal, generalmente dinámicos y eminentemente activadores, la consigna sea, “respíralo y quédate con la experiencia” o, “decir una palabra o una frase, no más”, con el propósito de no ‘corromper’ con las palabras la ‘pureza’ de la experiencia, desde el supuesto de una genuinidad del ser preverbal lamentablemente echado a perder por la contaminación del artificio cultural. Pero no tenemos que olvidar que por muy ‘corporal’ que sea la experiencia, lo que se mueve en el cuerpo, la energía que circula, lo que uno ‘siente’, a poco que uno se pare y tome conciencia, es procesado lingüísticamente por el pensamiento, porque el pensamiento, incluso el inconsciente, es lingüístico. Es lo que hay. Y está bien. Desde ciertos enfoques la palabra tiene mala prensa, es caca-de-la-vaca (bullshit), y con razón. Es la palabra como defensa, el “rollo patatero”, el bla-bla-bla. Lacan la llamaba la palabra vacía. A distinguir de la palabra plena, portadora de verdad. Es ésta a la que convocamos, y ese trabajo corporal-experiencial-movilizador, precisamente es una vía de conexión excelente para propiciarla. Yo, más que ‘plena’, prefiero llamarla ‘conectada’. Y cualquiera que haya pasado por la experiencia, sabe de lo que hablo. 

 

Para terminar. Se dice del psicoanálisis que es una técnica antigua, de muy larga duración, anclada en artilugios obsoletos como el diván, que ha envejecido mal ante técnicas modernas y especializadas más breves y resolutivas. ¿Qué opinas? 

Que sea una disciplina con 140 años de antigüedad no significa que se haya quedado antigua. Nació a la par que el cinematógrafo, en el umbral del siglo XX, y ahí tienes al cine con su traqueteada evolución, del mudo y en blanco y negro en las barracas de feria, pasando en su apogeo por las salas en cinemascope, tecnicolor y panavisión, hasta llegar hoy en día a virtualizarse en streaming en la pantalla de tu smartphone. Y ahí anda, vivo y coleando, al pie del cañón.

¿Y el psicoanálisis? Pues también ha experimentado desarrollos importantes en su evolución. Empezando por el propio Freud, que tras cuarenta años de clínica se atreve a reformular su tesis original del mecanismo regulador del ‘aparato psíquico’ que se regía por el llamado principio del placer, para dar paso a una propuesta insólita y contracorriente -otra vez- que apuntaba a un más allá del principio del placer, que llamaría para escándalo del personal, pulsión de muerte, verdadero salto mortal conceptual que le supuso fracturas y deserciones en su tripulación, Wilhelm Reich mismamente.

Y ahí viene Lacan en los años 50, reivindicando el legado freudiano y su espíritu subversivo, frente a la deriva acomodaticia de la escuela americana. Obviamente no entraré, pero en su rescate de Freud, se proclamará su genuino testaferro y desplegará y actualizará sus propuestas apoyándose en los suculentos aportes de nuevas disciplinas como la lingüística y la antropología estructural. Esa reformulación de los postulados freudianos serán la base de sus propios desarrollos, el Lacan clásico, que, en su propio devenir y el paso de los años, alcanzará una verdadera metamorfosis, casi cuántica, -el llamado ‘último Lacan’- que, por cierto, no tengo nada claro que, si Freud levantara la cabeza, le diera su bendición.

Así pues, el psicoanálisis sigue bien vivo, respetando sus raíces, -y ahí sigue el diván como opción-, pero yendo más allá, y ahí viene Lacan y sus sesiones de tiempo flexible, que terminó derivando en una fiebre minimalista de sesiones expres, el psicodrama freudiano y su enriquecedora dimensión grupal, o la, hasta bien recientemente denostada aunque ya casi naturalizada, sesión online de nuestros tiempos digitales.

Decir que es muy largo, otra vez, es una crítica barata y populista. Más allá de sus excesos interminables, -Woody Allen como paradigma, que hace de su experiencia carne de chiste-, un análisis es un proceso transformativo. No una terapia sintomal, ni una terapia breve de objetivos limitados. Estas opciones terapéuticas me parecen absolutamente legítimas, pero difieren del propósito que guía el análisis, donde el síntoma hace de motor causal de ‘la cura’, pero ésta va más allá de él, convirtiéndose, decíamos, en un proceso transformativo que promueve un cambio de la posición subjetiva. Pero estas son palabras mayores en las que no voy a entrar. Y sí, un proceso transformativo es un viaje de largo recorrido, a veces muy largo, que no se puede calcular ni programar. O, dicho de otro modo, una aventura incierta hacia el lado oscuro de uno mismo en busca de una imprecisa y liberadora verdad, eso que Lacan denominó atravesamiento del fantasma, o, posteriormente, bautizó con fórmulas más crípticas y borromeas, y que Freud había resumido desidealizadamente como el pasaje de la miseria neurótica al infortunio ordinario, y de forma más prosaica todavía, como una capacitación del sujeto para amar y trabajar. E qui li qua. 

 

                                                                                Mamouna, 18 de Abril de 2025